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martes, 20 de abril de 2021

El dilema (72)

El tharn Asbhul había sido advertido de que había columnas de humo que nacían detrás de las empalizadas de la ciudadela. Esas empalizadas no eran las que le habían despedido, sino otras, lo que quería decir que sus aliados habían aumentado el tamaño de las ciudadelas. Aun así, también le informaron que las puertas de la empalizada seguían cerradas.

Asbhul les indicó que siguiesen adelante, que su señor Dharkme sabía de su situación, pero que no abrirían las puertas para ponerlas a merced de un enemigo a caballo. Había que seguir avanzando. Desde hacía rato ya no le llegaban noticias de Shelvo y lo que pasaba en la retaguardia. Sin duda los últimos cuadros eran los que estaban recibiendo el mayor castigo de todos. Esperaba que el viejo therk hubiese conseguido resistir a las acometidas del enemigo. 

-   ¡Seguid avanzando! -volvió a ordenar Asbhul-. Pero no muy rápido, todos vamos a llegar a salvo a la ciudadela. Ordhin está con nosotros.

Los hombres lanzaron un grito pidiendo la ayuda de Ordhin, o por lo menos los más entusiastas, ya que muchos hacía tiempo que se habían resignado. Y aunque seguían avanzando, Asbhul intentaba que no lo hiciesen más rápido que los que estaban detrás, ya que se se rompía la columna, el enemigo se metería entre ellos y los cuadros de la retaguardia no conseguirían llegar o pasarían por un calvario mayor, teniendo que luchar por los cuatro lados.

Asbhul se volvió a uno de sus ayudantes. 

-   ¿Sabemos algo del therk Shelvo? -preguntó Asbhul. 

-   Nada mi señor -negó el guerrero, uno de los jóvenes-. No ha llegado ningún mensajero ni nos hemos aventurado a mandar a uno.

La respuesta era clara y Asbhul no podía hacer nada para remediarlo. No podía mandar a nadie a lo que podía ser una muerte segura y suponía que el therk Shelvo estaba pensando igual que él. El enemigo estaba tan cerca, que no podían mandar a nadie por fuera de los cuadros, lo que sería un blanco demasiado fácil. Y tampoco podían hacer que uno de ellos se dejara adelantar por las filas de hombres, ya que provocaría que se rompiese la defensa de escudos y por tanto otras tantas dianas para las flechas enemigas. 

-   Mi tharn, ¿por qué no mandan ayuda desde la ciudadela? Tienen que estar viéndonos -preguntó uno de los guerreros que tenía más cerca. 

-   Nos ven, claro que nos ven, sino esas columnas de humo no estarían ahí -aseguró Asbhul, ya que las señales de humo era lo que había acordado con Alvho si conseguía movilizar al señor Dharkme o por lo menos a la guarnición. 

-   ¿Y por qué no hacen nada? -intervino otro de los guerreros. 

-   Porque su salida sería una locura -dijo Asbhul-. Nuestro ejército no es bueno luchando contra la caballería y menos con aquellos que se acercan, lanzan flechas y luego retroceden. Al igual que ellos no son nada contra las defensas de una ciudadela. Para luchar contra ellos hay que hacer que luchen en el campo de batalla que nosotros queramos y para ello, hay que guardar el máximo de secretismo ante lo que se enfrentan. 

-   ¿Y por qué no abren las puertas? 

-   Seguid avanzando y guardaros hasta las últimas fuerzas -ordenó Asbhul harto de tantas preguntas, que ni él quería responder. Sabía porque las puertas estaban cerradas y no quería hundir a sus hombres.

Los hombres a regañadientes se callaron y siguieron con su penoso avance. Asbhul hacía mucho tiempo que había desechado la idea de cabalgar entre ellos, por lo que iba a su mismo paso. Durante mucho tiempo eso había sido un empuje para los hombres, pero ahora sabía que muchos lo consideraban como un cobarde, solo porque quería sobrevivir como ellos. Sabía que muchos de esos jóvenes, que habían probado el primer combate en el campamento enemigo hacía días, estaban henchidos de orgullo y cegados por él, pensaban que podían luchar contra el enemigo. Los heridos de los carros eran la prueba de ello. Un buen grupo había roto líneas, un poco después de que Alvho les hubiese dejado y habían sido destrozados por los Fharggar. Asbhul no había podido salvar o recuperar a todos los heridos y muchos de los supervivientes se lo echaban en cara.

En las siguientes horas, el sol que había estado apretando sobre sus cuerpos desapareció tras unas nubes, lo que fue una ligera tregua para su despiadada marcha. Asbhul decidió que se aproximarían lo más posible a la empalizada, avanzarían mejor solo con dos flancos expuestos o eso es lo que él creía.

Desde la fortaleza del norte, Alvho vio pasar bajo ella el primer cuadro de hombres y los carros llenos de heridos o tal vez muertos. Y él sí que vio lo que tanto había temido Asbhul. La columna se había partido y un cuadro, mucho más grande que los anteriores, avanzaba rodeado completamente por la caballería enemiga. 

-   ¿Shelvo? -preguntó Dhalnnar, al ver la vorágine de polvo y jinetes, rodeando algo. 

-   El viejo cabrón seguro que los está dirigiendo -asintió Alvho, que miró a uno de los artilugios de Dhalnnar-. ¿Cuándo podremos usar esas cosas? 

-   Tienen que acercarse un poco más, pero ya verás lo que les va a pasar a esos jinetes, ya verás -indicó Dhalnnar-. Solo espera un poco más. 

-   Shelvo y sus hombres no tienen tiempo, Dhalnnar. 

-   Solo espera.

Dhalnnar sabía que Alvho tenía en gran estima al viejo therk, y desde hacía tiempo suponía que era porque eran padre e hijo. Por lo menos cuando les veía juntos es lo que le recordaba.

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