Fhin le
hizo un gesto para que se acercase, al igual que le mostró las manos,
indicándole que no tenía oscuras intenciones.
-
Has atraído a demasiados sujetos -se burló el muchacho, señalando
las arcadas-. Ha sido un error mayúsculo pasearte por la Cresta con tantas
bolsas en el cinturón.
-
Yo no veo a nadie -negó Bheldur, acercándose con cuidado.
-
Que tú no veas a nadie, no quiere decir que no estén ahí -advirtió
Fhin-. Claramente no eres de este barrio, más aún, diría que no llevas mucho
aquí. Eso sí, has tenido el tiempo justo para enfadar a uno de los carroñeros
que se dividen el lugar. ¿Cómo vas a librarte de tus seguidores?
-
¿Cuantos ahí? -preguntó Bheldur, quien se empezaba a alarmar por
la situación y se daba cuenta de su error.
-
Bueno habrá un buen número de niños, pero a esos se les espanta
rápido -dijo Fhin-. El problema son los otros. Diría que cuatro o cinco
cazadores. Yo no suelo meterme con ellos, y nadie si tiene dos dedos de frente.
Les protegen los jefes. Matar a uno es lo mismo que declararle la guerra a un
clan. Lo interesante es que fueran de los serpientes, pues pasaría mucho tiempo
antes de represalias, pero claro, no estamos en su territorio.
-
O sea, que no hay escapatoria para nosotros -murmuró Bheldur, lo
que provocó una mirada burlona de Fhin.
-
¿Nosotros? ¿Qué te dice que hay un nosotros? -preguntó Fhin.
-
Bueno, me da que eres un joven honorable, como yo -indicó Bheldur,
al tiempo que Fhin chasqueó la lengua-. Bueno, más que yo. Pero si no lo fueras
no me habrías traído hasta esta plaza. Tú ya sabías lo que iba a pasar y me has
vuelto a salvar. No solo advirtiéndome, sino esperándome ahí apoyado.
-
¿Tú crees?
-
Estoy seguro y si me ayudas a escapar de aquí, sano y salvo juro
que te seguiré hasta el mismísimo infierno si hace falta -aseguró Bheldur, que
iba a callarse, pero recordó algo-. Por cierto, me llamo Bheldur.
Fhin se
lo quedó mirando fijamente. En ningún momento había esperado que en ese día fuera
a conocer alguien como el tal Bheldur. Hasta ahora le había parecido un
ladronzuelo más de los que pululaban por la ciudad. Pero sus últimas palabras
resultaban creíbles, le parecía que las había dicho con el corazón, lo que
quería decir que cumpliría su juramento. Fibius le había instruido en el arte
de descubrir las mentiras y la última frase de Bheldur no iba manchada por
ellas.
-
Es un placer, Bheldur, yo soy Fhin, a secas -se presentó Fhin-.
Puedo sacarte de aquí, llevarte a un lugar seguro, pero espero que estés
dispuesto a hacer cualquier cosa que te pida.
-
Si con ello salvo el pellejo, no dudaré en acatar tu orden
-murmuró Bheldur.
-
Bien, bien -se limitó a decir Fhin al tiempo que miraba hacia la
estatua-. ¿Sabes quién es el hombre del caballo?
Bheldur
se quedó mirando a Fhin, sorprendido por la pregunta, que no parecía tener nada
que ver con lo que estaban hablando. Fhin seguía señalando hacia arriba y
Bheldur levantó la mirada con cuidado. El rostro estaba semioculto por las
ropas que colgaban de las cuerdas. No lo podía ver bien, pero parecía un hombre
con una barba poblada, aunque llevaba un casco abierto, con una especie de tela
de cota de malla. Los ojos eran grandes, una mirada adusta, perdida hacia un
punto de la plaza. No reconoció al hombre y la placa del pedestal estaba
borrada por el paso del tiempo y por un cincel.
-
No -se limitó a responder Bheldur.
-
Bueno, pues este hombre fue el constructor del barrio -explicó
Fhin-. Se llamaba Jockhel de Mars.
-
¿Mars? ¿Un Mars? ¿Me estás hablando de uno de los reyes de antaño?
-interrogó Bheldur, sorprendido, pues no esperaba ver una estatua de unos de
los monarcas de la época de antes de la ocupación imperial.
-
Entiendo tu sorpresa, Bheldur -indicó Fhin-. Jockhel de Mars fue
uno de los primeros reyes, y fue el constructor de la primera capital. En ese
entonces, la muralla de la Cresta era la muralla exterior de la ciudad de
Jockhel. Muchas de estas casas son casi de esa época, otras se cayeron hace
mucho y se construyeron nuevas. Esta plaza y la estatua la hizo erigir uno de
sus descendientes, para homenajear al gran rey. Claramente por tu mente pasa
una pregunta, como los imperiales no la destruyeron. Muy simple, los ciudadanos
de la Cresta, los que se acordaban de su existencia, se encargaron de borrar
las letras de la placa y los imperiales creyeron que era un general olvidado.
La cuestión es que hoy en día ya pocos saben quién es. Solo algunos.
-
Siempre está bien conocer algo nuevo de nuestra ciudad -ironizó
Bheldur.
-
Bueno, yo esperaba más que te dieras cuenta más de la volatilidad
de la vida y que hasta los más poderosos son olvidados -indicó sonriente Fhin-.
Para que pienses lo poco que importa los que no somos nada si desaparecemos
bajo una turba. Aunque también esperaba que miraras para arriba y te dieras
cuenta de algo, pero me temo, Bheldur, que solo te has quedado con lo simple.
Bheldur
volvió a mirar hacia el rostro de la estatua, pero no vio nada diferente a lo
que había observado la anterior vez. La cabeza del olvidado rey, el caballo, el
pedestal, las cuerdas que cruzaban de un lado de la plaza. Unas eran delgadas
llenas de ropa colgada, mientras que otras eran gruesas.
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