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domingo, 27 de mayo de 2018

La odisea de la cazadora (28)


Gynthar empezó a tomar conciencia poco a poco. Sus últimos sueños habían sido muy oscuros, pero a la vez placenteros. Estaba en lo alto de una torre, una antigua fortaleza, de piedras antiguas, cubiertas por los años. Allí también estaba Lybhinnia. Ella no le hablaba, aunque sí que le sonreía y cada cierto tiempo le besaba, de forma apasionada, en los labios. Gynthar no podía estar más lleno de dicha. Pero a la vez, cada poco tiempo unos entes oscuros, fantasmagóricos, espíritus con túnicas negras, intentaban asaltar la fortaleza. Él una y otra vez rechazaba cada ataque. Estaba seguro que querían arrebatarle a su amada Lybhinnia.

Pero cada vez que los rechazaba, él se cansaba, se notaba agotado, harto de esa guerra sin fin. Aun así, ahí seguía, armado con su espada, listo para acabar con la horda que les acechaba, listo para ganar por su esfuerzo un nuevo beso, puro, lleno de amor. Los enemigos entonces cambiaron de juego, enviaban emisarios, hechiceros que intentaban socavar su amor por Lybhinnia, que la presentaban como la maldad más absoluta. Él no cedía, no podía ceder, no ahora que había obtenido lo que tanto había deseado a Lybhinnia.

Cuando más cansado estaba, cuando el poder enemigo no parecía ceder, cuando ni ya los besos de Lybhinnia le satisfacían como antes, le dejaban la boca seca, como si hubiera estado bebiendo agua de mar o comiendo arena, una luz, blanca, pura, expulsó a los entes oscuros. Él no había perdido su espada, ni su valor, aunque su fuerzas habían menguado, su mente se había vuelto una carga, yacía en el suelo de la fortaleza, lanzando espadazos aun tirado sobre la piedra. La luz le llenó y unas palabras, una voz potente, se llevaron a sus enemigos. Por un momento, reconoció a su salvador, parecía Armhiin. Además le decía que ya podía dormir, pues ahora él se encargaría de la defensa. La voz era tan familiar, tan tranquilizadora y aunque todo estaba lleno de luz, él cerró los ojos.

Y al mismo momento que cerraba los ojos allí, los abría en otro lugar. Un lugar cómodo, con un olor a flores del campo, caliente. La luz era verdosa y miró hacia arriba, distinguiendo una capa de hojas. Movió los ojos de un lado a otro y fue dándose cuenta que estaba en su cabaña, en Fhyin. Intentó recordar y le fueron viniendo los haces del pasado, los caballos, el gran semental blanco, los jóvenes que rescataron en Fhyn, Lybhinnia, y el gran lobo negro. El ataque de la bestia, él corriendo, salvando a Lybhinnia de una muerte atroz en las fauces del lobo. Pero también recordó la herida, sus últimas palabras, los ojos llenos de lágrimas de Lybhinnia y luego nada más. Intentó moverse, pero algo le impedía hacerlo, algo que le mantenía sobre el jergón. Levantó la cabeza ligeramente y distinguió una melena rubia, distribuida sin control sobre su cuerpo, unos brazos que le abrazaban, aunque por encima de la sabana.

-       Lybhinnia -llamó Gynthar, pero le pareció que su voz no le funcionaba.

La elfa no se movió, ni un ápice. Así que Gynthar volvió a llamarla, pero esta vez moviendo su cuerpo un poco. El pecho le tiró y sintió una punzada de dolor en él. La herida, supuso. Volvió a levantar la cabeza y esta vez sus ojos se cruzaron con los de Lybhinnia, esas dos gemas verdes.

-       Lybhinnia -dijo Gynthar, esperando que esta si le hablase.
-       ¡Gynthar! -Lybhinnia sonrió de inmediato, separándose de él y liberándolo-. Por fin, Gynthar, no había perdido la esperanza, sabía que despertarías.
-       ¿Cuánto llevo durmiendo? -preguntó Gynthar, mientras se removía para sentarse contra el cabecero de madera.
-       Ten cuidado, Ulynhia se ha tenido que esmerar contigo -pidió Lybhinnia, al tiempo que acercaba una silla al jergón y se sentaba-. Tardamos tres días con sus noches en llegar hasta la arboleda, gracias a Ihlmanar y su manada. Armhiin y Ulynhia se encargaron de ti inmediatamente. Estuvieron durante toda la noche. Tras ello, ha pasado toda una semana, por lo que se puede decir que llevas dormido más de diez días.
-       ¡Tantos!
-       La herida era mala, pero el veneno que se había introducido por ella era peor -explicó Lybhinnia-. Ihlmanar le explicó a Armhiin la procedencia de este y así pudo tratarte. Armhiin estaba muy preocupado, todos lo estábamos.
-       ¿Y tú? -preguntó Gynthar.
-       ¿Yo? Yo no podía pensar en un futuro sin ti, Gynthar -dijo seria Lybhinnia-. Si aún estas interesado en que sea tu compañera, no te rechazaré, mi amor.

Lybhinnia se acercó y le besó en los labios a Gynthar. Era un beso casto, pero detonaba todo el amor, uno correspondido por ambos, el que había sentido Gynthar, que ahora retornaba de parte de la cazadora, más grande, más poderoso. Cuando los labios de Lybhinnia se separaron y la elfa se volvió a su posición inicial, Gynthar no pudo sino observar los ojos llenos de lágrimas, pero de alegría, de una completa satisfacción. Su corazón latía con fuerza, lleno de pasión, de necesidad. Retiró la sabana de un manotazo, sin darse cuenta que estaba desnudo, no le importaba en demasía. Sí que se fijó en que Lybhinnia se había ruborizado. Lybhinnia intentó volver a tapar a Gynthar, pero este atrapó la mano de la cazadora al vuelo y la atrajo contra él, tirando de Lybhinnia, hasta obligarla a tumbarse junto a él. Empezó a besarla, en los labios, en las mejillas, con las manos limpiaba el rostro, secaba las lágrimas, mientras murmuraba dos palabras, “mi amor”. Lybhinnia no pudo sino corresponderle lo mejor que supo.

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