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martes, 13 de abril de 2021

El dilema (71)

Tal y como había predicho Alvho a las dos horas de la conversación con Dhalnnar, las alarmas resonaron por toda la ciudadela. En la lejanía, a lo alto de una de las colinas cercanas, había aparecido la vanguardia del ejército del tharn Asbhul. No fue una sorpresa para Alvho o el canciller Gherdhan que los guerreros avanzaban en cuadros cerrados, con los escudos colocados por todas partes. Eso quería decir que los enemigos ya les estaban rodeando y que las flechas enemigas les llovían por todas partes. La maniobra de escudo total era muy poderosa para evitar las flechas contrarias, pero obligaba a un ejército a reducir su velocidad de marcha y a la larga provocaba que los hombres se cansasen demasiado.

Y aunque las campanas y los tambores resonaban ahora por todo el campamento, las tropas llevaban ya tiempo colocadas entre la muralla en construcción y la empalizada exterior. Gherdhan había colocado arqueros en la empalizada y en unos andamios improvisados que había construido con prisas en el interior de las murallas de piedra. En las torres, escudados por la piedra, buscaban presas por las saeteras ya erigidas. Los principales tharns y therks estaban al frente de las unidades principales. Solo el señor Dharkme, Ulmay y algunos de sus seguidores más cercanos, seguían desaparecidos, pero para el canciller Gherdhan eso era lo mejor. 

-   Tal vez deberíamos enviar caballería para advertir al tharn Asbhul que le esperamos -indicó un tharn de media edad, embutido en una armadura hecha a medida, pero que no tenía ni una sola muesca de uso antiguo. 

-   Eso sería perder hombres inútilmente -intervino Alvho, con un tono como el que se usa al tratar con niños. 

-   Creo que un therk no es quien para decir… -empezó a decir el tharn que había hablado antes que Alvho. 

-   Ya basta, el therk Alvho conoce bien al enemigo, señores -cortó el canciller Gherdhan-. Y la verdad es que mandar caballería contra enemigos que saben del arte de la guerra a caballo mucho más que nosotros es un poco tonto. ¿Cuál sería la mejor manera de advertir al tharn Asbhul? 

-   Señales de humo, canciller -indicó Alvho. 

-   Ya han escuchado, señales de humo -repitió Gherdhan.

El resto de la reunión solo fue una serie de ideas idiotas de tharns que no habían visto una guerra en su vida. El canciller se encargó a partir de ese momento de echar abajo una a una cada una de ellas. Al final la idea general era esperar en las defensas de la ciudadela a que el enemigo se estrellase contra ellas. Colocaron guerreros armados con escudos, que usarían para protegerse de las flechas y Gherdhan colocó a sus mejores hombres en la puerta, para defenderla mientras el ejército de Asbhul empezase a entrar en la ciudadela. Al final, Alvho pidió al canciller permiso para encargarse de la fortaleza del norte, de su defensa. Gherdhan se lo permitió, asegurando que ese sería el emplazamiento del ejército de Asbhul si lo conseguía meter en la ciudadela lo más intacto que pudiese.

Alvho asintió y se marchó. Tenía que encargarse de los juguetitos de Dhalnnar. El ingeniero había montado unos aparatos, que según él podrían destrozar la caballería enemiga. Había armado cuatro y tenía a los hombres de Alvho y a sus ayudantes haciendo los proyectiles. Según Dhalnnar esas armas, porque según el ingeniero eso es lo que eran, podían servir de armas de asedio y contra barcos. Los había colocado en las torres que miraban hacia el oeste. Según lo que le había prometido a Alvho, iban a ser una gran sorpresa para los Fharggar. Alvho esperaba que su amigo no se equivocase, porque sino igual sus amigos no tuvieran la suerte de salvarse.

Desde la almena, Alvho pudo ver como los cuadros empezaban acercarse a duras penas. Los guerreros protegían los carros con las vituallas y heridos, que iban en el centro, rodeados de arqueros. Si no se equivocaba, el tharn iría en el centro de la marcha y Shelvo en la retaguardia, porque qué otro therk estaba preparado para cerrar la marcha, mientras era atacado por tres de sus cuatro lados.

Además de los compañeros, también empezó a ver la marea de hombres de negro rodeando la retaguardia de los cuadros. Un camino que iba quedando lleno de cadáveres o heridos que ya no se podían mover, presas fáciles para los jinetes que llevaban largas lanzas, que los aguijoneaban sin piedad. Cuántos habrían acabado como los que estaba viendo ahora, cuántos de los que había conocido estaban tirados, a la espera de ser comida de las bestias. En el interior de Alvho algo hervía, la ira y el odio más profundo, pero contra quién.

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