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domingo, 20 de mayo de 2018

El juego cortesano (Final)


Junto a su madre, correteaban los dos primeros hijos del emperador, el príncipe heredero, Jha’al de cinco años, y su hermano Shimoel de tres. El bebé había sido una hermosa niña, que Xhini había querido llamar Jhamir, algo que a Shennur había llenado de orgullo, ya que la primera esposa había indicado que se lo ponía por una buena amiga y que la había tratado muy bien durante el penoso tiempo que vivió repudiada de la corte.

-       Supongo mi viejo amigo que no has venido siguiéndome solo para ver los pechos de mi esposa -se burló Bharazar que ya se había percatado del estupor y el cambio del lugar donde miraban sus ojos.
-       No, por favor, mi señor, cómo podéis pensar eso de mí -se hizo el ofendido Shennur-. Aunque ver a mi ahijada siempre es un placer.


Shennur se refería a la pequeña Jhamir, ya que el canciller y su esposa se habían erigido como sus padres en el caso de que el emperador y Xhini murieran, aunque nadie preveía tal infortunio ocurriese.

-       La cuestión, mi señor, es que el embajador imperial en Stey, ha enviado un informe junto con una petición para la entrada de un súbdito del reino de Thargensis en nuestro territorio -informó Shennur.
-       Curiosa petición -indicó Bharazar, más atento a sus hijos, que ahora daban vueltas a su alrededor-. Contadme más.
-       Sí, claro, según lo enviado por el embajador, el individuo es un noble, de una edad avanzada, que por lo visto se ha dedicado gran parte de su vida a visitar las tierras de Ghalessia, que es como ese hombre llama a este mundo en que vivimos -explicó Shennur.
-       ¿Es un espía?
-       Según lo que indica el embajador Kheposh de Libernatt podría serlo, pero parece más un estudioso, un explorador -contestó Shennur-. Por lo visto ha recorrido todo el continente, visitando todos los reinos, intentando hacer un mapa fidedigno de Ghalessia.
-       Hum, podría ser interesante dejarle visitarnos, no crees -señaló Bharazar, aguijoneado por la curiosidad de conocer alguien que había recorrido el continente.


Shennur estaba más interesado en poder terminar su colección de mapas de los reinos y tierras conocidas. Si ese explorador llegaba a la corte imperial podría intercambiar con él conocimientos, si es que estaba interesado en ello.

-       Además, mi señor, como ya recordaréis vuestra madre, la gran Tharma, era originaria del reino de Thargensis, lo cual indica que ambos compartís sangre -comentó Shennur.
-       Recuerdo esa casualidad, como fue que mi padre se enamorará de una de las criadas de un enviado del reino del norte, cuando se vino a firmar unos tratados de libre comercio entre nuestras naciones -dijo Bharazar.
-       En ese caso podéis recibirle como un viejo amigo, aunque según los informes es un hombre bastante viejo -advirtió Shennur-. Por lo visto, ha dejado la visita al imperio como la última parada de su viaje, antes de embarcarse por el mar hasta su reino.
-       Me has convencido, envía un mensajero a Kheposh, indicando que yo le invitó formal y personalmente a visitar el imperio, en especial la ciudad de Fhelineck, incluyendo que espero que quiera ser recibido en el palacio, aceptando mi hospitalidad personal -afirmó Bharazar-. Envía también una escolta con un hombre de confianza que esperé a nuestro invitado en nuestro lado de la frontera.
-       Así se hará, mi señor -asintió Shennur que se dio la vuelta, dispuesto a marcharse para llevar a cabo las órdenes del emperador.
-       Shennur, antes de que te marches, se te ha olvidado decirme como se llama nuestro futuro invitado -recordó Bharazar.
-       ¡Ah, sí! ¡Que cabeza la mía! -se disculpó Shennur-. Se llama Bulceon de Moley.


Shennur se marchó, mientras Bharazar daba vueltas al nombre del explorador en su cabeza. Mientras Shimoel se acercaba y se agarraba a sus piernas. Bharazar se agachó y alzó al pequeño, hasta dejar su cara junto a la suya. Bharazar besó a su hijo en una mejilla y se fue andando en dirección a su esposa, mientras dejaba caer su brazo libre, para poder agarrar la mano de Jha’al que ya estaba alzada, envidioso de que hubiera levantado a su hermano y no a él. Pero fue una envidia pasajera, ya que según su padre le cogió la mano, se le olvidó todo.

Antes de marcharse, en el resquicio de la puerta, Shennur observaba con un orgullo incipiente la escena familiar del emperador. Respiró hondo y se marchó, para seguir haciendo funcionar el imperio, para ayudar a Bharazar, su señor, pero sobretodo su amigo.

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