Para
cuando había pasado una hora de las muertes de Olppa y Ophan, la aldea parecía
haber vuelto a una relativa normalidad. Phine, el siervo, había sido autorizado
por Ofthar y luego por Ophanli como el nuevo capataz. Y este había sido muy
diligente en su nuevo puesto. Había limpiado la plaza central. Los cadáveres de
los sectarios habían sido cargados en una carreta y más tarde se los llevarían
a algún lugar alejado para enterrarlos. En cambio, para el señor Ophan se había
levantado una pira de madera en el centro. Otherk, a falta de sacerdote, se
encargaría de oficiar los ritos. El cuerpo de Ophan se había imbuido en lona
blanca y nueva, se habían aplicado las resinas aromáticas correspondientes y se
había colocado sobre la leña. Se había hecho reunir a los siervos de nuevo y
ahora esperaban la llegada de Ophanli, que se preparaba para aparecer luciendo
la grandeza del señor de Ryam.
Los
compañeros de Ofthar hacían de guardia de honor del cuerpo. Los siervos
hablaban entre ellos, creando un ligero murmullo, que se terminó de golpe, lo
que indicó que había aparecido Ophanli. Ofthar se volvió hacia la casa
principal. El nuevo señor avanzaba con paso firme, a su encuentro.
-
Limeck -fue lo único que dijo Ophanli, al llegar junto a Ofthar,
que asintió en silencio.
Ofthar le
hizo un gesto a Otherk, que empezó a recitar un salmo. Ophanli y Ofthar se
mantuvieron firmes, con la vista hacia la pira. Phine se había acercado en
silencio y se había quedado un par de pasos por detrás de Ophanli, como debía
hacer el capataz mayor. Pronto Ofthar se hundió en sus pensamientos. Limeck era
una población, una pequeña ciudad cercana a las montañas, del señorío de las
llanuras. Por lo que sabía, en Limeck había minas, de hierro, de plata y algo
de oro. Y eso es lo que le hacía importante al enclave. También estaba rodeada
de campos agrícolas y cerca los bosques que se hundían en los valles
montañosos. Si los cultistas de Bheler venían de esa ciudad, habría que
investigarlo. Le plantearía su duda a su padre, cuando llegaran a Bhlonnor.
Otherk no
se alargó mucho con los salmos, pues sabía que su amigo quería irse lo antes
posible. Llevó a cabo la ceremonia con lo indispensable y prendió fuego a la
pira. Las llamas, gracias a las resinas que impregnaban el cuerpo y la leña, se
alzaron rápidas, consumiéndolo todo. Cuando la cosa estaba ya muy adelantada,
dispersaron a los siervos, quedándose Ofthar, Ophanli y Phine solos.
-
Nosotros nos pondremos inmediatamente en marcha -indicó Ofthar,
mirando al señor y el capataz-. Phine, te encargaras de Ryam hasta el retorno
de tu señor. Visto lo rápido que has organizado todo, no creo que haya ningún
problema dejando Ryam en tus manos. Tu padre estaría orgulloso de ti.
-
Gracias, señor -se limitó a decir Phine, visiblemente contento con
las palabras de Ofthar.
-
En ese caso vuelve a tus labores, que preparen el caballo del
señor y los míos -ordenó Ofthar.
Phine
asintió con la cabeza y se marchó de allí. Ophanli seguía callado, observando
cada poco tiempo la hoguera que reducía el cuerpo abultado de su padre a
cenizas.
-
¿Has dicho Limeck, verdad? -inquirió Ofthar, haciendo volver al
pensativo Ophanli.
-
Sí, me ha costado dar con el recibo, pero mi padre no lo había
destruido -afirmó Ophanli-. Un mercader, extranjero, un tal Iomet o Ioner, no
se lee bien su nombre…
-
¡Iomer! -cortó Ofthar.
-
¿Conocéis al mercader? -preguntó Ophanli, sorprendido.
-
Hace muchos años que no le veo, pero parece que sigue en el
negocio -asintió Ofthar, evocando recuerdos del pasado-. Solo puedo decir que
era duro negociando, nunca pagaba ni una pieza de oro de más ni ganaba una de
menos. Es raro que haya estado comerciando con elementos de tan ínfima calidad
-Ophanli no se extrañó por usar ese lenguaje con los esclavos, así era la
sociedad en la que vivían-. Me hubiera gustado hablar con él.
-
¡A mi también! -aseguró Ophanli, con una sonrisilla aviesa. Ofthar
vio un poco de odio en ella. Sería mejor que él y no Ophanli se encontrara
antes con el mercader. El muchacho podría intentar vengarse de Iomer por los
malditos esclavos.
-
Bueno, el destino es el destino, no se puede cambiar, solo Ordhin
tiene esa prerrogativa -añadió Ofthar-. Cámbiate y prepara tu bolsa de viaje. Y
una cosa más, ahora has dejado de ser un niño y eres un señor, de tu cinturón
debe caer un arma. Así que pídele a Ogbha que te busque la adecuada para ti.
Espero que nos podamos poner en marcha pronto.
Ophanli
asintió con la cabeza y se fue con paso rápido hasta donde estaba Ogbha y le
dijo algo. El guerrero miró a Ofthar que asintió con la cabeza y dejó su puesto
para ayudar a su joven primo. Ofthar sabía que Ogbha haría que todo se llevará
con diligencia. Él hizo un gesto a sus compañeros y se dirigió hacia la casona
de invitados, para recoger sus cosas.
Como
había previsto, en una hora más, mientras un grupo de siervos, bajo la atenta
mirada de Phine, recogían las cenizas y el resto de la madera sin quemar, para
llevarlas al panteón familiar, el grupo de Ofthar, con él y Ophanli a la cabeza,
salía de Ryam, por la puerta, a la que habían retirado la barricada. Les
quedaban unas jornadas largas, pues Ofthar había decidido no parar en ninguna
aldea más, dormirían al raso o seguirían cabalgando, pero llegar a Bhlonnor era
de especial necesidad.
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