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miércoles, 10 de junio de 2020

El dilema (28)

Alvho probó la cerveza que le había servido Lhianne y para su asombro estaba francamente buena. Tal vez el guiño significaba otra cosa. Le dio un segundo sorbo y el sabor le pareció demasiado bueno.

-       Estaba preocupada -dijo Lhianne en voz baja, mirando a Alvho con unos ojos tristes-. Pensaba que no ibas a volver.
-       Se podría decir que Tharka quería cerciorarse de que era de fiar -indicó Alvho.
-       ¿Y has pasado su prueba? -inquirió Lhianne-. Tharka no es mala persona, pero si no haces lo que a él le gusta no dudara en deshacerte de ti.
-       Se podría decir que ahora soy socio de Tharka en lo que se aproxima -respondió Alvho, que se calló de repente, miró al techo y luego a Lhianne-. Creo que por tu seguridad es mejor que no te cuente nada más de lo que me ha dicho Tharka o Ulmay. Ya deberías saber que la información es poder. 
-    Supongo que lo sé gracias a ti -espetó Lhianne con una mezcla de enfado y rencor. Su sonrisa se quedó petrificada durante unos segundos, pero pronto se forzó a ser más natural-. Pero supongo que si tú crees que es mejor así, no me cuentes nada que me pueda poner en peligro.

Alvho por un lado no quería que ninguno de sus enemigos pudiera saber del juego que se traía entre manos. Lhianne podía parecer fuerte, pero en la tortura hasta el que se creía una fortaleza tendía a desmoronarse o perderse en la locura. Pero creía que también se lo tomaría a pecho si le pasase algo a Lhianne otra vez por su culpa, lo que era un sentimiento raro en él. Tal vez había llegado a esa edad en que le gustaría cambiar de vida. A su mentor de infancia le había pasado. Llegó un momento que quiso asentarse en algún lugar, pero eso es un error para alguien como ellos. Alvho dudaba que Lhianne quisiese una vida de constante movimiento y cambio.

Por otro lado, sabía que Lhianne había estado informando a Tharka sobre él. Podría ser que esas preguntas por parte de la mujer fuera algún tipo de prueba para comprobar la lealtad de Alvho con la causa. Si era ese el caso, lo mejor era guardar el secreto de la expedición y las verdaderas ideas de Ulmay.

A su vez, estaba el problema de Ireanna. Ya le había amenazado de ir contra Lhianne si hacía algo que no le gustaba a ella. Por eso mismo no le acababa de gustar la antigua sacerdotisa. Eran sus formas la que la delataban como alguien más peligroso. Podría ser una espía del gran druida Alkkar, para tener controlado a Ulmay o algo peor. Debería tenerla controlada.

-       ¿Quieres algo de comer? -preguntó Lhianne, sacando a Alvho de sus pensamientos-. Queda algo del estofado en la cocina. Te lo puedo calentar si quieres.
-       Tharka me ha dado de comer mientras hablábamos -contestó Alvho-. Pero gracias.
-       Pues en ese caso, cuando termines de beber, me temo que Selvho querrá que amenices la taberna como en los últimos días. Ya empieza a entrar clientela y sabes que vienen únicamente para escuchar tus canciones y poemas.
-       Qué triste es la vida del bardo itinerante -bromeó Alvho-. Siempre encuentras a un  tabernero que te hace el favor de prestarte un público, pero cuando ve que eres bueno te sangra como a un cerdo. Ya apuro mi bebida y me pongo a ello. Hoy la bella dama quiere una canción especial.
-       No hace falta -empezó a decir Lhianne, pero se detuvo y al poco añadió-. Cuando era pequeña mi madre cantaba una canción sobre los triunfos de Ordhin sobre los salvajes guerreros de hielo. Aún me acuerdo de ella, pero por aquí no la conocen. 
-    ¡Hum! Una canción sobre las gestas de Ordhin en el mar del sur -empezó a pensar Alvho en voz alta-. Es una canción que se suele cantar en el señorío de los hielos. Creo conocerla. Espero que sea la que tú recuerdas.

Alvho se apuró la jarra de un único trago, haciendo que se le cayesen unos hilillos de la dorada cerveza por las comisuras de los labios. Dejó la jarra y se marchó a su habitación, para recoger su instrumento. Un bardo no era nada si no podía tocar una música de acompañamiento. Cuando regresó a la taberna, fue recibido con entusiasmo por varios clientes. Había algunos más que antes. Lhianne ya había abandonado la barra, donde había sido sustituida por Selvho. La mujer se encargaba de llevar los encargos de los clientes.

Alvho comenzó su repertorio con la petición de Lhianne. La canción era larga y narraba como el gran Ordhin luchaba contra unos gigantes de hielo. Unos guerreros que llegaban del sur, enviados por los demonios del infierno, que en aquella época no estaba regido por Bheler, sino por unos seres que querían acabar con toda la vida, transformando el mundo de Ordhin y de ellos en un terreno tan baldío como ese infierno. Habían conseguido insuflar espíritus malvados en las grandes masas de hielo, para así destruirlo todo. Pero un joven Ordhin, al frente de otros dioses de su generación luchaba contra ellos y en el momento que todo estaba perdido, aparecieron las criaturas del mar guiadas por Binardha, la gran bestia protectora de los mares. Apoyando a los dioses. El final del canto es como Ordhin, premia a Binardha haciéndola parte de las bestias celestiales y señora indiscutible de los mares.

Cuando terminó con la historia, el público se había animado bastante y ya empezaban a pedir nuevas canciones. Alvho se fijó en Lhianne y se turbó al ver que esta estaba derramando algunas lágrimas. Por un momento quiso acercarse a ella, pero al final se recompuso y siguió con su espectáculo.
  

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