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sábado, 28 de noviembre de 2020

El reverso de la verdad (2)

Aunque su espera no fue muy larga, le dio tiempo a beberse el café, sin quemarse. Pero por fin dio con una figura conocida. Le vio a lo lejos, pero no dudo de que era él. Vestía como siempre, con ese toque bohemio que le había caracterizado desde la juventud, desde que le conocía. Le pareció que llevaba unos pantalones de pana color azul oscuro o negros. Una camisa de leñador, de cuadros grandes, en rojo y blanco, con alguna línea de otro color, igual un rosa o un verde pálido. Sobre ella, una cazadora de cuero, marrón clara. Andaba desgarbado, como quien sabe que le miran y le gusta. Se llamaba Alexander Doumeneq, y se podría decir que era o había sido el mejor amigo de su esposa. Se habían conocido en la universidad, ambos estudiaban periodismo. Se habían hecho amigos, y esa amistad se había ido extendiendo hasta que ambos montaron un negocio, o más bien su esposa le había metido en la que ella había creado.

Alexander levantó la mano cuando le vio, la agitó en el aire convulsivamente y le sonrió. Aún se acordaba cómo había llorado durante el funeral de su esposa. No sé sabía quién era en verdad el afligido viudo. Ese recuerdo le dio una punzada de celos, pero lo desechó casi al momento. Ese pensamiento era algo mezquino y no quería recordar el funeral. 

-   Andrei, cuánto tiempo ha pasado ya, cielo -dijo Alexander cuando llegó a la mesa, sentándose en una de las sillas de la mesa-. Me gusta tu nuevo look, te da un aire desenfrenado. 

-   Supongo que mucho -asintió pensativo Andrei, mirando a Alexander y levantó la mano para atraer al camarero-. ¿Qué quieres Alex?

El camarero llegó solicito y Alexander le pidió un té verde. Le dio varias explicaciones de cómo quería que le preparasen el té. El camarero le escuchó con una mueca de comprensión y se marchó cuando hubo terminado. Andrei estaba seguro que le prepararía la bebida como lo hacía siempre. Este era un bar de barrio, no uno de los sofisticados locales modernos a los que solía ir Alexander. 

-   ¿Qué has estado haciendo durante estos meses, Andrei? -se interesó Alexander, que buscó algo en el interior de la cazadora, sacando un paquete de tabaco y un encendedor. Le ofreció a Andrei, pero este lo rechazó. Quería ver si seguías siendo el mismo hombre sano, cielo. Pero te veo bien, mucho mejor que hace unos meses. 

-   Voy tirando, Alex -se limitó a decir Andrei-. No es lo mismo sin ella. 

-   En eso tienes mucha razón -asintió Alexander, cambiando su rostro risueño por uno mucho más serio-. La oficina se ha vuelto más triste sin su presencia. Pero supongo que no me has llamado para hablar de los viejos tiempos. ¿En qué te puedo ayudar, Andrei? 

-   Me gustaría que me contases en lo que andaba metida Sarah antes del accidente -indicó Andrei, que no sabía si sería capaz de nombrarla-. Sé que estaba ultimando un documental o una historia de investigación. No me quiso decir mucho, pero parecía que iba a ser algo grande. 

-   ¡Oh, Andrei! -exclamó Alexander-. Ya sabes cómo era Sarah. Ella llevaba sus historias e investigaciones en un total secreto. No me mostraba nada hasta que tenía todo atado y reatado. No sé en lo que trabajaba. 

-   Pero tú siempre sabías en lo que andaba, Alex -aseguró Andrei-. Estoy seguro de que algo si te olías. La conocías bastante bien. Erais como hermanos. 

-   Incluso más que hermanos -se rió Alexander, pero al ver el rostro crispado de Andrei, prefirió dejarse de chanzas-. Y aun así sólo tenía ojos para ti. Y si te digo la verdad, entiendo porqué. Pero en este caso, Sarah se guardó todo su trabajo. Me temo que desconozco en lo que andaba metido. Aunque si te puedo decir que en un par de ocasiones me dijo que era algo gordo. 

-   ¿Podría ver lo que tenía en su ordenador de la oficina? -preguntó Andrei. 

-   Sabes bien que no puedo impedirte eso, al fin y al cabo eres el dueño de todo -señaló Alexander-. Pero tras su muerte busqué en el ordenador y no encontré nada. Supongo que lo tenía todo en su ordenador portátil. Es una pena que se perdiera en el accidente. 

-   No se perdió. 

-   ¿Qué? -quiso saber Alexander-. Pensaba que se perdió cuando tuvisteis el accidente. 

-   He estado soñando, recordando cosas -anunció Andrei-. Había otro coche, nos sacó de la carretera. Alguien bajó, rompió una de las ventanillas traseras y se llevó el ordenador de Sarah. 

-   ¿Estás seguro de eso? ¿Se lo has dicho a la policía? 

-   No, no estoy seguro del todo -negó Andrei-. Son imágenes borrosas, no lo recuerdo bien. No he querido ir a molestarlos.

Andrei se calló por unos segundos, mientras en su cabeza comenzaron a sucederse una a una las imágenes del accidente. El coche dando vueltas de campana, él y Sarah colgados boca abajo, sujetos por los cinturones. La sangre, la inconsciencia de Sarah y sus ojos cerrándose poco a poco. Lo siguiente fue despertar en el hospital, con una gran herida en el costado que le tiraba, así como una pierna rota y que su esposa no estaba por ningún lado. Al poco entró un médico y Alexander, lloroso. La realidad le golpeó antes de que ninguno de los dos le contase la triste verdad.

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