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miércoles, 23 de mayo de 2018

Lágrimas de hollín (15)


Fhin le hizo un gesto para que se acercase, al igual que le mostró las manos, indicándole que no tenía oscuras intenciones.

-       Has atraído a demasiados sujetos -se burló el muchacho, señalando las arcadas-. Ha sido un error mayúsculo pasearte por la Cresta con tantas bolsas en el cinturón.
-       Yo no veo a nadie -negó Bheldur, acercándose con cuidado.
-       Que tú no veas a nadie, no quiere decir que no estén ahí -advirtió Fhin-. Claramente no eres de este barrio, más aún, diría que no llevas mucho aquí. Eso sí, has tenido el tiempo justo para enfadar a uno de los carroñeros que se dividen el lugar. ¿Cómo vas a librarte de tus seguidores?
-       ¿Cuantos ahí? -preguntó Bheldur, quien se empezaba a alarmar por la situación y se daba cuenta de su error.
-       Bueno habrá un buen número de niños, pero a esos se les espanta rápido -dijo Fhin-. El problema son los otros. Diría que cuatro o cinco cazadores. Yo no suelo meterme con ellos, y nadie si tiene dos dedos de frente. Les protegen los jefes. Matar a uno es lo mismo que declararle la guerra a un clan. Lo interesante es que fueran de los serpientes, pues pasaría mucho tiempo antes de represalias, pero claro, no estamos en su territorio.
-       O sea, que no hay escapatoria para nosotros -murmuró Bheldur, lo que provocó una mirada burlona de Fhin.
-       ¿Nosotros? ¿Qué te dice que hay un nosotros? -preguntó Fhin.
-       Bueno, me da que eres un joven honorable, como yo -indicó Bheldur, al tiempo que Fhin chasqueó la lengua-. Bueno, más que yo. Pero si no lo fueras no me habrías traído hasta esta plaza. Tú ya sabías lo que iba a pasar y me has vuelto a salvar. No solo advirtiéndome, sino esperándome ahí apoyado.
-       ¿Tú crees?
-       Estoy seguro y si me ayudas a escapar de aquí, sano y salvo juro que te seguiré hasta el mismísimo infierno si hace falta -aseguró Bheldur, que iba a callarse, pero recordó algo-. Por cierto, me llamo Bheldur.


Fhin se lo quedó mirando fijamente. En ningún momento había esperado que en ese día fuera a conocer alguien como el tal Bheldur. Hasta ahora le había parecido un ladronzuelo más de los que pululaban por la ciudad. Pero sus últimas palabras resultaban creíbles, le parecía que las había dicho con el corazón, lo que quería decir que cumpliría su juramento. Fibius le había instruido en el arte de descubrir las mentiras y la última frase de Bheldur no iba manchada por ellas.

-       Es un placer, Bheldur, yo soy Fhin, a secas -se presentó Fhin-. Puedo sacarte de aquí, llevarte a un lugar seguro, pero espero que estés dispuesto a hacer cualquier cosa que te pida.
-       Si con ello salvo el pellejo, no dudaré en acatar tu orden -murmuró Bheldur.
-       Bien, bien -se limitó a decir Fhin al tiempo que miraba hacia la estatua-. ¿Sabes quién es el hombre del caballo?


Bheldur se quedó mirando a Fhin, sorprendido por la pregunta, que no parecía tener nada que ver con lo que estaban hablando. Fhin seguía señalando hacia arriba y Bheldur levantó la mirada con cuidado. El rostro estaba semioculto por las ropas que colgaban de las cuerdas. No lo podía ver bien, pero parecía un hombre con una barba poblada, aunque llevaba un casco abierto, con una especie de tela de cota de malla. Los ojos eran grandes, una mirada adusta, perdida hacia un punto de la plaza. No reconoció al hombre y la placa del pedestal estaba borrada por el paso del tiempo y por un cincel.

-       No -se limitó a responder Bheldur.
-       Bueno, pues este hombre fue el constructor del barrio -explicó Fhin-. Se llamaba Jockhel de Mars.
-       ¿Mars? ¿Un Mars? ¿Me estás hablando de uno de los reyes de antaño? -interrogó Bheldur, sorprendido, pues no esperaba ver una estatua de unos de los monarcas de la época de antes de la ocupación imperial.
-       Entiendo tu sorpresa, Bheldur -indicó Fhin-. Jockhel de Mars fue uno de los primeros reyes, y fue el constructor de la primera capital. En ese entonces, la muralla de la Cresta era la muralla exterior de la ciudad de Jockhel. Muchas de estas casas son casi de esa época, otras se cayeron hace mucho y se construyeron nuevas. Esta plaza y la estatua la hizo erigir uno de sus descendientes, para homenajear al gran rey. Claramente por tu mente pasa una pregunta, como los imperiales no la destruyeron. Muy simple, los ciudadanos de la Cresta, los que se acordaban de su existencia, se encargaron de borrar las letras de la placa y los imperiales creyeron que era un general olvidado. La cuestión es que hoy en día ya pocos saben quién es. Solo algunos.
-       Siempre está bien conocer algo nuevo de nuestra ciudad -ironizó Bheldur.
-       Bueno, yo esperaba más que te dieras cuenta más de la volatilidad de la vida y que hasta los más poderosos son olvidados -indicó sonriente Fhin-. Para que pienses lo poco que importa los que no somos nada si desaparecemos bajo una turba. Aunque también esperaba que miraras para arriba y te dieras cuenta de algo, pero me temo, Bheldur, que solo te has quedado con lo simple.


Bheldur volvió a mirar hacia el rostro de la estatua, pero no vio nada diferente a lo que había observado la anterior vez. La cabeza del olvidado rey, el caballo, el pedestal, las cuerdas que cruzaban de un lado de la plaza. Unas eran delgadas llenas de ropa colgada, mientras que otras eran gruesas.

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