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sábado, 3 de abril de 2021

El reverso de la verdad (20)

Andrei y Helene dejaron la casa y regresaron al coche. No parecía que lo hubiesen tocado. Aunque Andrei creyó ver el automóvil de los cristales tintados cerca. Andrei se puso a conducir y Helene parecía más tranquila. 

-   ¿A dónde vamos ahora? -preguntó de improviso Helene. 

-   A un lugar seguro, pero antes debemos desembarazarnos de tus amigos -contestó Andrei-. ¿Puedes dejarme tu móvil? 

-   Sí -asintió Helene.

Andrei lo tomó, lo miró, bajó la ventanilla y lo tiró por ella. 

-   ¿Qué haces ese móvil me costó mucho? -gritó Helene desesperada, al tiempo que veía como las ruedas de un camión destrozaban su teléfono. 

-   Ya, pero es una forma de dar contigo -asintió Andrei, poniendo una sonrisa falsa-. Ya no tienes amigos o familia durante el tiempo que esto dure. Son puntos débiles para ti. Nada de llamarles o que te llamen. Sin móvil, ya no hay peligro de que te olvides de esta regla. ¿Quieres sobrevivir? Pues di adiós al móvil. 

-   Ya lo has hecho tú por mí -murmuró Helene, molesta. 

-   ¿Ves el bolso negro que he cogido en tu casa? -preguntó Andre, haciendo poco caso a lo pucheros que parecía simular la chica. Helene asintió-. Pues revisa cada fajo de dinero. Si te parece que alguno es raro lo dejas sobre el salpicadero y el resto los metes en el bolso. 

-   ¿A qué te refieres con algo raro? -inquirió Helene, no muy segura sobre lo que quería decir Andrei. 

-   Ya lo verás si encuentras algo.

Helene con esa última explicación empezó a revisar los fajos tal como había dicho Andrei. Mientras Andrei conducía sacándoles poco a poco de la ciudad. Sabía de un lugar donde sería fácil hablar con los que les perseguían. No quería que cualquiera les molestase. Esperaba que los que les seguían tuvieran respuestas cruciales para su investigación.

Helene iba sacando fajo a fajo del maletín, pasaba casi todos los billetes del fajo y los tiraba en el bolso negro. Había revisado ya cinco y no había encontrado nada, por lo que había empezado a pensar que Andrei le había puesto esa tarea para tenerla ocupada y callada. Por ello se molestó más aún de lo que estaba por la destrucción de su móvil, que era como eliminar su vida, pues en ese aparatito estaba todo lo que la definía. Sus amigos y su posición en el mundo, gracias a las redes sociales en las que participaba. Sintiendo ese disgusto tomó otro fajo y esta vez sí que dio con algo. Desde fuera parecía un fajo más, pero al pasar un par de billetes topó con un marco de cartón, que contenía una especie de círculo de metal con filamentos y una cajita negra. Sin duda eso era todo lo raro como Andrei le había indicado. Tiró el fajo falso sobre el salpicadero y siguió buscando.

Cuando Helene terminó su búsqueda, había cuatro fajos en el salpicadero. El resto del dinero estaba en el bolso negro, entre su piernas. Al mirar por la ventanilla de su puerta, se dio cuenta que ya no estaban en la ciudad, se veían árboles, la carretera era pequeña, rural y no muy bien asfaltada. 

-   Veo que has dado con cuatro -indicó Andrei-. Han debido de pensar que podríamos repartir el dinero. Siempre podrían seguir cada parte. 

-   ¿Qué son? 

-   Rastreadores -contestó Andrei-. No te tienen que seguir de cerca, ya que te han puesto en su GPS, gracias a esas pequeñas cajitas. Son sencillos, una pila, hilos de cobre para alimentar las cajitas y te pueden seguir por días o semanas. Seguro que en el maletín han cosido otros. Ya te he dicho que no podrías haber huido de ellos. Siempre sabrían a donde fueras. 

-   ¿Y adonde vamos ahora? -quiso saber Helene señalando el camino que seguían. 

-   Vamos a hablar con los que nos están siguiendo -dijo Andrei, ufano, lo que no gustó demasiado a Helene. 

-   ¡Estás loco! -exclamó Helene-. ¡Vas a hacer que nos maten! 

-   No te preocupes, ellos no saben que sé como nos siguen -se burló Andrei-. Son muy tontos, creen que están enfrentándose a la gatita y otros principiantes. No vamos a morir hoy. Así que cálmate.

Helene iba a objetar algo más, pero Andrei señaló que no con el dedo índice. La chica cruzó los brazos, pero no dijo nada. Siguió en silencio, viendo pasar más árboles y casas de campo o granjas, no estaba segura. Pero de repente, Andrei se salió del camino, tomando un camino, pues no estaba asfaltado, era de grava o de tierra con cantos. El coche que no era un todo terreno saltaba en el desequilibrado piso. Se escuchaban los golpes de piedras sueltas contra los bajos. Pero Andrei no bajaba la velocidad. Helene esperaba que alguna de esas piedras rompiese la dirección o cualquier cosa que hubiese bajo ellos. Al final descubrió su destino, cuando llegaron a la cima de una colina, se dirigían a lo que parecía una cantera abandonada, una explotación a cielo abierto, donde había quedado un inmenso lago, allí donde la zona de explotación se había llenado de agua de lluvia.

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