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martes, 24 de noviembre de 2020

Lágrimas de hollín (54)

Los principales asesores del viejo Arghuin le habían implorado que no fuese a la subasta, que no aceptase los términos del hombre de la máscara de oro. Así que durante unos días, estuvo negociando para hacerlo en un lugar neutral. Al final, Jockhel accedió a que la subasta se realizaría en una de las casas de los Gatos, uno de sus famosos burdeles. Mientras se realizaba este negocio, consiguió que el enmascarado asegurase que no vendería ni una de las mercancías. E incluso, en una carta que tanto a Fhin como a su cúpula, les pareció deshonrosa para un hombre de su edad y posición, pedía que le presentasen las muchachas más jóvenes, las no mancilladas, pues le gustaba desflorar a las hembras.

Fhin le aceptó esas minucias, pues el viejo tuvo que admitir una serie de prebendas a su vez. Estas no gustaron a sus lugartenientes. La principal de ellas, es que Arghuin solo podría entrar en el burdel con cuatro escoltas, que irían con él en todo momento. El viejo estaba cegado por su propio vicio y aceptó para conseguir lo que tanto deseaba. Y por fin se eligió una fecha, aparte del lugar.

Cuando el viejo Arghuin llegó al lugar, fue recibida por una de las capitanas de los gatos, con la cordialidad que siempre tenían para él. El viejo, que siempre se había considerado mejor que los Gatos, incluso mejor que Ghirenna, aceptó las carantoñas y las muestras de respeto que la capitana le dedicaba. No era solo la lascivia uno de sus males, pecaba de soberbia. Fhin suponía que era fruto de haber sobrevivido tanto en el cruel barrio. Pronto la escolta de Arghuin estuvo rodeada por las atenciones de Gatos y trabajadoras del burdel, que les acompañaron hasta una sala, donde les ofrecieron vino, cerveza y un amplio surtido de delicias. Estaban solos en la sala, a excepción de las mujeres. 

-   Mi señor, esto es muy raro -dijo uno de los escoltas, que parecía de mayor edad-. Estamos solos. No hay otros compradores. Sería mejor que nos fuéramos de aquí. 

-   Mi gran Lord -intervino la capitana al momento-. La Dama ha conseguido que Jockhel os presente en exclusiva los mejores productos de lote, para que podáis presentar una oferta antes que otros compradores. Él paga todo lo que hay aquí, para que disfrutéis. 

-   Ves, Oupher, ese Jockhel es todo un hombre de negocios -indicó con una sonrisa maliciosa Arghuin-. Disfruta de las mujeres y las viandas. ¿Cuándo empieza el espectáculo? 

-   Enseguida, gran Lord.

Oupher no tenía todas consigo, pero sabía que su señor no era de los que soportaban que alguien les contrariase dos veces seguidas. Por ellos vio cómo llegaron cinco divanes acolchados, mesas auxiliares, copas y más mujeres. Se dejó llevar hasta uno de los divanes, y se tumbó. El resto de los escoltas no parecieron tan reticentes a recibir los mismos o por lo menos parecidos cuidados que su señor. Justo en ese momento, se encendieron varias lámparas frente a ellos, iluminando una amplia peana y a un hombre encapuchado cuyo rostro refulgía. 

-   Es un honor que por fin el gran Arghuin, el rey de los Leones quisiera reunirse conmigo -dijo Jockhel. 

-   El gusto es mío, Jockhel -aseguró ladino Arghuin, complacido por las palabras respetuosas del recién llegado-. Esto es una subasta, un negocio, yo pago y tú me muestras mercancía. 

-   Claro, claro, así debe ser -asintió Jockhel, que levantó las manos y gritó-. ¡Qué traigan la mercancía!

Empezaron a llegar varias mujeres que fueron depositando una serie de bandejas de oro, sobre las que llevaban algo tapado por terciopelo rojo, pero parecía ser voluminoso, en el borde de la peana, ante Arghuin, que miraba las bandejas sorprendido, y en parte lleno de curiosidad. En total colocaron once bandejas. Pero pronto sus ojos se fijaron en una figura, que sin duda tenía que ser una de las muchachas de la subasta. Andaba contorneando el cuerpo, y Arghuin especulaba como era lo que había debajo de la capa que la cubría. La mercancía que la guiaba una de las mujeres del local, la llevó junto a Jockhel. 

-   Pensaba que este negocio iba a ser solamente de muchachas -dijo con desdén Arghuin, señalando las bandejas-. ¿También me quieres vender otras cosas? 

-   Esos son regalos, piezas únicas que creo que te serán muy interesantes -indicó Jockhel, que pareció que no se daba por ofendido por las formas del viejo-. Pero dentro de un momento te los mostraré. Primero quiero que veas a la hermosa hija de Dhert. Una flor única entre otras muchas.

Arghuin fijó su vista a la muchacha bajo la capa, que Jockhel retiró con fuerza, revelando a Shar, que vestía únicamente con un batín de gasa fina, que se pegaba a sus curvas. Los ojos del viejo revelaban lo que Jockhel ya había previsto, no podía resistirse a poseer a una joven como esa. No se fijaba en nada más, tenía al viejo a su merced. Todo su plan estaba siguiendo los pasos que había fijado y ya no había nada que pudiera ocurrir para que cambiase el fin que Fhin había decidido que debía pasar.

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