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sábado, 17 de abril de 2021

Aguas patrias (32)

Por fin, una mañana, tras una semana o más de lluvias interminables, la luz del Sol había despertado a Eugenio. Pero no fue una sorpresa descubrir que no había rastro del resto de barcos de la escuadra. Con el cielo despejado, tocó hacer mediciones con el sextante. Eugenio quería saber hasta donde les había hecho derivar los fuertes vientos. Para su sorpresa estaban más al sur de Puerto Rico que la singladura que se había propuesto. Ordenó cambiar el rumbo inmediatamente. Debía seguir sus órdenes, encontrar la escuadra ya no era prioritario.

Uno a uno los días se fueron sucediendo, con una navegación sin contratiempos, pero sin ver nada de nada. Los marineros parecían ociosos y los militares se iban recuperando de su mala salud durante las tormentas. Ya empezaban a comer algo sólido y no lo echaban de nuevo. En cuanto el capitán Menendez tuvo soldados suficientes, comenzó a instruirles para acciones anfibias, siempre que Eugenio lo permitiera o en su caso la propia mar. Al ver a los soldados repetir los ejercicios de subir y bajar a los botes, los marineros empezaron a elucubrar cuál era su destino o misión.

Tras una de esas prácticas, se le acercó a Eugenio el capitán Menendez. 

-   Buenos días, capitán -saludó con cortesía Menendez, ya que se encontraba rodeado de marineros y oficiales de caras severas-. ¿Podría hablar con usted? 

-   Claro -asintió Eugenio, al tiempo que le hacía una seña para que le acompañase al coronamiento, el único lugar del alcázar donde el capitán tenía un poco de privacidad, aun siendo como era la Sirena un barco pequeño. 

-   ¿Se ha conseguido localizar al Vera Cruz? ¿O al resto de la escuadra? -preguntó Menendez, con un tono más bajo que antes. 

-   Mucho me temo que nuestros vigías no les han distinguido -negó con pesar Eugenio, pues estaba tan preocupado por la desaparición de los otros navíos como el que más-. Pero ya no podemos esperarlos. La misión es de gran importancia para la Corona y el gobernador. Nos reuniremos en el punto señalado por el comodoro tras liberar a nuestros barcos. 

-   Es una pena, pero no lo preguntaba por su falta en sí -comentó Menendez, esperando no haberse expresado mal y haber ofendido a Eugenio, con el que se llevaba bien-. Mi preocupación última es por nuestra misión. Temo que si no nos encontramos con la escuadra, no tendremos botes suficientes para llevar a cabo la acción.

Eugenio se le quedó mirando y luego se volvió para mirar las embarcaciones a las que había aludido el capitán, que estaban colocando en sus posiciones sobre el enrejado. Tenía razón el capitán. Llevaban tres lanchas, dos chinchorros y su bote. No eran suficientes para todo lo que necesitaban. El plan del comodoro había indicado que los otros barcos de la escuadra cederían las lanchas para la expedición. Ya que los soldados se las tenían que quedar para realizar su parte de la misión. El resto de embarcaciones eran para tomar los barcos de la bahía. No podían esperar a desembarcar a los soldados y luego ir a la bahía. Les podían ver y se suponía que además la entrada de la fragata al puerto sería la distracción para que los soldados actuasen. 

-   Tendremos que aguantarnos con lo que tenemos, capitán -dijo Eugenio tras meditar con cuidado sus palabras. La respuesta no pareció satisfacer a Menendez, pero asintió con la cabeza, antes de despedirse y marcharse con sus hombres. 

-   ¿Qué le pasaba al soldado? -inquirió Álvaro, acercándose al capitán, que le miró con cara seria, por lo que añadió-. ¿Señor? 

-   Preguntaba por la escuadra -se limitó a decir Eugenio, que aun no había hablado de la misión con los oficiales. Había esperado, tal y como le habían indicado en sus órdenes, por lo menos hasta que se separasen de la escuadra. Pero como eso ya había ocurrido, Eugenio preveía que pronto debería explicarles lo que iban a hacer. 

-   ¡Una vela, una vela! -gritó el marinero de la cofa-. ¡Amura de babor!

Como si hubiesen sido espoleados por una fusta invisible, el capitán y el primer oficial recorrieron la cubierta hasta la proa, junto al nacimiento del palo del bauprés. Un guardiamarina llegó un poco después con el catalejo del capitán que empezó a escudriñar el lugar donde el marinero había hecho su hallazgo. No pudo distinguir mucho, por lo que supuso que estaba lejos. Pero ordenó variar un poco el rumbo, para acercarle más a la posible presa, si es que lo era, claro. Pero al ver las sonrisas de los oficiales y los marineros, todos parecían esperarlo.

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