Habían
pasado ya cinco días con sus noches, desde que habían salido de Ryam. Tal como
había ordenado Ofthar, no habían pernoctado en ninguna de las aldeas o granjas
del camino. Las habían ido esquivando. Sus lechos habían sido acúmulos de heno
u hojarasca, aquello que fuesen encontrando en cada anochecer. Al ascender por
una pequeña colina, se encontraron de lleno con su destino, Bhlonnor.
En una
colina, se estaba construyendo la nueva ciudad, la capital que había soñado
Ofhar para su señor. Por ahora solo había unas pocas construcciones que estaban
siendo levantadas. A los pies de la colina, las bases de las murallas de piedra
estaban siendo preparadas. En el interior de estas, solo había construcciones
de madera, separadas por tiendas y cobertizos. Pero en la punta de la colina,
en el centro de todo, se había levantado una segunda defensa, una empalizada de
madera sobre una base de piedra. Tras los altos troncos se podían ver tejados
de casonas y otras construcciones. Claramente sería el complejo del señor. Si
Ofthar estaba buscando a su padre, ese era el lugar. Aunque le encontraron
antes, pues su grupo también había sido avistado por los centinelas y al
carecer de más enseña que un grupo de hombres armados, los guerreros de Ofhar
habían sido alertados. No pasó mucho tiempo hasta que Ofthar observó el grupo
de hombres a caballo que partía de la zona de obras y avanzaba hacia ellos. En
ese momento se dio cuenta de su error.
A la
media hora los dos grupos se encontraron en el camino. Ofthar había hecho que
sus caballos avanzaran lentos, para dar a entender que venían en son de paz.
-
¡Pero mira que trae la mañana! -gritó un hombre al que conocía
Ofthar demasiado bien-. ¡Los cagarrutas no podían hacer ver quiénes eran!
-
¡Qué Ordhin te proteja a ti también, Uhlok! -devolvió el saludo
Ofthar, levantando la mano derecha, por lo que el hombre se rio a carcajadas.
Al oír
las risotadas de Uhlok, sus hombres se tranquilizaron. Les hizo un gesto para
que regresaran de vuelta y se colocó junto al caballo de Ofthar.
-
Tu padre estará contento de verte -añadió Uhlok, que no pudo
evitar echar un ojo a Ophanli, y fruncir el ceño-. ¿Has visto que obra tan
grandiosa está realizando?
-
Solo tú, mi padre y los dioses serían capaces de algo así -asintió
Ofthar, sonriendo.
-
De la misma manera convenció tu padre a Nardiok -dijo Uhlok,
riéndose-. Tienes su maldita labia.
-
Algo tenía que tener de él -afirmó Ofthar, que señaló a Mhista y
añadió-. En cambio ese no se parece nada a su padre.
-
¡Eh! -gritó a su espalda Mhista.
-
Que gran verdad, mi hijo se parece a su madre -aseguró Uhlok,
guiñando un ojo, pero sólo pareció que Ophanli se dio cuenta de ese gesto.
Mhista
iba a decir algo, pero las carcajadas de Uhlok y Ofthar le hicieron desistir de
ello. El grupo avanzó, siguiendo al destacamento de Uhlok. Los dos grupos
cruzaron la línea de obras por donde en el futuro estaría la puerta de entrada.
Uhlok les fue explicando cosas del proyecto. Se quejó de que Ofhar tratase tan
bien al ingeniero extranjero, pero al final tuvo que reconocer que sabía bien
lo del arte de construir en piedra. No solo en la muralla externa, sino en las
construcciones del castillo interior, la nueva casona del señor Nardiok, el
templo, los cuarteles, los establos. Además informó que iba a construir un
mercado, un par de templos más y la futura casa de los Bhalonov en la ciudad.
Ofhar se había decidido por una mezcla entre cuartel y palacete, de planta
cuadrada y no circular. Esperaba no solo que fuera su residencia, sino que
hubiera sitio para que otros familiares pudieran residir si estaban de visita.
Ofthar
pensó en esa idea de su padre y comprendió lo que había detrás. Uhlok era un
familiar, primo de su padre, progenitor de Mhista. Era un gran guerrero, pero
estaba atado a las viejas costumbres. Tener un palacio-cuartel en la capital,
haría que hubiera una fuerza familiar siempre a disposición del cabeza de clan.
Si las cosas, por un casual provocaban que la familia dejase de ser amiga de la
gobernante, ellos podrían hacerse con un pequeño ejército, de defensa o de
ataque. Su padre había sido muy listo. Que ganas tenía de verlo.
Dar con
Ofhar fue muy fácil. Se lo encontraron en la plaza principal del castillo
interior, hablando con un hombre menudo, de pelo blanquecino, que no reconoció
hasta que se dio la vuelta. Era Iomer, el mercader. Su suerte empezaba a
cambiar.
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