Beldek, sobre su montura, rodeado por dos filas dobles
de soldados de la milicia, armados con lanzas y escudos, que formaban un cuadro
cerrado, protegiendo a Beldek, Ahlssei, Shiahl, su escolta y el carro de los
estudiosos, en su vuelta al cuartel, con el cuerpo de Yhurino, pensaba en las
últimas aportaciones del conde a su diario.
Yhurino había plasmado en esas páginas su miedo y su
recelo a Irgold. La fecha de los últimos escritos coincidía con la aparición
del contramaestre muerto. Ahí Yhurino empezaba a tener reparos en la cantidad
de información que poseía Irgold sobre los muertos y los asesinatos. Solo
alguien implicado directamente en ellos podría estar tan bien informado. El
temor del conde no era infundado. Había mandado a alguno de sus siervos a
seguir a Irgold, pero este se libraba de ellos con facilidad. Pero Yhurino también
escribía que seguiría soliviantado la sociedad. Pero cuando conoció la muerte
del maestro Farhyen, Yhurino supuso que las cosas empezaban a irse al traste,
era hora de romper con el informante, pues su trabajo ya estaba hecho. En un
par de anotaciones había hecho que no le permitieran entrar en la casa. El
conde estaba intranquilo y nervioso en sus últimas aportaciones al diario.
Y Beldek estaba seguro que Yhurino había recibido al
informante esa noche porque temía que este intentase montar un altercado entre
sus invitados, pero sobre todo por su presencia y la de Ahlssei. Aunque el
informante venía con la idea de silenciar al noble, estaba eliminando sus cabos
sueltos y si no se equivocaba, Bhilsso era otro que también debería hacer
desaparecer.
La noticia de la muerte de Yhurino no parecía haberse
extendido demasiado y por ello no tuvieron demasiado problema para regresar a
la ciudadela. Beldek ordenó al Shiahl que llevase el cuerpo del conde a su
morgue y que esperase en el cuartel. Él debía ir a informar al general. Ahlssei
indicó que él también marcharía a palacio, para que el canciller estuviese
informado de la muerte de Yhurino y de esa forma, evitar complicaciones por
parte del emperador. Ahlssei, al ser de la guardia de palacio, no pidió que le
escoltase una unidad de caballería. Beldek si que tuvo que hacerse con una
escuadra, pues el general ya se había ido a su casa en la ciudad. No le hacía
mucha gracia tener que molestar al general durante su sueño, pero debía hacerlo.
El general moraba en el mismo barrio que Beldek, por
lo que Ahlseei lo acompañó hasta que se separaba el camino hacía el barrio
alto. La hacienda del general era parecida a la de Beldek, pero con más
extensión de jardines, lo que la casa estaba más alejada del mundanal ruido y protegida
por un muro más alto y más grueso, terminado en unas almenas falsas. En la
puerta había estacionados una escuadra de soldados de la milicia, junto los
propios sirvientes del general. La visión del uniforme y las condecoraciones de
Beldek, le permitieron pasar sin dar muchas explicaciones. La mayoría de los
sirvientes que estaban haciendo las rondas por los jardines eran antiguos
soldados, veteranos que habían sido dados de baja de los ejércitos imperiales,
muchos de ellos debido a heridas o amputaciones que ya no les permitían seguir
en el servicio activo. También había algunos que habían pasado de una edad
apropiada para ser guerreros.
En las escalinatas de acceso al edificio principal,
donde moraba el general y su familia, pues había algunos edificios más como la
casa de los sirvientes, la de los veteranos, que recordaba a un cuartel, pero
de pequeñas dimensiones, establos y almacenes, esperaba un hombrecillo, vestido
a la carrera, por lo que la casaca estaba arrugada, las medias medio caídas y
no llevaba sombrero alguno, con el pelo despeinado. Le vio bostezar varias
veces mientras Beldek se apeaba de su montura, así como restregarse los ojos
con fuerza para quitarse las legañas.
-
Buenas noches, señor -saludó ligeramente malhumorado el criado a
Beldek, cuando este se acercó a él-. ¿En qué le puedo ayudar, a estas horas?
-
Debo ver al general inmediatamente -indicó Beldek, sin hacer caso
al tono agrio del criado, que sin duda no esperaba ser levantado a medianoche
por un oficial de la milicia.
-
El general duerme -explicó el criado, que se fijó en la serie de
condecoraciones y se dio cuenta que no era un oficial de rango inferior, no era
un ordenanza ni un mensajero habitual, pero él tenía órdenes, por lo que
añadió-. El general duerme y no se le puede despertar, no puedo ayudarle, señor…
-
La información que le traigo al general es de máxima importancia
-le cortó Beldek-. Así que déjate de tonterías y ve a despertar a tu señor o yo
mismo subiré hasta allí. Muévete maldito imbécil.
- Pero
señor… -intentó articular palabra el criado, pero Beldek levantó la fusta
amenazando con golpearla con ella.
El criado se marchó hacia el interior del edificio a
la carrera, dejando a Beldek y los miembros de su escolta en la escalinata. La
conversación había llamado la atención de varios de los veteranos que montaban
guardia por los alrededores, listos para actuar si el general decidía que el
coronel era un invitado no deseado.
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