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miércoles, 2 de mayo de 2018

Lágrimas de hollín (12)



Tal como habían llegado a su acuerdo, los días empezaron a pasar, primero fueron semanas, pero los meses se empezaron a apilar, llegando a años. La forma de vida elegida por el niño, Gholma y Fibius, se fue convirtiendo en una realidad cómoda. Durante los primeros años, el niño recibió una enseñanza por parte de Fibius, al principio solo de tipo mental, mientras Gholma le iba instruyendo en los inicios de la vida del soldado. Los dos maestros se turnaban para que el niño fuera recibiendo sus conocimientos de forma fácil. A su vez el niño se encargaba de ayudar en todo lo posible a Fibius, convirtiéndose como en un aprendiz. Poco a poco, fue atendiendo más y más en las ceremonias secretas que el hombre realizaba en el sótano de su vivienda.

Cuando Fibius lo estimó, cuando las heridas del niño se habían curado totalmente, empezaron sus clases de herrería. Pero antes de que entrase en la forja, el niño tenía que crecer y hacerse más fuerte, por lo que los dos hombres pasaron a enseñarle como si fuera un escudero. Durante los días, Fhin ayudaba a Fibius cuando éste necesitaba cuatro manos para llevar encargos especiales o más pesados. De esa forma, Fhin fue creciendo, ganando conocimientos. Pero Fibius, en secreto, le fue mostrando como ser algo más que un simple herrero, como observar los problemas, las situaciones de la vida y crear estrategias para solventarlos o como mínimo usarlos para mejorar él.

Fibius sabía que a Gholma no le gustaría saber lo que le enseñaba, pero el viejo maestro había cogido cariño al niño y esperaba lo mejor de él. Lo iba modelando poco a poco. Los años pasaron y por fin Fhin cumplió los diecisiete años, siendo un mozalbete alto, espigado, fuerte gracias al continuo ejercicio en la fragua, así como en los combates que realizaba contra Gholma, aunque este ya no era un rival para un guerrero tan joven como Fhin.

-       ¿A dónde crees que vas, Fhin? -preguntó Fibius, al ver que Fhin dejaba las herramientas de trabajo sobre una de las mesas de la fragua.

-       Ya he terminado mi labor -dijo Fhin, señalando una serie de piezas sobre un estante al otro lado del yunque en el que había estado trabajando y siguió recogiendo.
-       A ver, a ver -se limitó a murmurar Fibius, mientras revisaba el trabajo del muchacho.

Las piezas estaban bien rematadas y era lo que había pedido el cliente, incluso había hecho alguna de más, por si el cliente pidiese alguna extra. Fibius sabía que no podría retener al muchacho, pero quería ver si sus enseñanzas en retórica se habían calado en Fhin.

-       Las piezas están bien, pero no son una maravilla -se quejó Fibius.

-       El cliente también está bien, pero tampoco es una maravilla -dijo Fhin, lo que hizo sonreír a Fibius, por unos segundos-. Las piezas son lo que especificó el cliente. Sin florituras ya que lo que te va a pagar es una miseria para el nivel que tienes, maestro. Encima he terminado un par de más, así que si necesita alguna más, sólo tiene que volver por aquí. Claramente solo le vas a entregar las que nos pidió o que pague más, vos, maestro no trabajas por aire.
-       Bien, bien, pero no me has respondido, muchacho, ¿a dónde vas a ir, ahora? -inquirió Fibius, que no quería dejar marcharse a Fhin tan fácilmente.
-       A dar una vuelta por ahí, maestro -respondió comedido Fhin-. Me gustaría observar a las personas normales, en sus puestos habituales, para ver lo poco que se parecen a mi reino, a mi buena suerte.
-       Muy gracioso, Fhin, tampoco hay que llegar a ser sarcástico -indicó Fibius-. Vete a dar una vuelta, pero ten cuidado y no te metas en líos. No me gusta cuando regresas con el rabo entre las piernas tras azuzar algún avispero.

Fhin le sonrió con una mueca de buen niño, al tiempo que revisaba su cinturón para ver que llevaba todo, que eran un par de bolsas, un par de trozos de acero, pequeños, con mucho filo, que solía lanzar como si fueran cuchillos, ideales para atacar desde lejos. A su vez, escondidas bajo su casaca, dos dagas, listas para un combate más cercano, más rápido.

Fibius le vio marcharse y volvió a su tarea, que no era otra que terminar la hoja de un hacha, un encargo de un leñador de paso. Le estaba costando cada día más seguir con sus labores. Si no fuera por Fhin, tendría que haber dejado ya su única forma de ganarse la vida y llevar algo de alimento a su boca. Sin duda, la idea de Gholma había sido muy acertada.

Fhin se conocía el barrio como la palma de la mano, sabía moverse con cuidado por él. La Cresta se encontraba dividido por sectores. Cada uno de ellos bajo el dominio de un clan o banda. La mayoría de ellas estaban en guerra unas contra otras, intentando quedarse con el territorio de otra. Aunque de vez en cuando se unían todas para enfrentarse a su enemigo común, el gobierno imperial y la milicia de la ciudad. Fhin sabía quiénes eran los grandes señores de La Cresta y cómo debía actuar para no verse afectado por sus guerras o sus delirios. El sector en el que se encontraba la residencia de Fibius pertenecía al clan de las serpientes, a cuyo líder le llamaban Vheriuss, el siseante, por su curiosa forma de hablar. Además parecía poca cosa, por su figura enclenque que disimulaba un poco debido a los dos gigantones que le acompañaban siempre.

Ese día tuvo la mala suerte de volver a encontrarse con Vheriuss, junto a tres de sus hombres. En principio cruzarse con ellos no hubiera sido el problema, sino que Fhin tenía una cuenta con Vheriuss, una que el jefe de las serpientes ni siquiera se acordaba ya. Ese día se los encontró justo cuando giró en un callejón. Vheriuss y sus dos matones mantenían al tercero, arrinconado contra una de las paredes. Sin duda ese tercero, que resultó ser un joven, tal vez de unos veinte años, de pelo marrón, oscuro, piel morena, endurecida por el trabajo, alguna que otra cicatriz en su rostro y brazos, que vestía un calzón azulado, una camisa amplia, sobre la que llevaba una capa oscura con capucha. El joven era grande, no tanto como Fhin, ni los dos matones, pero sí fuerte, se notaba una musculatura bajo la camisa. Tenía un par de moratones en la cara.

Fhin se había quedado parado en el centro del callejón, mirando la escena, que le recordó algo que había pasado hacía demasiado tiempo, cuando él se acababa de trasladar a ese barrio. Los recuerdos le fueron llegando a oleadas, le sumergieron la mente, empezó a respirar rápido, pero al final los consejos y lecciones de Fibius para estos menesteres empezaron a surtir efecto, quitándole la congoja y los deseos de venganza.

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