En el monasterio, la llegada de Beldek y su escolta
provocó un estrépito mayor incluso que en la casa del general. Los sacerdotes
siempre tenían un despertar más lento y más molesto que los soldados, por la
única razón que no estaban habituados a tener que levantarse a esas horas tan
oscuras. Los criados, más temerosos tanto de las amenazas del arisco coronel,
como los de los malhumorados sacerdotes por el ruido de pasos y carreras,
hacían lo que podían para intentar mantener un equilibrio entre los dos frentes
que se iban a abrir pronto.
Estos criados carecían de la habilidad para saber que
mantener en la calle al coronel iba a serles contraproducentes. Un mayordomo
caminaba con un somnoliento padre Ghahl, que se había vestido a la carrera tras
ser advertido de la presencia del coronel.
-
¿Y dónde espera el conde de Lhimoner? -preguntó Ghahl, caminando
todo lo rápido que le permitía su edad, sus piernas y el sueño que aún
gobernaba su cuerpo.
-
Ante la escalinata de entrada, padre -respondió solicito el
mayordomo.
-
¿Qué? -dijo sobresaltado Ghahl, pero sin subir demasiado el tono,
pues estaba cruzando el pasillo de celdas de otros sacerdotes que ahora
estarían durmiendo-. Le habéis dejado en la calle, a un oficial de la milicia
de la ciudad, un héroe de guerra y amigo personal del emperador. Cómo presente
una queja, alguien lo va a sentir con creces. Reza que vuestro error pase
desapercibido.
-
Yo…, yo solo seguía las órdenes del abad de Fhundar, padre -murmuró
el mayordomo cariacontecido-. Lo despertamos antes que usted, es el protocolo e
indicó que a quien viene a horas intempestivas con alaridos y malas formas, que
se quede en el frío de la noche, señor.
-
Como siempre el buen abad consecuente con sus formas -indicó
Ghahl, sin demostrar sorpresa alguna. Ya sabía demasiado bien que Shubahl solía
tener unas formas rudas y malas cuando lo molestaban o se creía ofendido-. Voy
a buscar al coronel. Tú, haz que caldeen la sala de audiencias roja.
- Sí,
padre.
La sala de audiencias roja era un pequeño despacho que
solían usar para recibir visitas, ya fueran damas de alta alcurnia que querían
hacer donaciones, así como padres que querían que uno de sus hijos se
convirtiera en sacerdote. Si el mayordomo era lo suficientemente hábil, no sólo
un fuego les esperaría en el despacho, sino también algo de café y algo más
sólido, para intentar mejorar la situación con el noble oficial.
-
Señor coronel, parece que habéis decidido traer la guerra a este
pobre lugar de oración y descanso -saludó respetuoso Ghahl a Beldek, que estaba
acariciando su montura.
-
La investigación está cercana a revelar al enemigo del sumo
sacerdote Oljhal y por ello necesito hablar con un buen sacerdote -dijo Beldek
apeándose de su montura-. Siento que se haya montado un poco de revuelo en el
monasterio, pero pronto en la ciudad se va a montar unas algaradas sin precedente.
¿Dónde podemos hablar, padre Ghahl?
- Sígame,
coronel.
Ghahl le hizo un gesto para que no hablasen hasta la
sala donde le llevó. Era un lugar confortable, con un fuego que a todas luces
se acababa de encender, pero que ya estaba calentado la pequeña habitación con
pocos muebles, dos sofás separados por una mesa baja, donde habían dejado una
bandeja de plata con una jarra humeante, dos tazas, un azucarero, otra jarra
con leche, y lo que parecían unos pasteles de hojaldre y miel.
-
Decía que se van a producir nuevos alborotos, pero parece tener
claro que van a ser más intensos que hasta ahora y que la diana de ellos van a
ser contra el sumo sacerdote Oljhal -indicó Ghahl una vez que se hubo sentado y
que hubo llenado de café las dos tazas que había sobre la bandeja. En la suya
había vertido también un poco de leche y azúcar. Beldek, lo tomaba solo y sin
azúcar-. Supongo que me explicará cómo va a ocurrir tal cosa.
-
El conde de Zornahl ha sido asesinado -dejó caer Beldek. Ghahl
lanzó una oración susurrada al momento-. Le han sacado los ojos y le han
cortado la lengua. ¿Le suena de algo?
-
Vaya la forma de martirio de los infieles -contestó Ghahl al
momento-. Entiendo porque cree que las protestas irán contra el sumo sacerdote.
Un hombre que estaba hablando mal del sumo sacerdote, pregonando su falta de fe
y de religiosidad es asesinado de la forma que se hacía con los infieles a
nuestra iglesia. Las masas, que llevan escuchado al conde criticando al sumo
sacerdote, pensarán que el sumo sacerdote ha querido dar un escarmiento sin
precedentes.
-
Eso es lo que creo yo -aseguró Beldek-. Por ello, antes de venir
aquí ya he puesto en alerta a la ciudadela y al general Shernahl.
- ¿Puede
contarme lo que sabe hasta ahora y lo que cree saber sobre todo ello? -pidió
Ghahl-. Puede pensar que está confesándose a mi persona. Lo que me cuente no
saldrá de esta sala, coronel. Creo que carga con un peso que puede acabar con
usted.
Beldek le miró y asintió con la cabeza. Confiaba en
que Ghahl sería totalmente cuidadoso con lo que le llegara a contar. Era una
historia larga, pero allí se estaba caliente, el café y los pastelitos estaban
deliciosos. Tenía hasta el amanecer siguiente para liberarse de su carga.
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