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martes, 17 de noviembre de 2020

Lágrimas de hollín (53)

Los augurios de Fhin se habían cumplido al pie de la letra. Ghirenna había ido a su actual mansión sin percatarse de que la seguían. Su deseo de poseer el regalo de Jockhel le había hecho olvidarse de la cautela habitual y sus escoltas no quisieron hacerle ver su error por miedo a un castigo mortal. Todas eran hermanas jóvenes y las tenía aterradas. Y de esa forma, llevaron a Phorto hasta el escondrijo de la Dama. era una casa destartalada, y pequeña. Phorto hizo cálculos y dio el aviso. Dudaba que la Dama estuviera protegida allí más que por la escolta y algún Gato más.

Pero Ghirenna no estaba atenta a nada más que a su regalo y una vez que llegó a su escondite, se llevó el premio a sus dependencias con orden a la capitana, una veterana que no se la molestara por nada del mundo. Guió a Shar a duras penas hasta su alcoba y la dejó de pie en medio de la estancia. Ghirenna empezó a quitarse la ropa y se metió tras un biombo. Al rato apareció únicamente vestida con un batín de gasa, que transparentaba su contorno. 

-    Es hora que te quites la ropa, muchacho -ordenó Ghirenna, pero Shar no hizo ningún ademán.

Ghirenna supuso que el muchacho estaba bajo los efectos del miedo y le quitó la camisola, para descubrir el vendaje en el pecho. 

-    ¿Qué es esto? -indicó Ghirenna desconcertada al ver el aparatoso vendaje. 

-    A mi anterior dueño le gustaba domesticar a sus animales -dijo Shar con una voz lo más viril que pudo-. Era amante del látigo. 

-    Bueno, espero que tu látigo sea más interesante que el de Oltar -se burló Ghirenna, al tiempo que desataba el cinturón y dejaba caer el calzón.

Justo en ese momento, unos golpes desesperados resonaron en la puerta y Ghirenna, enfadada, se giró. No vio como la carne y la madera caían al suelo. Se dirigió a la puerta. 

-    ¡He dicho que no se me moleste! -gritó a través de la puerta cerrada. 

-    ¡Los Dorados! Mi Dama, los dorados rodean la casa y se disponen a entrar. El enmascarado les dirige -informó la voz al otro lado, que reconoció como la camarada-. Van armados y parece que van a asaltar la casa. 

-    Me ha traicionado ese Jockhel -espetó disgustada Ghirenna-. Prepara a los Gatos, se va a enterar lo que es luchar contra nosotras, vamos. 

-    Sí, mi Dama -asintió la capitana cuyos pasos a la carrera se escucharon por el pasillo alejándose.

En ese momento Ghirenna se dio cuenta que había caído en la trampa que le había puesto Jockhel como una principiante. Ella que llevaba años dirigiendo a los Gatos había caído como una novata en una celada tan clara. Le había puesto un presente que sabía que no iba ser capaz de dejar pasar y ella había caído en sus garras. Pues Jockhel no recuperaría a su hombre, pues dudaba que fuese uno de los juguetes de Oltar. Le pagaría la traición destrozando a ese muchacho, que aprendiera la lección.

Iba a volverse cuando notó como el frío entró como dos colmillos en su cuello. Se volvió, sintiendo el dolor y el miedo por igual. Tras ella estaba el muchacho pelirrojo, pero las vendas de su pecho habían desaparecido, para dejar ver un par de senos, no muy grandes, de una mujer joven. Y entre las piernas no había absolutamente nada. Notó algo cálido sobre su cuello y lo palpó con su mano derecha. Un líquido, que al acercar la mano a los ojos, descubrió que era sangre. Las piernas le flojearon y cayó de rodillas. Seguía mirando a esos ojos verdes, que le quemaban. 

-    ¿Quién eres? -consiguió decir con un hilillo de fuerza que le quedaba. 

-    Soy Shar, hija de Dhirrin y por fin mi madre descansa en paz, pues he vengado su muerte.

Ghirenna la miró con los ojos como platos, pero las fuerzas la abandonaron y su cuerpo se resbaló de lado hasta quedar tumbada en el suelo. Las heridas que le había infligido Shar no eran mortales, pero las puntas de las dagas estaban llenas de veneno, de rápida acción que impedía que la sangre se secase. Ahora Ghirenna yacía muerta sobre su propia sangre.

Shar primero buscó ropa para vestirse, ya que no quería ponerse la de hombre. Así que buscó entre toda la que tenía Ghirenna hasta dar con unas de color negro, el antiguo vestido de trabajo de la Dama, antes de convertirse en una amante del lujo. La que toda hermana debía llevar. Tras ello, se acercó al cadáver y realizó el ritual necesario para que las otras hermanas la tomasen en serio. Cuando acabó, se guardó una de las dagas, se acercó a la puerta y la abrió. Allí estaba la capitana y una de las escoltas, que la miraron asombradas. Antes de que hicieran nada, levantó lo que colgaba de su mano izquierda. Las dos hermanas lo miraron y se arrodillaron. 

-    ¿Quién eres? -le preguntó la capitana. 

-    Soy Shar, hija de Dhirrin -contestó Shar, que añadió-. ¿Quién soy? 

-    Eres mi Dama -respondieron ambas a la vez.

Ambas se levantaron y se hicieron a un lado, dejando pasar a Shar, que se dirigió al salón donde se reunían los Gatos, listos para ir a la batalla. Shar llevaba bien sujetos los ojos de Ghirenna, listos para enseñárselos a las otras mujeres.

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