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sábado, 21 de noviembre de 2020

Aguas patrias (11)

Eugenio tuvo que esperar a que el infante de marina que estaba situado ante la puerta del capitán le anunciase, para poder entrar en el camarote. 

-   ¡Ah, Eugenio! -dijo don Rafael, una vez que el infante de marina hubo cerrado la puerta de su camarote-. Has venido más rápido de lo que esperaba. ¿Qué tal está la Syren? ¿En el astillero están dando problemas? 

-   No, el encargado, don Miguel, se ha plegado a ayudarme en cuanto le he comentado que vos y el gobernador se iban a enfadar si no se rearmaba la Syren -negó Eugenio-. Ha empezado a buscar los nuevos palos. Las grúas ya están junto a la fragata. Según los tenga, los cambiaremos. De mientras, los carpinteros del astillero junto a los nuestros están arreglando el resto de desperfectos. Los pañoles de cabos, lona y pólvora estaban llenos y por ello, habrá que conseguir menos sogas y velas. Las vergas ya es otra cuestión, pero se podrían reemplazar lo perdido con lo que hay en los pañoles de la Syren. 

-   Eso está muy bien, porque requerimos a la Sirena lo antes posible en el mar -anunció don Rafael. 

-   ¿La Sirena? 

-   Sí, el gobernador ha inscrito a la Syren en nuestra armada, bajo el nombre de la Sirena, fragata de treinta y dos cañones -afirmó don Rafael, que sacó un papel y se lo entregó a Eugenio-. Tu nombramiento, firmado por el gobernador, solo falta que lo aprueben en la península, pero no creo que haya problema, si lo manda el gobernador de la capitanía. Mi enhorabuena, Eugenio. 

-   Gracias, señor, muchísimas gracias -agradeció Eugenio, mientras miraba su nombramiento como capitán de navío, un sueño hecho realidad, pero que creía ya imposible. 

-   Bueno, las gracias para más tarde -indicó don Rafael-. Una vez que la Sirena esté lista para hacerse a la mar, debes hacer una misión importante. Cuando tomamos la Syren, nos hicimos con el libro de señales y ya lo hemos descifrado. Tenemos las órdenes secretas del capitán de la fragata. Y ahora esas órdenes nos hacen mover con celeridad. Debes viajar a Santa María de Antigua o Antigua como llaman ellos. Por lo visto el difunto capitán Adams debía ir allí una vez escoltara al Creole hasta Puerto Real. Le esperan tres mercantes, dos de ellos nuestros capturados y uno inglés. Nuestros mercantes van cargados con oro, plata y piedras preciosas. Parece que uno de sus corsarios los capturó. El propio corsario tendría que haberlos escoltado hasta Puerto Real, pero uno de nuestros barcos lo hundió cerca de Cumaná. Así que con Vernon monopolizando a todos los barcos del Caribe por su expedición, tuvieron que pedir uno de casa. 

-   Entiendo -murmuró Eugenio. 

-   Por ello, debes tener lista la Sirena lo antes posible, presentarte en San Juan y recuperar nuestros barcos -añadió don Rafael.

Don Rafael y Eugenio se pasaron un par de horas discutiendo cómo se debía llevar a cabo la misión. Con la mesa de don Rafael llena de planos y papeles, observaron cómo era el puerto de San Juan, ahora con los ingleses al mando Saint John. La bocana del puerto estaba protegida por dos fuertes, el fort James y el fort Barrington. El más artillado era el fuerte James y por ello el más peligroso. Lo más interesante sería tomarlo y destruirlo. De todas formas, con las señales de inteligencia, podrían entrar en la bahía sin problemas y llevarse todo lo que había ahí dentro.

La idea de don Rafael, que Eugenio dio por buena fue que toda la escuadra navegaría junta, hasta dejar atrás la costa sur de San Juan. Ellos pondrían rumbo sur, con intención de cruzar el Caribe y dirigirse a Cartagena. Eugenio seguiría solo a Antigua. Llevaría más marineros de los debidos, para encargarse de manejar las presas. En los papeles no se hablaba de los marineros de los barcos capturados y si no se tenía noticia de su apresamiento era porque los ingleses los tenían prisioneros. Pero como no se hablaba de ellos en ninguna parte, lo más seguro es que los tuvieran en la prisión de la isla. Así que su liberación estaba fuera de todo lugar. Lo sentía, pero era un suicidio intentar dar un golpe de mano en la ciudad. Don Rafael se lo aseguró a Eugenio, indicando que eso sería peor que la locura del capitán Adams enfrentando su fragata contra un navío de línea.

Cuando se despidieron, Eugenio bajo por el costado, contento por su nuevo nombramiento, pero preocupado por la misión que debería afrontar. Don Rafael le había dado una lista de oficiales que podía elegir para comandar la fragata a sus órdenes. Sería lo primero que revisaría cuando regresase a la Sirena, pues tenía mucho que hacer.

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