Gynthar
empezó a tomar conciencia poco a poco. Sus últimos sueños habían sido muy
oscuros, pero a la vez placenteros. Estaba en lo alto de una torre, una antigua
fortaleza, de piedras antiguas, cubiertas por los años. Allí también estaba
Lybhinnia. Ella no le hablaba, aunque sí que le sonreía y cada cierto tiempo le
besaba, de forma apasionada, en los labios. Gynthar no podía estar más lleno de
dicha. Pero a la vez, cada poco tiempo unos entes oscuros, fantasmagóricos,
espíritus con túnicas negras, intentaban asaltar la fortaleza. Él una y otra
vez rechazaba cada ataque. Estaba seguro que querían arrebatarle a su amada
Lybhinnia.
Pero cada
vez que los rechazaba, él se cansaba, se notaba agotado, harto de esa guerra
sin fin. Aun así, ahí seguía, armado con su espada, listo para acabar con la
horda que les acechaba, listo para ganar por su esfuerzo un nuevo beso, puro,
lleno de amor. Los enemigos entonces cambiaron de juego, enviaban emisarios,
hechiceros que intentaban socavar su amor por Lybhinnia, que la presentaban
como la maldad más absoluta. Él no cedía, no podía ceder, no ahora que había
obtenido lo que tanto había deseado a Lybhinnia.
Cuando
más cansado estaba, cuando el poder enemigo no parecía ceder, cuando ni ya los
besos de Lybhinnia le satisfacían como antes, le dejaban la boca seca, como si
hubiera estado bebiendo agua de mar o comiendo arena, una luz, blanca, pura,
expulsó a los entes oscuros. Él no había perdido su espada, ni su valor, aunque
su fuerzas habían menguado, su mente se había vuelto una carga, yacía en el
suelo de la fortaleza, lanzando espadazos aun tirado sobre la piedra. La luz le
llenó y unas palabras, una voz potente, se llevaron a sus enemigos. Por un
momento, reconoció a su salvador, parecía Armhiin. Además le decía que ya podía
dormir, pues ahora él se encargaría de la defensa. La voz era tan familiar, tan
tranquilizadora y aunque todo estaba lleno de luz, él cerró los ojos.
Y al
mismo momento que cerraba los ojos allí, los abría en otro lugar. Un lugar
cómodo, con un olor a flores del campo, caliente. La luz era verdosa y miró hacia
arriba, distinguiendo una capa de hojas. Movió los ojos de un lado a otro y fue
dándose cuenta que estaba en su cabaña, en Fhyin. Intentó recordar y le fueron
viniendo los haces del pasado, los caballos, el gran semental blanco, los
jóvenes que rescataron en Fhyn, Lybhinnia, y el gran lobo negro. El ataque de
la bestia, él corriendo, salvando a Lybhinnia de una muerte atroz en las fauces
del lobo. Pero también recordó la herida, sus últimas palabras, los ojos llenos
de lágrimas de Lybhinnia y luego nada más. Intentó moverse, pero algo le
impedía hacerlo, algo que le mantenía sobre el jergón. Levantó la cabeza
ligeramente y distinguió una melena rubia, distribuida sin control sobre su
cuerpo, unos brazos que le abrazaban, aunque por encima de la sabana.
-
Lybhinnia -llamó Gynthar, pero le pareció que su voz no le
funcionaba.
La elfa
no se movió, ni un ápice. Así que Gynthar volvió a llamarla, pero esta vez
moviendo su cuerpo un poco. El pecho le tiró y sintió una punzada de dolor en
él. La herida, supuso. Volvió a levantar la cabeza y esta vez sus ojos se
cruzaron con los de Lybhinnia, esas dos gemas verdes.
-
Lybhinnia -dijo Gynthar, esperando que esta si le hablase.
-
¡Gynthar! -Lybhinnia sonrió de inmediato, separándose de él y liberándolo-.
Por fin, Gynthar, no había perdido la esperanza, sabía que despertarías.
-
¿Cuánto llevo durmiendo? -preguntó Gynthar, mientras se removía
para sentarse contra el cabecero de madera.
-
Ten cuidado, Ulynhia se ha tenido que esmerar contigo -pidió
Lybhinnia, al tiempo que acercaba una silla al jergón y se sentaba-. Tardamos
tres días con sus noches en llegar hasta la arboleda, gracias a Ihlmanar y su
manada. Armhiin y Ulynhia se encargaron de ti inmediatamente. Estuvieron
durante toda la noche. Tras ello, ha pasado toda una semana, por lo que se
puede decir que llevas dormido más de diez días.
-
¡Tantos!
-
La herida era mala, pero el veneno que se había introducido por
ella era peor -explicó Lybhinnia-. Ihlmanar le explicó a Armhiin la procedencia
de este y así pudo tratarte. Armhiin estaba muy preocupado, todos lo estábamos.
-
¿Y tú? -preguntó Gynthar.
-
¿Yo? Yo no podía pensar en un futuro sin ti, Gynthar -dijo seria
Lybhinnia-. Si aún estas interesado en que sea tu compañera, no te rechazaré,
mi amor.
Lybhinnia
se acercó y le besó en los labios a Gynthar. Era un beso casto, pero detonaba
todo el amor, uno correspondido por ambos, el que había sentido Gynthar, que
ahora retornaba de parte de la cazadora, más grande, más poderoso. Cuando los
labios de Lybhinnia se separaron y la elfa se volvió a su posición inicial,
Gynthar no pudo sino observar los ojos llenos de lágrimas, pero de alegría, de
una completa satisfacción. Su corazón latía con fuerza, lleno de pasión, de
necesidad. Retiró la sabana de un manotazo, sin darse cuenta que estaba
desnudo, no le importaba en demasía. Sí que se fijó en que Lybhinnia se había
ruborizado. Lybhinnia intentó volver a tapar a Gynthar, pero este atrapó la
mano de la cazadora al vuelo y la atrajo contra él, tirando de Lybhinnia, hasta
obligarla a tumbarse junto a él. Empezó a besarla, en los labios, en las
mejillas, con las manos limpiaba el rostro, secaba las lágrimas, mientras
murmuraba dos palabras, “mi amor”. Lybhinnia no pudo sino corresponderle lo
mejor que supo.
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