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martes, 24 de noviembre de 2020

El dilema (51)

Hacía una hora que el sol se había puesto y las nubes impedían que se viese mucho. Pero a Alvho y sus veinte hombres les interesaba pasar desapercibidos. Estaban acuclillados en uno de los barcos de la flota del señor Dharkme. Se habían embozado con capas grises, que les hacía parecer parte de la carga. Los remeros y los marineros del barco tenían orden de no hablar con ellos, mientras durase la singladura. Desde que le había expuesto el plan a Asbhul, había hecho que un barco se acercase a la orilla contraria, pasase ahí una media hora y regresase. Cada dos horas, un barco distinto hacía la maniobra. Alvho había asegurado que si hubiese espías enemigos en la otra orilla, no se percataría de la diferencia, pues todos los barcos habían llevado una carga simulada formada por telas grises, como las capas que les tapaban.

Todo el tiempo que había tenido desde que el tharn Asbhul le había asignado la misión, hasta que habían embarcado a escondidas en el barco, Alvho se había dedicado a instruir en la misión a los veinte muchachos que había elegido. Todos eran huérfanos sin novia o familia. Y todos se habían criado en los peligrosos callejones de los barrios exteriores de Thymok, eran supervivientes natos y eso quería él. No iban a llevar más armas que pequeños y silenciosos cuchillos. Tampoco nada de armaduras de cota de malla, cuero ennegrecido. Tenían que ser como espectros, listos para matar y aguantar una noche en velo, sin que los nervios se crispasen por cualquier ruido raro. Habían elegido llamadas de diferentes aves para comunicarse y los había visto actuar, como esconderse, poner trampas, o en casos, descubrirlas. Alvho estaba orgulloso de su elección, pero sobre todo de uno de ellos, un muchacho espigado, pero delgaducho, que era muy listo y muy hábil con el puñal. Le había designado como su segundo y le había instruido en algunas de sus técnicas privadas. El muchacho las había asimilado con rapidez, incluso mejorándolas, para asombro de Alvho.

-   ¿Ya sabes que hacer? -murmuró en tono bajo Alvho a su segundo-. Cuando pisemos tierra, ¿qué harás, Aibber? 

-   Me llevó a los muchachos y los voy poniendo por parejas en los puestos que has designado -respondió muy bajo Aibber. 

-   ¿Y yo qué haré mientras? 

-   Vas a explorar los alrededores, aprovechándote de las sombras -indicó Aibber. 

-   ¿Y vosotros? 

-   Nos quedaremos en nuestros sitios hasta el amanecer -prosiguió Aibber-. Si no has vuelto, yo me encargaré de devolver las señales a los primeros barcos. Dos faroles, todo listo para desembarcar. Un farol, abortar la misión y pedir que nos rescaten. 

-   Yo más bien diría que rezar por vuestra alma -murmuró Alvho, contento porque Aibber se sabía las órdenes de memoria-. Dudo que el tharn Asbhul mande nada para recogeros. Recuerda, esto es casi una misión suicida. 

-   Para entonces, sí soy yo quien tengo que dar la señal, tú estarás con Ordhin, rogándole por nosotros -se burló Aibber.

Alvho lanzó una carcajada simulada, pues no quería hacer ruido. Justo en ese momento se acercó el capitán del barco y golpeó la cubierta con la bota derecha tres veces. Alvho le había hecho aprender un código, y lo que esa señal le informaba es que estaban a nada de la orilla contraria. Alvho lanzó un silbido ligero y sus hombres comenzaron a prepararse. Pronto notaron como la quilla de la nave golpeaba el fondo, lo que indicaba que estaban en la orilla contraria.

Con mucho cuidado y lentitud se fueron acercando a la borda, deslizándose sobre la madera y sumergiéndose en el agua del río, intentando provocar el mínimo chapoteo. Alvho fue el primero en bajar, seguido por cada uno de ellos. El único ruido que se escuchaba era el ulular del viento, que había comenzado a soplar tras partir del muelle y algún que otro susurró de los remeros. Alvho fue el primero en salir del agua y ascender por la orilla, hasta esconderse tras un arbusto. Desde allí, hacía gestos para que sus hombres se acercasen, mientras escudriñaba el paisaje. No detectaba nada. Pero eso le parecía muy sospechoso.

Donde Alvho se había escondido estaba a unos pocos metros de las ruinas de uno de los antiguos baluartes y que él había designado para el centro de operaciones. Cuando llegó Aibber, dejó todo en sus manos, deseándole lo mejor y se marchó hacía el interior de la tierra enemiga. Había una pequeña loma cercana que quería usar de punto de observación. estaba seguro que desde allí vería varias millas a la redonda. Cuando construyesen el campamento les vendría bien montar allí una torre de observación fortificada. Si en verdad el señor Dharkme pensaba construir una fortaleza allí, no estaría mal, poner allí una gran torre defensiva. Pero esas eran ideas que ya no le atañían. Su misión era explorar las tierras cercanas, para el desembarco del siguiente amanecer.

Tenía un buen camino y no podía hacerlo rápido, ya que no quería hacer ruido ni ser encontrado. Sus pasos se tornaron hacía un pequeño bosquecillo de árboles bajos y muchos arbustos, que le harían acercarse al otero sin ser visto. En su camino fue escuchando los trinos de los abejarucos, que Alvho había elegido como aviso de que las parejas se iban estableciendo en los lugares marcados por él.

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