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miércoles, 3 de junio de 2020

El dilema (27)

Mientras regresaba a su posada, Alvho iba pensando en todo lo que le había contado principalmente Tharka. Lo habían pensado casi todo, lo que indicaba que la idea tenía que llevar rondando la cabeza de Ulmay desde hacía mucho tiempo. No podía ser que Tharka no se hubiese dado cuenta de que era una farsa de qué Ordhin le había revelado su petición en una de sus últimos momentos de meditación. Tharka podía ser duro al trato y sin duda en los negocios, pero no era un tonto. Alvho dudaba de las palabras de Ulmay, estaba seguro que Tharka estaba más enterado de lo que el druida quería afirmar. Desde hacía tiempo, Alvho había aprendido que aquellos que se hacían los tontos solían vivir más que los listos.
 
Por lo visto Tharka necesitaba a alguien que cuidase de Ulmay, pues no se fiaba nada de Ireanna, por alguna razón que no quiso decirle no podía tener en cuenta a la mujer. Había algo que no le gustaba de ella y a Alvho también le pasaba lo mismo. Ireanna tenía algo que hacía recelar de sus actos. Parecía esforzarse por mantener protegido a Ulmay pero lo hacía de una forma demasiado ostentosa e hiriente hacia el resto de las personas que había allí, incluido el jefe de todos, Tharka. Por la forma de tratarse uno al otro, Tharka no parecía muy habituado a que alguien le mandase a él.
 
Por lo que Tharka le había comentado, habían reclutado ya a más de cincuenta fieles voluntarios, pero sólo diez eran matones de Tharka, lo suficientemente confiables para proteger a Ulmay. El resto eran chusma de la barriada exterior, muertos de hambre que se habían apuntado porque creían a rajatabla las monsergas que se inventaba Ulmay. Por eso a Alvho no le interesaba mucho la religión. Era creyente, pues todos lo eran, pero aparte de alguna oración cuando tocaba, para no levantar sospechas, no solía molestar a los dioses, que a buen seguro tenían mucho que hacer.
 
Pero Tharka había hablado de que quería reunir a los clanes de las barriadas, para que accedieran a una tregua temporal mientras se llevaba a cabo la expedición. Igual alguno de los jefes querría mandar también hombres. Tharka no lo tenía seguro. A parte de su clan, las barriadas estaban gobernadas por otros cinco clanes. Estaban los “Filos ondulantes” en el lado oeste, los “Hachas” al sur, junto con los “Dagas silbantes”. El este estaba dominado por otros dos clanes los “Espadas curvas” y los “Mandobles”, que según Tharka, sus líderes eran un par de viejos ariscos que estaban casi siempre a la gresca, sobre todo entre ellos y en ocasiones con el resto. Tharka había tenido sus más y sus menos con ellos. Le había propuesto a Alvho que lo acompañara a la reunión, como uno de sus matones y así se hacía a la idea de cómo eran los clanes de Thymok. Alvho había aceptado, más para matar el tedio que por un interés real. Aún quedaba demasiado para que la expedición empezase. Tharka le haría llamar en unos días, cuando la reunión estuviese lista.
 
Cincuenta hombres no eran suficientes, pensó Alvho, para cruzar a las llanuras. Según los cálculos de Tharka necesitarían casi doscientos. Alvho pensaba que deberían ser más. No sólo soldados, sino arqueros del thyr, caballería, marineros para las barcazas para cruzar el Phalan, ya que los puentes hacía mucho que se habían destruido y nadie parecía tener ganas de reconstruirlos. Aunque de esa forma se habían reducido las incursiones de las tribus. También se necesitarían siervos para los suministros, porque no se había hablado de un campamento de suministros en la orilla contraria. No se había hablado de ello, porque eso requería construir un campamento y un puerto de campaña, pero muy fortificado. Mantener allí una guarnición de doscientos soldados de armas, más el doble entre criados y arqueros. Las barcazas deberían estar cruzando el río todo el día para llevar suministros y otras cosas. Estos deberían ser llevados por las llanuras en convoyes escoltados hasta donde estuviera el grueso de la expedición. Era una expedición mucho más grande de lo que Ulmay y Tharka hablaban, pero no parecían llegar a ver la realidad de lo que querían llevar a cabo.
 
Por fin entró en la posada y Shelvo le recibió con una sonrisa. Salió de detrás de la mesa que hacía de recepción y se acercó a él.
 
-       Parece que no has sido eliminado -dijo Shelvo-. Si no hubieras vuelto, me hubiera encargado de tus cosas, pero habría perdido a un buen bardo.
-       Vaya, me alegra que en mi desaparición alguien salga ganando -ironizó Alvho, sonriendo a su vez.
-       Vamos, vamos, no te lo tomes así -comentó Shelvo, andando en dirección a la taberna-. Alegra esa cara con una buena bebida. Invita la casa.
-       ¿Invita la casa? -repitió Alvho haciéndose el sorprendido. En la barra de la taberna estaba Lhianne limpiando las copas con un trapo sucio-. En ese caso tu mejor cerveza, venga.
-       Sí claro, pero solo la primera, amigo -añadió Selvho con rapidez, temiendo que Alvho empezase a pedir y pedir.
-       Ya me parecía a mi… 
-    Lhianne ponle una cerveza a nuestro amigo, una jarra de la buena -ordenó Shelvo a Lhianne, guiñándole un ojo, tras lo que se volvió hacía la entrada de la posada.
 
A Alvho no se le había pasado desapercibido el guiño final de Selvho, por lo que podía esperarse que el viejo tacaño no le permitiera a Lhianne escanciar nada de cerveza mejor aunque lo hubiese dicho de viva voz. Se sentó ante la barra, en un taburete y observó cómo Lhianne se contoneaba mientras servía la cerveza de uno de los toneles en la jarra. El líquido dorado fue cayendo dentro de la jarra, formándose la espuma característica. Cuando la jarra estuvo llena, Lhianne regresó hasta la barra con el preciado líquido y dejó la jarra ante Alvho, sonriéndole.
      

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