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martes, 20 de abril de 2021

Lágrimas de hollín (75)

Fhin iba sentado en el asiento del carruaje, mientras se intentaba mover, pero las vestiduras que le había traído Bheldur le hacían sentirse incómodo. No podía moverse bien. Ahora vestía como un mercader, como uno medianamente rico y que podía permitirse ese tipo de telas. Bheldur, sentado frente a él, parecía estar más tranquilo y cómodo que él. Incluso Usbhalo, con una armadura nueva y bastante lustrosa parecía feliz. Bheldur le había obligado a vestirse así a todos. En principio, solo Fhin y él deberían haber ido en el carruaje, pero Usbhalo no se había tranquilizado hasta que le había permitido acompañar a Fhin. 

-   No sé qué pintamos en todo esto -se volvió a quejar Fhin, cuando el carruaje giró en un cruce. 

-   A Malven le han invitado a un baile del gremio de mercaderes -le repitió mecánicamente Bheldur, que ya había tenido esta conversación varias veces con Fhin-. Si quieres que el personaje de Malven sea reconocido como tal, debe asistir a la fiesta. Todo por el bien del plan. 

-   ¡Ja! -espetó Fhin, que estaba seguro que Bheldur disfrutaba con la curiosa situación-. ¿Pero por qué estas pintas? 

-   Así visten los mercaderes y los nobles -aseguró Bheldur-. Debes dar buena presencia. Piensa que según nuestra historia has llegado para crear una base de operaciones para los negocios de tu padre y tu familia. Estas presentaciones en la sociedad te vienen muy bien. Haz amigos.

Fhin lanzó un suspiró y se calló. Le había dejado proyectar todo esto a Bheldur y parecía que se lo había tomado muy a pecho. Incluso, tras haber recibido la invitación, le había obligado a tomar clases de baile. Curiosamente su instructora había sido Shar. Fhin no se había esperado que los Gatos aprendiesen a bailar como los miembros de las clases altas. Pero parece que fue una de las medidas de la madre de Shar. Con idea de que sus miembros pasasen desapercibidas en cualquier tipo de situación. Y Fhin se había pasado varios días bajo la tutela estricta, de Shar en las clases de baile y Bheldur en la de distinción social. Recordaba ver la sonrisa de Usbhalo mientras él pasaba por ese calvario. Y aunque tenía ganas de devolverle la risa a Usbhalo, en el fondo sabía que su amigo no se merecía ese desprecio.

El carruaje se detuvo delante de la fachada del gremio de mercaderes, un inmenso edificio que aunaba un palacio con unas oficinas mercantiles. Esta vez, entrarían por la puerta de las fiestas, una parte del edificio que solo se usaba para estos faustos. Tras subir por la escalinata y cruzar el arco de entrada llegarían a un lujoso hall y unas escaleras por las que ascenderían al primer piso. En este se habían separado una serie de estancias, salones donde se daban las fiestas. Uno de los salones, el primero de ellos se usaba como recibidor, los invitados eran anunciados y los nuevos, como ellos, pasarían el escrutinio de los invitados habituales. De ahí se podía acceder al salón de baile, a los salones del té, del tabaco y de la comida. Los tres salones servían para que los invitados pudiesen hablar, mientras fumaban, bebían o comían. A su vez había algunos salones más, así como una gran terraza por la que los invitados podían tomar el fresco, si el ambiente del interior era demasiado sofocante para ellos, o en caso, la ingesta de alcohol.

Aunque el gremio tenía unos jardines detrás no estaba permitido que los invitados merodearan por ellos, aunque claro, los sirvientes miraban hacia otro lado si alguna pareja quería perderse por allí. Incluso alguno de ellos pagaba un poco de oro para que estos ojos se esfumasen. Más de un adulterio o un hijo no deseado se había consumado en esos jardines. Esto era una broma muy habitual entre los jardineros.

Un siervo se encargó de abrir la portezuela del carruaje y ellos descendieron. Fhin fue el primero, seguido de Bheldur y detrás Usbhalo. La aparición del enorme guerrero hizo que el sirviente diera un paso atrás. No fue el único que tras ver al gran Usbhalo, se quitó de la trayectoria que este seguía. Y no solo fueron los criados, sino también algún miembro de la nobleza y del gremio. Por unos segundos, uno de los criados que estaba en la puerta del edificio hizo el amago de acercarse a Usbhalo, a decirle algo, pero la astucia o el miedo se lo impidieron. Cruzaron el arco y tomaron las escaleras de ascenso. Cuando llegaron a lo más alto, se dieron con una fila de gente que esperaba. 

-   Parece que hay muchos invitados -murmuró Bheldur, que por si acaso, añadió-, señor. 

-   ¿Queréis que os abra un hueco? -preguntó Usbhalo, amagando un paso hacia delante que valió para que el hombre que tenían delante pusiese una mueca de terror al ver al inmenso guerrero. 

-   Podemos esperar nuestro turno -contestó Fhin, pensativo, agradeciendo no tener que estar ya dentro de la fiesta, un lugar en el que temía estar. 

-   Sea -afirmó Usbhalo, que se quedó tras ellos, separándolos de los siguientes invitados que subieron por las escaleras.

La fila se iba moviendo más rápido de lo que Fhin esperaba y al final, desaparecieron los que estaban justo delante de ellos. Cuando les hicieron un gesto para que se adelantasen, fue Bheldur quien entregó la invitación al mayordomo que anunciaba a los invitados. 

-   El señor Malven de Jhalvar, del emporio Jhalvar -anunció el mayordomo.

Fhin entró el primero, seguido por Bheldur y Usbhalo. Bheldur no pudo evitar ver como aparecían primero caras neutras entre los invitados más cercanos al ver a Fhin, mientras que se demudaron ante la llegada de Usbhalo. La noche prometía, pero Bheldur esperaba poder sacar información y hacerse una idea de quien era quien durante esa velada.

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