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sábado, 14 de noviembre de 2020

Ascenso (53, final)

No llevaban ni dos horas deambulando por esa isla, cuando una escuadra de caballeros les dio el alto. Eran todas mujeres, y a ojos de Ofthar parecían bastante aguerridas y desafiantes.

-   ¿Quién eres anciano? -le preguntó una de las mujeres, bastante irrespetuosa, aunque claro, no esperaba que supieran quién era él.
-   Soy un hombre que lleva a cabo las últimas voluntades de un amigo -respondió Ofthar, tranquilo y enigmático-. Sigo los pasos de mi amigo y buscó a alguien que conocí hace ya muchos años.
-   No me gustan tus respuestas, anciano -advirtió la mujer poniendo su mano en la empuñadura de su espada, lo que hizo que Orot se pusiera en guardia, lo que no fue un buen movimiento, pues el resto de mujeres se pusieron tensas.
-   Traigo un mensaje para tu señora, Maynn de Armne -indicó Ofthar, haciendo un gesto a Orot para que se tranquilizase-. Haya paz, pues mi amigo es muy celoso en mi protección.
-   No sé que quieres tu de mi madre, anciano -espetó la mujer, por lo que Ofthar la observó con detenimiento y se rió al ver los rasgos-. ¿De que te ríes, anciano?
-   Nada tus rasgos me recuerdan a alguien, aparte de tu madre, claro -contestó Ofthar.
-   Está bien, os llevaremos al castillo -claudicó la mujer-. Mi madre dirá lo que se hace con vosotros.

Tuvieron que esperar a que trajesen un par de caballos y les condujeron hasta el castillo de Armne. Cruzaron unos campos sembrados y siervos que trabajaban allí. El castillo era una fortaleza de piedra. Vio el toque de los maestros del norte, lo que indicaba que tal vez Mhista les puso en contacto con los vecinos del norte. Era una ciudadela importante, de muros de piedra, altos y gruesos. Si un ejército llegase allí, les costaría tomarla.

Fueron llevados a la torre de homenaje y les dejaron en una sala, con cerveza. Ofthar, cansado por su edad, se sentó. Orot, prefirió quedarse de pie. Tras un buen rato, entró Maynn, acompañada de la mujer de antes. Ofthar se puso de pie. Maynn hizo una reverencia.

-   Mi señor Ofthar -dijo Maynn, que se había vuelto mayor. Seguía llevando el pelo corto, pero estaba gris. Ya no era delgada, sino que estaba fuerte, parecía todo un guerrero, con una armadura pesada de placas. Las cicatrices de su cara seguían ahí rodeadas de las arrugas de los años pasados. Los ojos seguían tan fuertes como hacía tantos años.
-   Puedes llamarme solamente Ofthar, ya no soy señor de nada, mi hijo gobierna -comentó Ofthar como saludo, mientras sacaba algo de su zurrón-. He venido a entregarte sus últimas palabras.

Dejó la carta sobre la mesa. Maynn se acercó, con los ojos llenos de lágrimas. Tomó la carta y se sentó a leerla. La hija de Maynn miraba a su madre con tristeza. Incluso Ofthar sentía pena por esa mujer, que al final había perdido lo que más había atesorado pero no pudo tener siempre junto a ella.

Ofthar se marchó de Armne y de los pantanos una semana después. Maynn le trató como si el propio señor de los Pantanos se encontrase en el castillo. Por fin Ofthar descubrió la verdad sobre su amigo y ella. La noche anterior a la negociación se habían visto y habían decidido que cada uno seguiría por su camino, hasta que encontrasen el momento adecuado para reencontrarse. Mhista hizo del abandonado y cada vez que viajaba a las construcciones de la línea defensiva de los Pantanos la visitaba en Armne. Estaba un par de semanas y se iba por años. Maynn reconoció que había engendrado tres muchachas que ahora eran parte de su ejército y un varón. Los días que pasaba con él eran los más hermosos de su vida.

Las revelaciones de Maynn fueron su último servicio hacia su viejo amigo, se las quedó para él y nadie supo nada de ello cuando regresó a Bhlonnov. Pasó sus últimos años asesorando a su hijo, cuando este le preguntaba y murió. El funeral de Ofthar, considerado el grande, fue el más populoso y con más tharns invitados, así como el señor de las montañas. Sus cenizas se enterraron en un lugar ya olvidado, junto a su esposa y a sus secretos.

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