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sábado, 10 de abril de 2021

El reverso de la verdad (21)

La antigua cantera aún poseía la explanada de entrada, que llevaba hasta la laguna artificial. Pero en todas partes la naturaleza había hecho acto de presencia y desde las plantas con flores más pequeñas a inmensos árboles, eran los nuevos pobladores del viejo lugar de trabajo. Andrei cruzó lo que antaño fuera la entrada y paró el coche en medio de la nada. Apagó el motor y quitó las llaves del contacto. Abrió la puerta del conductor y en ese momento Helene habló de nuevo. 

-   ¿A dónde vas? 

-   A esperar a tus amigos -respondió irónico Andrei. 

-   ¿Y yo? 

-   Tú te quedas aquí dentro -señaló Andrei. 

-   ¡Soy el cebo! ¡Y una mierda, cabrón! -espetó Helene enfadada. 

-   A menos que seas hábil en la lucha cuerpo a cuerpo y usando pistolas, preferiría que por tu seguridad te quedases dentro del coche -indicó Andrei, seco-. Claramente ellos te conocen, por lo que te has convertido en la carnaza perfecta. Pero no te preocupes, yo estoy aquí y claramente no te va a pasar nada. Así que has de esperar. 

-   ¿Y si no quiero? 

-   No me estarás diciendo que voy a tener que obligarte a quedarte en el coche -añadió Andrei, con cara seria.

Antes de que Helene respondiese algo, Andrei simuló que la iba a golpear en la cara, por lo que Helene se cubrió con las manos, cerrando los ojos. Lo siguiente que escuchó fue el golpe de una puerta al cerrarse, así como los cierres bloqueándose. Helene abrió los ojos y vio a Andrei que le enseñaba las llaves, sonriendo y diciéndole adiós. Mientras Andrei se alejaba, pudo escuchar una serie de insultos, algunos mentando a su madre, pero ninguno le hizo volverse. Helene se había quedado el boleto de su apuesta y lo había cobrado por avaricia. Si se encontraba donde estaba era por sus decisiones, pensó Andrei, por lo tanto ella podía ser fácilmente el cebo.

Andrei se buscó un buen escondrijo, unos arbustos que formaban una mata tupida, desde donde podía ver toda la explanada. Se puso de cuclillas y mientras esperaba sacó su pistola y de un bolsillo de la chaqueta el silenciador. Esperaba que no tuviera que estar allí demasiado tiempo. Pero parece que su suerte no le había abandonado, el vehículo de antes, el de los cristales tintados se acercaba a la cantera. Iban a poca velocidad y se detuvieron cuando vieron el Focus detenido en medio de la explanada. Parecía que no tenían todas consigo. Desde su escondite le pareció que por lo menos habría dos personas, ya que llevaban las ventanillas delanteras bajadas.

El conductor parecía un argelino, de piel oscura, facciones toscas, sin duda un matón musculoso con poco cerebro. Al otro no lo veía bien, pero parecía blanco. Por lo tanto el conductor no era interesante para Andrei, a excepción de su procedencia. Podía estar ante un grupo mafioso local. Solo los de casa daban trabajo a los argelinos, por las viejas costumbres. Tras unos minutos que parecieron eternos, el coche se mantuvo en la puerta. Pero al final se movió hasta colocarse tras el Focus. El copiloto se bajó del vehículo. Si Andrei aún estuviera en su escondrijo habría visto que era un hombre joven, bien vestido y que acababa de sacar una pistola de entre sus ropas. También que con paso firme se dirigió hasta la ventanilla del lado donde estaba Helene, seguramente rezando y golpeó la luna con el cañón de la pistola, mientras decía algo.

Pero Andrei no podía, ya que estaba moviéndose de forma sigilosa, para aparecer de la nada junto al conductor argelino, que por un segundo notó su presencia, pero no pudo hacer nada para impedirlo o avisar a su amigo. Andrei le descerrajó un tiro en la cabeza, a corta distancia, haciendo que el cráneo, sangre, y gran parte de la sustancia que formaba el cerebro saliese despedido por el lado contrario, manchando la tapicería del coche, seguramente de gran valor. Pero Andrei no tenía tiempo para dilucidar las consecuencias que habían provocado los fluidos de la cabeza del argelino en el cuero del interior, como había prometido antes, debía salvar a Helene.

Y el otro matón seguía golpeando el cristal de la ventanilla, dando una orden que Helene no podía cumplir. 

-   Zorra asquerosa, abre la puerta o lo vas a lamentar con creces -espetó el hombre, golpeando la ventanilla otra vez. 

-   ¡No ves que está cerrada! -exclamaba Helene, señalando los cierres echados-. ¡No tengo las llaves! Joder eres un puto retrasado. 

-   ¡Me quieres decir que te ha encerrado dentro! ¡No digas estupideces! ¡Abre o rompo el cristal! -gritó el hombre airado. 

-   Te ha dicho la verdad, está encerrada dentro, imbécil -dijo Andrei desde la espalda del hombre, colocando el cañón del silenciador en la nuca del hombre, que notó el calorcillo residual-. Suelta la pistola y las manos en alto. 

-   No sabes lo que estás haciendo -advirtió el hombre, al tiempo que dejaba caer la pistola y levantaba las manos-. Se la has jugado a alguien poderoso que no le gusta que pase esto. Te va a destripar, te lo aseguro, junto a esta zorra. 

-   Espero conocer a esa persona -aseguró Andrei, al tiempo que golpeaba al hombre con la culata de la pistola. Una herida y sangre aparecieron en el lugar del golpe. El hombre se precipitó contra el suelo, tras un gemido, inconsciente.

Andrei, se agachó, dio la vuelta al cuerpo y ató las manos y los pies. Tras ello recogió la pistola del hombre y se la guardó. Después abrió el coche. Helene salió disparada y le metió un pisotón al hombre del suelo. 

-   ¿Contenta? -preguntó Andrei. 

-   ¿Está muerto? -inquirió Helene, después de sacarle la lengua. 

-   No, pero pronto deseara estarlo -aseguró Andrei. 

-   ¿Qué le vas a hacer? 

-   Mejor que no lo sepas -dijo Andrei, antes de alejarse en dirección al otro coche.

Helene se quedó mirándolo pero pensó que era mejor no molestarlo. Algo le decía que iba a ver algo que no iba a olvidar nunca.

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