Seguidores

sábado, 7 de noviembre de 2020

Aguas patrias (9)

Eugenio se había pasado dos horas en la Syren, antes de regresar con un hombre que llevaba vendada la cabeza, el pecho y un brazo. La casaca con la que protegía el vendaje del cuerpo era la de un teniente de la armada inglesa o eso les pareció a los tenientes del Vera Cruz. El inglés llevaba aún el sable colgado del cinturón. Don Rafael al ser informado de quien acompañaba al teniente Eugenio, se fue a su camarote, al que los carpinteros ya habían devuelto su gloria al volver a colocar los mamparos que habían quitado y sus criados habían recolocado su decoración y muebles. En el camarote se cambió de uniforme, por uno más elegante que el de trabajo, tras lo que regresó al alcázar.

El teniente inglés tuvo que ser izado con una guindaleza desde la lancha, debido a las heridas, mientras que Eugenio subió por la escala de costado como un mono. En la cubierta recogió al inglés y lo acompañó hasta el alcázar, donde esperaba don Rafael, un par de tenientes, guardiamarinas, marineros e infantes de marina. 

-    Mi capitán, le presentó al teniente Dundas -presentó al inglés a don Rafael-. Es el oficial de mayor graduación en la Syren. 

-    Sea bienvenido al Vera Cruz -dijo don Rafael en un inglés bastante bueno, lo que hizo que el teniente sonriera tímidamente. 

-    Le entregó el sable del difunto capitán Adams -el teniente Dundas desató la vaina del sable y se lo tendió a don Rafael-. La Syren se rinde a usted. 

-    Espero que se recupere lo antes posible -aseguró don Rafael-. Será mi huésped hasta que lleguemos a puerto. Acompáñenle a la enfermería.

Los dos infantes de marina se encargaron de escoltar al inglés al sollado, donde se encontraba la enfermería. El teniente inglés se quedaría en la enfermería hasta que estuviera mejor y entonces se le daría un camarote o algo parecido. Don Rafael le hizo un gesto a Eugenio para que le siguiese. Ambos fueron en silencio hasta el camarote del capitán. Don Rafael dejó el sable sobre una mesilla y se sentó en una de las sillas. 

-    ¿Cuál es la factura de la escaramuza? -quiso saber don Rafael. 

-    La Syren ha perdido la arboladura completa del palo mesana y los otros dos están francamente dañados. Solo sabe Dios cómo siguen en pie -empezó a informar Eugenio, tras sentarse en otra silla-. El señor Gutiérrez y su equipo han conseguido tapar los agujeros más grandes de la sentina, pero sigue entrando agua. Tenemos las bombas funcionando a todo trapo. Por ahora parece que mantenemos a raya al agua. La Syren tenía una dotación de trescientos hombres, han muerto ciento ochenta en el combate, hay cien heridos, pero el doctor Montoya duda que sobrevivan muchos de ellos, nuestra primera andanada les destrozó. 

-    Es una pena, pero se debería haber rendido antes o haber huido -indicó don Rafael-. El capitán Adams era un idiota, como creía que iba a ganar contra un navío de línea con una fragata. 

-    Por lo que le he sacado al teniente Dundas, acababa de ascender a capitán de navío y parece que buscaba la gloria -señaló Eugenio-. Una de nuestras balas le decapitó, manchando a todos los que quedaban en el alcázar de la Syren. 

-    ¿Podrás poner algo de lona en los palos que le quedan? -preguntó don Rafael. 

-    Debo probar los palos para ver que pueden resistir -dijo Eugenio, poco seguro de que pudiese colocar nada en ellos-. Por ahora convendría que el Vera Cruz siguiera tirando de la Syren. En cuanto el señor Gutiérrez encuentre las vías de agua que faltan, le sacaremos el agua que sobra y será más ligera de llevar. Tal vez entonces pueda probar a colocar alguna vela latina. Por otro lado, gran parte de los cañones están desmontados. Tengo a varios grupos afianzando la carga móvil, para evitar que nada se ponga a rodar. ¿Ha habido alguna noticia de Juan Manuel? 

-    Hace rato nos ha hecho señales -respondió don Rafael-. Ha capturado el bergantín que iba a la zaga de la Syren. Es el Creole y según los papeles que ha interceptado, lo habían fletado para barco correo por su velocidad, pero ha caído en la trampa como la Syren. A su vez ha rescatado al Belladona, uno de nuestros mercantes. Por lo visto venían desde Barbados y capturaron al Belladona por pura casualidad. 

-    ¿De donde venía el Belladona? 

-    Parece que de Pensacola -dijo don Rafael. 

-    ¿Volveremos a La Habana? El Syren no puede hacer la singladura que tenemos en mente -inquirió Eugenio. 

-    No -negó don Rafael-. He puesto rumbo a Santiago. Allí podremos reparar la Syren. Quiero unirla a nuestras fuerzas. Creo que es una añadidura interesante. Parece ágil y los ingleses pensarán que es aún de ellos. Dudo que pase mucho tiempo hasta que se den cuenta que es nuestra ahora. Pero con la flota inglesa en Cartagena, puede que caigan algunas presas interesantes en nuestras manos. ¿Quién está al mando ahora en ella? 

-    El teniente Romonés. 

-    Es un buen teniente, pero te quiero a bordo de la Syren -señaló don Rafael-. Si te encargas tú de la fragata creo que llegará hasta Santiago. Así que te asignó el mando temporal de la fragata.

Eugenio se quedó mirando a don Rafael, pues le acababa de ascender a capitán de navío, aunque fuese un cargo temporal. Podía haber suerte y que el ascenso temporal se hiciese completo. Pero para ello, requería que un almirante o un gobernador lo ratificase.

No hay comentarios:

Publicar un comentario