Ihlmanar
se puso a andar, descendiendo por la colina, hacia la entrada a la grieta, por
donde Lybhinnia y el grupo tenían pensado bajar hacia la oscuridad. Lybhinnia
caminaba a su lado.
-
Antes has dicho que íbamos a cometer una locura, ¿a qué te
referías? -preguntó Lybhinnia.
-
Veníais hacia aquí con la idea de descender hacia las
profundidades de la grieta -indicó Ihlmanar, dejando sorprendida a Lybhinnia
por su acierto-. Esa era vuestra locura. Allí abajo ya no queda nada, excepto
la muerte, pero no una directa, sino la desesperación de vagar sin rumbo. Una
gran catástrofe ha ocurrido, una llena de odio y miedo. Incluso los dioses
están desconcertados, pues uno de ellos lo ha provocado.
-
No te entiendo. ¿Sabes lo que ha ocurrido aquí? -dijo Lybhinnia,
deteniendo su paso y señalando a la grieta.
-
La diosa de los finitos ha cometido el gran pecado de los dioses,
amar y querer proteger a sus hijos hasta interferir en sus vidas -contestó
Ihlmanar-. Los finitos han querido librarse de sus poderosas garras, y la diosa
se ha enterado. Con el corazón destrozado por la traición de los hijos se ha
vengado. Ha destruido todo lo que ellos construyeron con su ayuda, los ha
enterrado en la grieta. Los dioses, con Silvinix a la cabeza luchan contra
ella, pronto la capturarán pues en su congoja ha cometido el error más
infantil, ha destruido la fuente de su poder. La castigaran por pecar de esta
forma. Pero sus hijos al morir la maldijeron, con odio, con ira, convirtiéndose
ellos mismos en la maldición. Ahora campan por la grieta, muchos de ellos
atados a sus cuerpos mortales, pero otros han escapado, llevan la corrupción al
gran bosque, a las montañas, se va extendiendo. Solo los dioses podrán
contenerla, pero antes deben acabar con la fuente, la diosa.
-
Tus palabras son enigmáticas, Ihlmanar -comentó Lybhinnia, que empezaba
a comprender la magnitud de la situación, sabía que el ebheron le estaba dando
la respuesta, pero su interpretación debía ser cosa de otro, más sabio,
Armhiin-. La ciudad humana era inmensa, vivían cientos de ellos, y dices que
han perecido todos. ¿Eso es a lo que te refieres?
-
Miles de ellos, miles de almas aferradas a la maldición, más
poderosa que la que pudieran crear los magos y hechiceros -afirmó Ihlmanar.
-
Y han creado la corrupción que está acabando con el bosque -añadió
Lybhinnia.
-
No lo está matando, no del todo, lo transforma, lo vuelve
peligroso, salvaje, nuevas criaturas lo empiezan a poblar, seres destrozados,
seres malditos -señaló Ihlmanar-. Nada como lo que convivía hasta ahora con
vosotros. No podréis domarlo, no podréis capturarlo, no se puede comer, pues
envenena, no solo su carne, también su presencia. Nacidos para matar, nacidos
para destrozar el mundo de la diosa, pues los finitos alababan el bosque como
una de las creaciones de su diosa. Los han ligado al bosque, antaño verde, ahora
negro. Las arboledas caerán en la vorágine de odio que llevan instalado en sus
corazones. Si queréis sobrevivir deberéis cambiar, lo más pronto posible, el
bosque de Fhyren ya no es apto para los Shyafhyren.
Las
palabras de Ihlmanar golpeaban todo el cuerpo de Lybhinnia, mientras su mente
asimilaba las terribles noticias. Los Shyafhyren, o sea ellos, ya no podían
vivir en el gran bosque, donde habían morado lustros completos. Todo por la
insensatez de una diosa de los humanos. Debía llevar estas malas nuevas a
Armhiin, lo más rápido posible. Pero si no podían residir en Fhyren a donde
irían. Solo conocía un lugar donde residían elfos, sus primos los Shyavhalanar.
Pero para llegar hasta ellos, debían cruzar las temibles montañas de la
cordillera de Sherghaltha, conocida para los humanos como cordillera del
colmillo, debido a la forma de sus picos. Y solo conocía un paso viable, el
paso de Ghalnnor. Solo pensar en Ghalnnor le vino un escalofrío. Ghalnnor era
una ciudad enana, la mayor en esta zona y su rey era Adohpp, un enano que
recordaba con orgullo las guerras Vhalaryas. Les pediría un buen pago por
cruzar por su paso y ante sus puertas.
-
Vuestro camino no puede ser hacia el oeste -advirtió Ihlmanar,
sorprendiendo a Lybhinnia.
-
¿Por qué? -quiso saber Lybhinnia, que pasó por alto que el ebheron
parecía ser capaz de leerle la mente.
-
Adohpp guerrea con finitos y elfos por igual. Los elfos por
primera vez en mucho tiempo han tomado las armas y vengan las pérdidas pasadas
-explicó Ihlmanar-. Los finitos están ofuscados, han decidido no quedarse
atrás, se preparan para vencer a los mayores. Yo moraba en la llanura de
Abhatte, lejos de los finitos y su afán por domesticar a mis hijos. Elfos y
enanos aun respetan a nuestra raza y ni Adohpp me negó el paso, aunque ellos
prefieren montar en cabras o jabalíes. El bosque de Vhalanar será consumido por
el fuego y la muerte. Si viajáis hacia el oeste, no pasareis de Ghalnnor.
Lybhinnia
no sabía qué decir, las palabras de Ihlmanar eran claras, una advertencia
justa, no veía mentira en ellas, y por qué la iba a haber. Claramente el tiempo
de su raza estaba terminando, o por lo menos las otras razas estaban imponiendo
su fin. Sería por esto que había notado a Armhiin más distante en esta época
que en otras.
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