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sábado, 17 de abril de 2021

El reverso de la verdad (22)

Ante la mirada intrigada de Helene, Andrei había extraído un asiento del coche de sus enemigos. Le llamó la atención que el asiento estaba manchado de sangre, por lo que fue a ver que lo había producido. Al ver la cabeza destrozada del argelino, aún sentado en el asiento del conductor, Helene vomitó allí mismo. Tuvo que alejarse para que las arcadas disminuyeran. Cuando regresó a donde estaba el asiento, Andrei había movido el focus de lugar y le había endosado una especie de manguera al tubo de escape, sellando la unión con cinta aislante. Por último, colocó al hombre en el asiento y se volvió a Helene. 

-   Voy a necesitar tu ayuda -le dijo Andrei. 

-   ¿Qué he de hacer? -preguntó Helene, pero al recordar al muerto del otro coche añadió-. Tú has matado al otro, pero yo no soy una asesina. Sé que tengo un lado oscuro, pero no quiero matar a nadie. 

-   No te preocupes, solo necesito que aceleres el focus cada vez que te diga y pares cuando te vuelva avisar -explicó Andrei-. Mientras te quedes dentro del coche, no le harás ningún mal y no matarás a nadie. 

-   Vale -asintió Helene, sin tener todas con ella. 

-   En ese caso ve al coche y espera que te avise -ordenó Andrei.

Helene se montó en el coche y Andrei golpeó al hombre en la cara, hasta que comenzó a volver en sí. Cuando abrió los ojos vio la cara de Andrei situada ante él. 

-   Veo que la bella durmiente ya se ha despertado -se burló Andrei. 

-   ¿Qué le has hecho a Obaib? -fue lo primero que dijo el hombre, a la vez que forcejeó con sus ataduras, para descubrir que estaban bien atadas y no podía librarse de ellas. 

-   Me temo que su cabeza ahora tiene un par de agujeros de más -indicó Andrei-. Uno de ellos demasiado grande para mi gusto, pero es lo que tiene la munición explosiva. 

-   ¡Eres un cabrón! -espetó el hombre-. ¡Un cabrón muerto! 

-   ¡Oh, vamos! -se quejó Andrei-. No es tiempo de insultos, amigo. Antes has dicho que le he tocado las narices a un hombre importante. Dime a quien he jodido. Vamos. 

-   No te voy a decir nada -negó el hombre. 

-   Vaya, con la ilusión que me has hecho antes, yo que pensaba que me ibas a ayudar -ironizó Andrei-. Pues nada, quieres ir por las malas. ¡Helene, dale!

El hombre giró la cabeza cuando escuchó el motor del coche, que estaba a su izquierda. Por un momento pensó que se iba a lanzar marcha atrás y le iban atropellar, pero lo que sintió fue las manos de Andrei. Una le pinzó la nariz, lo que le obligó a abrir la boca. Justo en ese momento le metió lo que parecía un cilindro de plástico duro y la mano que se mantenía en la nariz, la soltó y le cerró la boca. La mandíbula le dolió a rabiar cuando le obligó a morder con fuerza el plástico, pero al momento notó como los gases de la combustión del coche entraban por su garganta, calientes e irrespirables. Empezó a toser, al tiempo que se ahogaba.

-   ¡Helene, basta! -gritó Andrei, al tiempo que le sacaba la manguera al tirón, haciéndole más daño-. Espero que esto te haya hecho recapacitar. 

-   ¡Jodete! -consiguió decir el hombre, entre toses.

Andrei bufó y volvió a coger su nariz, aunque esta vez, el hombre intentó defenderse sin éxito, ya sabía lo que se le venía encima. Andrei le aplicó el correctivo de los gases del tubo de escape varias veces seguidas. Cada vez, el tiempo que mantenía la manguera en la boca del hombre se hacía más largo o eso le parecía al hombre, cuya piel había tomado ya un tono azulado y le costaba respirar. Los gases calientes le habían quemado la tráquea y parte de los pulmones. Incluso Andrei estaba sorprendido por el aguante. Los prisioneros a los que había visto sufrir esa tortura no solían pasar de la segunda dosis antes de cantar por los codos. 

-   Última oportunidad -indicó Andrei-. Si no quieres hablar no me sirves de nada. Supongo que si vuelvo a amañar la carrera, tu jefe perderá mucho más de lo que le gustaría. 

-   ¡Espera, espera! -pidió el hombre entre gemidos-. Si haces eso Charles sufrirá las consecuencias. 

-   Bien, así que tu jefe es Charles -señaló Andrei-. Ves no era tan difícil decirme las cosas. 

-   Me mataran por contarte cosas -murmuró el hombre. 

-   Tú ya estás muerto, amigo -aseguró Andrei-. Lo importante es si quieres ir al cielo o al infierno. Descarga tus pecados y podrás entrar.

El hombre asintió y comenzó a contar cosas. Pero para desgracia de Andrei, ese hombre, Charles no era el gran jefe. Y tal vez no era ni un gran jefe. Charles se llamaba el hombre que dirigía el club de apuestas. Solo Charles conocía a quien estaba verdaderamente detrás de todo. Pero tal y como lo contó el hombre, tal vez no conociese a nadie, sino que se comunicaba con la organización por teléfono. La organización había dado las órdenes de poner los rastreadores en el dinero, y luego ellos ya se encargarían. Pero Charles quería quedar bien con sus jefes, por lo que había puesto otros rastreadores y les había mandado a ellos. Lo único que pudo añadir antes de que Andrei le matase es que Charles temía con creces a la organización.

Helene se mantuvo en el Focus, mientras Andrei llevaba al hombre muerto hasta su coche, así como el asiento. Desmontaba la manguera y dejaba todo listo. Lanzó el coche de sus perseguidores a la laguna y dejó el maletín con los fajos falsos en medio de la explanada, antes de marcharse, de vuelta a casa, aunque primero pasaron por el aeropuerto, era el momento de cambiar de coche.

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