Junto a
su madre, correteaban los dos primeros hijos del emperador, el príncipe
heredero, Jha’al de cinco años, y su hermano Shimoel de tres. El bebé había
sido una hermosa niña, que Xhini había querido llamar Jhamir, algo que a
Shennur había llenado de orgullo, ya que la primera esposa había indicado que
se lo ponía por una buena amiga y que la había tratado muy bien durante el
penoso tiempo que vivió repudiada de la corte.
-
Supongo mi viejo amigo que no has venido siguiéndome solo para ver
los pechos de mi esposa -se burló Bharazar que ya se había percatado del estupor
y el cambio del lugar donde miraban sus ojos.
-
No, por favor, mi señor, cómo podéis pensar eso de mí -se hizo el
ofendido Shennur-. Aunque ver a mi ahijada siempre es un placer.
Shennur
se refería a la pequeña Jhamir, ya que el canciller y su esposa se habían
erigido como sus padres en el caso de que el emperador y Xhini murieran, aunque
nadie preveía tal infortunio ocurriese.
-
La cuestión, mi señor, es que el embajador imperial en Stey, ha
enviado un informe junto con una petición para la entrada de un súbdito del
reino de Thargensis en nuestro territorio -informó Shennur.
-
Curiosa petición -indicó Bharazar, más atento a sus hijos, que
ahora daban vueltas a su alrededor-. Contadme más.
-
Sí, claro, según lo enviado por el embajador, el individuo es un
noble, de una edad avanzada, que por lo visto se ha dedicado gran parte de su
vida a visitar las tierras de Ghalessia, que es como ese hombre llama a este
mundo en que vivimos -explicó Shennur.
-
¿Es un espía?
-
Según lo que indica el embajador Kheposh de Libernatt podría
serlo, pero parece más un estudioso, un explorador -contestó Shennur-. Por lo
visto ha recorrido todo el continente, visitando todos los reinos, intentando
hacer un mapa fidedigno de Ghalessia.
-
Hum, podría ser interesante dejarle visitarnos, no crees -señaló
Bharazar, aguijoneado por la curiosidad de conocer alguien que había recorrido
el continente.
Shennur
estaba más interesado en poder terminar su colección de mapas de los reinos y
tierras conocidas. Si ese explorador llegaba a la corte imperial podría
intercambiar con él conocimientos, si es que estaba interesado en ello.
-
Además, mi señor, como ya recordaréis vuestra madre, la gran
Tharma, era originaria del reino de Thargensis, lo cual indica que ambos
compartís sangre -comentó Shennur.
-
Recuerdo esa casualidad, como fue que mi padre se enamorará de una
de las criadas de un enviado del reino del norte, cuando se vino a firmar unos
tratados de libre comercio entre nuestras naciones -dijo Bharazar.
-
En ese caso podéis recibirle como un viejo amigo, aunque según los
informes es un hombre bastante viejo -advirtió Shennur-. Por lo visto, ha
dejado la visita al imperio como la última parada de su viaje, antes de
embarcarse por el mar hasta su reino.
-
Me has convencido, envía un mensajero a Kheposh, indicando que yo
le invitó formal y personalmente a visitar el imperio, en especial la ciudad de
Fhelineck, incluyendo que espero que quiera ser recibido en el palacio,
aceptando mi hospitalidad personal -afirmó Bharazar-. Envía también una escolta
con un hombre de confianza que esperé a nuestro invitado en nuestro lado de la
frontera.
-
Así se hará, mi señor -asintió Shennur que se dio la vuelta,
dispuesto a marcharse para llevar a cabo las órdenes del emperador.
-
Shennur, antes de que te marches, se te ha olvidado decirme como
se llama nuestro futuro invitado -recordó Bharazar.
-
¡Ah, sí! ¡Que cabeza la mía! -se disculpó Shennur-. Se llama
Bulceon de Moley.
Shennur
se marchó, mientras Bharazar daba vueltas al nombre del explorador en su
cabeza. Mientras Shimoel se acercaba y se agarraba a sus piernas. Bharazar se
agachó y alzó al pequeño, hasta dejar su cara junto a la suya. Bharazar besó a
su hijo en una mejilla y se fue andando en dirección a su esposa, mientras dejaba
caer su brazo libre, para poder agarrar la mano de Jha’al que ya estaba alzada,
envidioso de que hubiera levantado a su hermano y no a él. Pero fue una envidia
pasajera, ya que según su padre le cogió la mano, se le olvidó todo.
Antes de
marcharse, en el resquicio de la puerta, Shennur observaba con un orgullo
incipiente la escena familiar del emperador. Respiró hondo y se marchó, para
seguir haciendo funcionar el imperio, para ayudar a Bharazar, su señor, pero
sobretodo su amigo.
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