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miércoles, 16 de mayo de 2018

Lágrimas de hollín (14)


Del cuello de Vheriuss comenzó a brotar la sangre a borbotones. Fhin dejó de atacar y el líder soltó la espada, al tiempo que intentaba con sus manos parar la hemorragia, mientras caía al suelo. Allí se movía de forma agónica, los espasmos de la muerte ya habían hecho mella en él.

Bheldur había visto la escena con asombro, pues el joven no había ni sonreído ni había puesto mueca alguna cuando había acabado con su enemigo. Pero antes de encarar a su salvador, se acercó a Oly, que aún gimoteaba en el suelo y lo mató lo más rápido que pudo. Se encargó de tomar las bolsas y todo lo que pudiera vender, pero no en el barrio, pues seguro que esas cosas eran conocidas. De Oly obtuvo una bolsa y un colgante. De Vhion, un par de bolsas bien abultadas, y un anillo. Iba a encargarse de Vheriuss, pero el muchacho estaba pegado al cuerpo y él era muy cauto ante alguien que usaba dos dagas con tanta precisión.

-       ¿No te vas a hacer con tu premio? -preguntó Bheldur, a unos pasos de Fhin.

Fhin reaccionó a la pregunta y se volvió hacia el joven al que había ayudado. Vio que ahora le pendían más bolsas que antes del cinturón y se sonrió.

-       No sé por qué, pero parece que he salvado a un ladronzuelo -dejó caer Fhin, a lo que el otro hizo una mueca de ignorancia-. Quédate con lo que lleve Vheriuss, no me importa. No necesitaba nada de él, excepto saldar una antigua deuda con esta serpiente. Bueno será mejor que me vaya.

Fhin se dio la vuelta, ante la atónita mirada de Bheldur y regresó a la calle principal, giró hacia la derecha y desapareció. Bheldur se agachó sobre el cuerpo de Vheriuss y rebuscó hasta el último pliegue. No llevaba bolsa, aunque para qué, pensó Bheldur, era un hombre tan peligroso como importante. El oro ya lo llevaban sus hombres. Pero si que se hizo con tres joyas. Un colgante, y dos anillos. Pero sabía que uno de los anillos no lo podría vender nunca, era demasiado espectacular. El aro tenía la forma y los detalles de una serpiente, con todos sus anillos y escamas grabados con un detalle exquisito. La boca estaba abierta y había una pequeña esmeralda engarzada entre los colmillos. Bheldur guardó sus trofeos, su daga y salió del callejón. Miró hacia la derecha y le pareció ver al muchacho, así que decidió seguirlo. Algo le decía que mantener una relación de amistad con ese joven, le podría ser muy beneficioso.

A Fhin le gustaba pasear por el barrio, sobre todo a esas horas, durante el almuerzo, pues era cuando se podía ver a las buenas gentes de La Cresta. Pues no todos los residentes eran asesinos, ladrones y otros criminales. También había gente normal. Había madres que se encargaban del hogar. Había hombres que intentaban mantener un negocio estable, carpinteros, herreros, panaderos, carniceros,... Había todo tipo de negocios. O por lo menos aquellos humildes. Los niños, jugaban por las calles, o por lo menos los más jóvenes, pues los mayores debían ayudar a las familias, afanando monedas de bolsas ajenas. Hasta que las bandas reclutaban a los más hábiles y eliminaban al resto. Al fin y al cabo, este barrio era peligroso, era como una jaula llena de animales, que estaban siempre luchando unos con otros. Fibius se lo repetía un día tras otro, para que lo tuviera siempre presente.

Y gracias a esas enseñanzas y otras del maestro Fibius, no le fue difícil dar con el tal Bheldur, pues recordaba que Vheriuss había usado ese nombre antes de morir. La verdad es que intentaba pasar desapercibido, pero alguien con tantas monedas en el cinto nunca lo hacía en esas calles y era la masa de niños voraces de lo ajeno lo que le había delatado. Parecía que tendría que tratar con él y de paso darle una lección de humildad o enseñarle cómo esconder lo importante de los ojos codiciosos. Y sabía dónde. Apretó el paso y empezó a dar vueltas, ir de una calle a otra, como si se hubiera perdido.

Bheldur, desde los escondrijos en los que se iba metiendo, intentaba seguir al muchacho, esperando que no le hubiera detectado. Algo le decía que sus esfuerzos habían caído en saco roto. Cuando el otro apretó el paso, lo supo con certeza. Aun así le fue siguiendo, de una calle a otra, que poco a poco se iban estrechando, pasando de calles a callejas y de ahí a callejones. Suponía que le llevaba a un lugar apartado, oscuro, donde acabar con él, pero Bheldur tenía sus propias defensas, no caería tan fácil como Vheriuss.

Entonces llegó a una plaza cuadrada, llena de luz, pero con una única entrada, por donde él llegaba. Nunca había estado en esa plaza, por lo que entró con cuidado. Los edificios que la cerraban poseían de arcos en la fachada que daba a ella, con balconadas corridas sobre ellos. Las arcadas estaban en oscuridad. Bheldur avanzó hacia el centro, donde había una inmensa estatua de un guerrero a caballo. Junto al pedestal de mármol blanco se encontraba el muchacho, con los brazos cruzados ante el pecho, mirándole, sonriente. Tras él había una placa dorada, pero lo escrito se había borrado. Al mirar a la estatua, de bronce, observó que había telas que tapaban la cabeza del guerrero, ya que cruzaban una infinidad de cuerdas con ropas de la colada secándose, de un lado a otro de la plaza. En ese momento escuchó un rumor de pasos a su espalda, se volvió y le pareció notar movimiento en las arcadas oscuras, pero no vio a nadie definido.

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