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miércoles, 17 de junio de 2020

El dilema (29)

Cuando llegó el momento de cambiar de espectáculo, la taberna estaba a rebosar de clientes, la mayoría de ellos demasiado borrachos para entender lo que Alvho cantaba o narraba. Selvho sabía que en ese punto, eran mejor otro tipo de espectáculo y la muchacha con poca ropa fue mejor acogida que la despedida al bardo. Alvho se aproximó a la barra, donde Selvho le esperaba sonriente, algo raro en él.
 
-       ¿Y Lhianne? -preguntó Alvho al no ver a la mujer en la taberna.
-       Se ha retirado a sus aposentos -indicó Selvho, llenando una copa con cerveza y dejándosela delante a Alvho-. Decía estar cansada. Y ahora tengo que trabajar yo el doble. 
-    Que es un poco de ejercicio extra para un viejo guerrero -ironizó Alvho, lo que provocó que Shelvo le respondiera con un sonoro eructo-. Bueno, bueno, no hay que ponerse así.
 
Shelvo regresó a su trabajo y Alvho saboreó la cerveza que tenía ante él. No estaba mal, aunque no era como la que había servido Lhianne. Cuando hubo terminado decidió subir a su habitación, pues no tenía mucho que hacer y lo que era más, le iba a tocar poner alguna manta en su lecho o se iba a congelar. Lhianne era una buena compañía y daba calor.
 
Subir al piso de su habitación sin compañía le hizo sentir un miedo irracional. Algo estaba mal y por ello se puso en guardia. Había un ligero rastro, un olor y un picor que solía tener cuando las cosas no iban como él quería. Tras subir las escaleras, comenzó a recorrer el pasillo que debía recorrer hasta sus aposentos con todos sus sentidos alerta. De improviso se abrió una puerta a su derecha y una mano apareció de la oscuridad, le agarró de brazo y tiró de él hacia dentro. Otra mano tapó su boca al tiempo que la puerta se cerró de golpe.
 
-       Te esperan en tu habitación -le susurró una voz bien conocida en su oído, Ireanna-. Parece que aquellos que mandaron a los asesinos de la arboleda se han enterado que fuiste tú quien los despachó. Parece que no quieren más contratiempos y van a eliminar a los guardianes de Ulmay.
-       También podrías ser tú quien me quiera quitar de en medio -musitó Alvho, retirando con cuidado la mano de Ireanna de su boca. Con un simple vistazo, vio que la habitación en la que estaba era algo más grande que la suya. Vio una silla y la movió para bloquear la puerta. Era mejor no recibir más visitas no deseadas.
-       Vaya forma de agradecer a alguien que quiere ayudarte -añadió Ireanna, dejándose caer sobre la cama.
-       La misma persona que amenaza a los nuevos amigos -recordó Alvho, comprobando que la silla no podría moverse sin que ellos se percatasen-. Ha sido una suerte que mi amiga se sintiera mal, si es que en verdad hay algún enemigo en mi habitación.
-       Eres demasiado desconfiado -se quejó Ireanna, resoplando-. Ulmay me ha dicho que debo protegerte como a Tharka, pues ahora estas en nuestro barco. Y si Ulmay así lo quiere, así será. Y tu amiga está indispuesta porque yo le he echado unas gotas de adormidera en su copa. Creo que habría sido más difícil sacaros del pasillo sin montar un alboroto si ella estuviese en medio.
-       No debías haber hecho eso y… -las palabras de Alvho se detuvieron ya que su mente estaba calculando los pros y las contras. En ese momento sus conclusiones daban la razón a las acciones de la mujer-. Bueno, ya está hecho y no se puede cambiar.
-       Parece que ya entras en razón -dijo Ireanna.
-       ¿Y cuánto tiempo tendré que esperar aquí, contigo? -inquirió Alvho.
-       Hasta que se marchen, supongo -contestó Ireanna-. Puede que se vayan pronto o se queden toda la noche. 
-    Pues habrá que hacer algo que los dos nos guste para pasar el tiempo, ¿no crees? -ironizó Alvho.
 
Ireanna asintió con la cabeza varias veces y de improviso se puso de pie, avanzando hasta quedar ante Alvho, mirándole a los ojos. Los de Ireanna parecían lanzar fuego. Con un movimiento rápido Ireanna, besó en los labios a Alvho. Como él no lo esperaba, se dejó besar al principio y luego ya no le importó mucho. Al fin y al cabo, esto era parte de su forma de sobrevivir. El beso duró lo bastante para que las lenguas se tocasen y para Alvho no le pareció que fuera algo inocente, esa mujer sabía lo que hacía. Ireanna dio un par de pasos hacia atrás, regresando a la cama. Alvho la siguió pues odiaba desperdiciar las invitaciones de una mujer. Ella se acostó en la cama y Alvho se dejó caer sobre ella, con cuidado pero siguiendo una de sus máximas de parecer lo que no era. Les hacía pensar que iba a ser como otros hombres, rápido y violento, así que cuando cambiase de estrategia, las solía impresionar.
 
Mientras la acariciaba con una mezcla de impaciencia y desagrado, le iba quitando una a una las piezas de ropa que llevaba encima, que para sorpresa de Alvho no fueron muchas las que vestía debajo de la túnica que llevaban todos los que simulaban ser los creyentes de Ulmay. Por un momento pensó que la mujer había venido con ganas de lo que iba a pasar, pero la lujuria le hizo olvidarse de ello por ahora. En sus primeros compases fue descubriendo un cuerpo bien cincelado y aún joven, de pechos proporcionados y duros. Las curvas que sus manos recorrían eran de piel suave y libre de arrugas. Tal vez si fue una sacerdotisa al fin y al cabo, pues ese cuerpo no parecía haber sufrido los rigores de la pobreza o el frío.
 
Y las manos de Ireanna también sabían lo que debían hacer, pues no solo se encargaron de desvestir a Alvho con una pasmosa facilidad, sino que sabían que partes debían tocar para enardecer a su compañero de cama.
  

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