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domingo, 21 de junio de 2020

El conde de Lhimoner (55)

En el monasterio, la llegada de Beldek y su escolta provocó un estrépito mayor incluso que en la casa del general. Los sacerdotes siempre tenían un despertar más lento y más molesto que los soldados, por la única razón que no estaban habituados a tener que levantarse a esas horas tan oscuras. Los criados, más temerosos tanto de las amenazas del arisco coronel, como los de los malhumorados sacerdotes por el ruido de pasos y carreras, hacían lo que podían para intentar mantener un equilibrio entre los dos frentes que se iban a abrir pronto.
 
Estos criados carecían de la habilidad para saber que mantener en la calle al coronel iba a serles contraproducentes. Un mayordomo caminaba con un somnoliento padre Ghahl, que se había vestido a la carrera tras ser advertido de la presencia del coronel.
 
-       ¿Y dónde espera el conde de Lhimoner? -preguntó Ghahl, caminando todo lo rápido que le permitía su edad, sus piernas y el sueño que aún gobernaba su cuerpo.
-       Ante la escalinata de entrada, padre -respondió solicito el mayordomo.
-       ¿Qué? -dijo sobresaltado Ghahl, pero sin subir demasiado el tono, pues estaba cruzando el pasillo de celdas de otros sacerdotes que ahora estarían durmiendo-. Le habéis dejado en la calle, a un oficial de la milicia de la ciudad, un héroe de guerra y amigo personal del emperador. Cómo presente una queja, alguien lo va a sentir con creces. Reza que vuestro error pase desapercibido.
-       Yo…, yo solo seguía las órdenes del abad de Fhundar, padre -murmuró el mayordomo cariacontecido-. Lo despertamos antes que usted, es el protocolo e indicó que a quien viene a horas intempestivas con alaridos y malas formas, que se quede en el frío de la noche, señor.
-       Como siempre el buen abad consecuente con sus formas -indicó Ghahl, sin demostrar sorpresa alguna. Ya sabía demasiado bien que Shubahl solía tener unas formas rudas y malas cuando lo molestaban o se creía ofendido-. Voy a buscar al coronel. Tú, haz que caldeen la sala de audiencias roja. 
-    Sí, padre.
 
La sala de audiencias roja era un pequeño despacho que solían usar para recibir visitas, ya fueran damas de alta alcurnia que querían hacer donaciones, así como padres que querían que uno de sus hijos se convirtiera en sacerdote. Si el mayordomo era lo suficientemente hábil, no sólo un fuego les esperaría en el despacho, sino también algo de café y algo más sólido, para intentar mejorar la situación con el noble oficial. 
 
-       Señor coronel, parece que habéis decidido traer la guerra a este pobre lugar de oración y descanso -saludó respetuoso Ghahl a Beldek, que estaba acariciando su montura.
-       La investigación está cercana a revelar al enemigo del sumo sacerdote Oljhal y por ello necesito hablar con un buen sacerdote -dijo Beldek apeándose de su montura-. Siento que se haya montado un poco de revuelo en el monasterio, pero pronto en la ciudad se va a montar unas algaradas sin precedente. ¿Dónde podemos hablar, padre Ghahl? 
-    Sígame, coronel.
 
Ghahl le hizo un gesto para que no hablasen hasta la sala donde le llevó. Era un lugar confortable, con un fuego que a todas luces se acababa de encender, pero que ya estaba calentado la pequeña habitación con pocos muebles, dos sofás separados por una mesa baja, donde habían dejado una bandeja de plata con una jarra humeante, dos tazas, un azucarero, otra jarra con leche, y lo que parecían unos pasteles de hojaldre y miel.
 
-       Decía que se van a producir nuevos alborotos, pero parece tener claro que van a ser más intensos que hasta ahora y que la diana de ellos van a ser contra el sumo sacerdote Oljhal -indicó Ghahl una vez que se hubo sentado y que hubo llenado de café las dos tazas que había sobre la bandeja. En la suya había vertido también un poco de leche y azúcar. Beldek, lo tomaba solo y sin azúcar-. Supongo que me explicará cómo va a ocurrir tal cosa.
-       El conde de Zornahl ha sido asesinado -dejó caer Beldek. Ghahl lanzó una oración susurrada al momento-. Le han sacado los ojos y le han cortado la lengua. ¿Le suena de algo?
-       Vaya la forma de martirio de los infieles -contestó Ghahl al momento-. Entiendo porque cree que las protestas irán contra el sumo sacerdote. Un hombre que estaba hablando mal del sumo sacerdote, pregonando su falta de fe y de religiosidad es asesinado de la forma que se hacía con los infieles a nuestra iglesia. Las masas, que llevan escuchado al conde criticando al sumo sacerdote, pensarán que el sumo sacerdote ha querido dar un escarmiento sin precedentes.
-       Eso es lo que creo yo -aseguró Beldek-. Por ello, antes de venir aquí ya he puesto en alerta a la ciudadela y al general Shernahl. 
-    ¿Puede contarme lo que sabe hasta ahora y lo que cree saber sobre todo ello? -pidió Ghahl-. Puede pensar que está confesándose a mi persona. Lo que me cuente no saldrá de esta sala, coronel. Creo que carga con un peso que puede acabar con usted.
 
Beldek le miró y asintió con la cabeza. Confiaba en que Ghahl sería totalmente cuidadoso con lo que le llegara a contar. Era una historia larga, pero allí se estaba caliente, el café y los pastelitos estaban deliciosos. Tenía hasta el amanecer siguiente para liberarse de su carga.
   

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