El café que entraba con pasmosa facilidad por su
garganta, ayudó a Beldek a contar la investigación al padre Ghahl, que prefirió
escuchar con detenimiento todo lo que quisiera decir el coronel, a tener que
romper una narración tan bien estructurada. Tras un largo tiempo, que ninguno
pudo precisar cuántas horas fueron, la narración llegó a su fin y empezaba el
turno de las preguntas de uno y otro.
-
Así que está convencido que quien está detrás de todo esto es un
antiguo sacerdote que seguía la doctrina del padre Jhiven y que abandonó
nuestra Iglesia cuando Oljhal la catalogó de herética -resumió Ghahl-. Ahora
ese hombre busca vengarse de Oljhal.
-
¿No me cree, verdad? -inquirió Beldek, un poco apesadumbrado.
-
¡Oh, no! Creo que tiene bastante razón con sus conclusiones, que
son impecables -indicó Ghahl-. Me da pena que alguien que seguía la doctrina de
Jhiven pueda haber acabado con una ira y un rencor así. Jhiven era un hombre
bondadoso, con unas ideas que habrían hecho que esta Iglesia se habría reformado
para bien, pero Oljhal como otros sacerdotes provenientes de la nobleza, no
podían perder sus privilegios. ¿Usted como noble que es, le gustaría perder su
nivel de vida como aristocracia y vivir como un pobre?
-
Realmente yo soy soldado, oficial sí, pero soldado al final
-contestó Beldek-. Mi título es más bien testimonial. Mi padre me retiró el
estatus nobiliario hace mucho. No era un hombre fácil ni amable. Pero realmente
no me importa demasiado. Él está ya con Bhall y poco puede hacerme. Supongo que
los pobres hubiesen sido los beneficiados con las ideas de Jhiven.
-
Lo hubieran sido, sí -asintió Ghahl-. Pero eso es del pasado. Sí
que le quiero hablar de un par de cosas. Por un lado, la marca en la parte
trasera del cuello. Eso me ha recordado a un instrumento que vi hace un tiempo
en los mataderos de la ciudad. En ellos usan un aparato, más grande que para
usarlo una persona, ya que se acciona con ruedas y poleas. Se utiliza para
matar a las vacas, toros, cerdos y otros animales de gran tamaño, les rompe el
cuello. Me fije en su momento que deja una marca en el cuero. Me dijeron que
siempre tienen que desechar esa parte del cuero, antes de mandarlo a los
curtidores.
-
Podría ser que en la zona rural usasen algo parecido -argumentó
Beldek.
-
Me temo que no, allí son menos civilizados, coronel, aún cortan
los cuellos -ironizó Ghahl, como si hablase de un lugar muy distante-. Yo creo
más bien que su criminal, que ya no es sacerdote, podría trabajar en los
mataderos. Allí las caras nuevas pueden pasar desapercibidas, no cree. No
muchas personas quieren trabajar allí.
-
Es una buena posibilidad -afirmó pensativo Beldek-. ¿Hay algo más
que me quiera comentar?
-
Es sobre Bhilsso -señaló Ghahl-. Después de que se fuera, vino a
verme un sacerdote, el padre Thalkor, que quería despedirse, pues regresaba a
su parroquia en una región sureña. Entonces me acordé que él había coincidido
con Bhilsso en el sur. Thalkor me dijo que al principio, Bhilsso estaba
enfadado por haber sido enviado al sur, lejos de la capital. A los hijos de ricos
en ocasiones no les sienta bien el traslado a zonas rurales. Bhilsso era el
prototipo del sacerdote de alta cuna. Pero tras unos meses la cosa pareció
mejorar. Bhilsso se relajó. Thalkor nunca supo que es lo que le hizo cambiar.
Unos meses antes de su retorno a la capital, hubo otra fase de desazón por
parte de Bhilsso. Pero como se marchó, a Thalkor le importó poco, al demonio
con el niño de papá. Desgraciadamente solo podemos elucubrar posibles
situaciones. Pero yo creo que en algún punto conoció a su criminal y se
convirtió en su colaborador, aunque temo que no por gusto.
-
Al igual que con Yhurino usaría el chantaje -añadió Beldek-. Mi
criminal no tiene ningún problema en usarlo cuando es necesario. Con Yhurino
falló, pero Bhilsso no es como el conde.
- Eso me
temo -dijo Ghahl-. El joven Bhilsso es más simple, o eso me dijo el padre
Thalkor. Pero si queremos saber que usó contra él, deberíamos encontrar a
Bhilsso y…
El padre Ghahl se cayó al ver que Beldek había cerrado
los ojos y respiraba calmado. Se había quedado dormido, sentado en el sofá.
Ghahl intentó elucubrar cuantos cafés llevaría ya encima el coronel y sobre
todo cuanto hacía que no dormía en condiciones. Ghahl se levantó con cuidado y
ordenó al criado que esperaba en el pasillo al otro lado de la puerta que
trajera una manta y que hiciese que los soldados de la escolta fueran atendidos
en la zona de los criados, así como sus caballos en los establos. También pidió
un libro de oraciones, para quedarse, allí, leyendo las escrituras y
protegiendo los sueños del pobre coronel. Su lectura, le impediría dormirse y
además ya estaban bastante cerca del amanecer. El criado le trajo una manta
también para él y echó más leña al fuego, para que no se apagase y no se
pudiera quedar frío. Ghahl le dio las gracias, aunque el criado no demostró
sentimiento alguno por las palabras de Ghahl, pues lo habitual es que los
sacerdotes que allí moraban no se molestasen en hablar con ellos, a excepción
de dar órdenes o regañarlos.
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