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sábado, 10 de julio de 2021

Aguas patrias (44)

Fue el centinela de la puerta del camarote, quien despertó a Eugenio el día que debían encontrarse con el Vera Cruz, aunque más bien, la madrugada, porque cuando subió a la cubierta, aunque el cielo del este se notaba algo de claridad, en el resto aún estaba negro. Y gracias a eso se podía ver las detonaciones. En alguna parte del horizonte había una batalla. Una importante.

Eugenio apuntó el catalejo hacia donde se observaba el destello de las explosiones. Sin duda eran cañones, pues empezaba a llegarles el clamor de estos al dispararse. 

-   Señor Vellaco, pite a zafarrancho -ordenó Eugenio, nervioso, pues había tenido un presentimiento, uno bastante negro-. Órdenes a toda la escuadra, que los tenientes retornen a la fragata con el mayor número que puedan prescindir para el manejo de estos. Solo el señor Alvarado se quedará en su actual posición con los hombres que tiene. 

-   Sí señor -asintió Julio, llamando a uno de los guardiamarinas a voces, para que preparase las señales. 

-   Señor Vellaco, bajo a desayunar, informeme si hay algún cambio en la batalla -dijo Eugenio retirándose, porque estaba aun con la ropa de dormir y no le parecía que fueran formas. Aunque el piloto parecía lucir su misma suerte.

Bajó a su camarote, se cambió lo más veloz que pudo, poniéndose su uniforme, con el sable y llamó a su ayudante, al que pidió que le trajese algo de desayunar. Que al final consistió en café y algo de queso. Lo que pudo encontrar en tan poco tiempo. Cuando pasó en el camarote el tiempo indicado para que la tripulación no pareciese que estaba nervioso. Al regresar a la cubierta, el piloto ya estaba con su uniforme y había marineros subiendo por los costados con ganas. En el alcázar se encontraban ya el teniente Salazar y Romonés. 

-   Espero que su presencia aquí no haga que sus barcos se pierdan -dijo como saludo Eugenio, una chanza improvisada que no provocó risas pero tampoco malestar-. ¿Supongo que ya se han dado cuenta de lo que pasa por allí?

Eugenio señalaba la dirección donde aún se podían ver las detonaciones. Los tenientes presentes asintieron con la cabeza. 

-   Si don Rafael es tan buen marinero como yo creo, hoy deberíamos habernos encontrado por aquí con él -informó Eugenio-. Y al ver eso he tenido una premonición. ¿Qué pasaría si algún inglés se encontrase con don Rafael antes que nosotros? 

-   Que no quedará inglés -ironizó Álvaro. 

-   ¿Y si es más de un inglés? -inquirió Eugenio, mientras que los rostros de los tenientes se volvieron serios, entendiendo lo que quería decir-. Si el Vera Cruz o la Santa Ana están en batalla, necesitan nuestra ayuda, ¿no creen? 

-   Claro -musitaron los dos tenientes a la vez. 

-   Por eso vamos a dividirnos, la fragata avanzará hacia la batalla, mientras que el contramaestre con la corbeta y el Windsor protegerán la escuadra -anunció Eugenio. 

-   Es una pena que tengamos tan pocos hombres en ellas, están todas ellas artilladas, bueno a excepción del mercante, que tiene unos juguetes de feria -comentó Romonés con pena. 

-   Mis hombres se pueden encargar de los cañones, suelen ayudar en las defensas de Santiago -intervino el capitán Menendez que se había acercado-. Aunque tampoco son suficientes para manejar las baterías de ambos costados, pero si una de ellas. 

-   Igual no hace falta ni que los manejen bien -afirmó Eugenio-. Solo basta que el enemigo al ver las bocas fuera piensen que se enfrentan a una flota enemiga. Si son un par de barcos igual se vuelven a puerto. En ese caso, usaremos la supuesta potencia y la apariencia de flota para engañar al enemigo. Pero no se olvide una cosa, no pueden disparar ni un cañón hasta que se ondee la bandera española en las presas. 

-   Entendido -asintió el capitán Menendez.

Los tenientes y el capitán Menendez se encargaron de pasar el plan al resto de los barcos, mientras regresaban el resto de marineros. El plan era simple. Actuarían como una escuadra. Con un poco de suerte, si el combate era lo que Eugenio pensaba y el Vera Cruz y el Santa Ana luchaban contra navíos enemigos, cuando el inglés viera las velas de los barcos enemigos, con las banderas españolas, pensaría que habían caído en las manos de una escuadra enemiga y se retirarían. O eso esperaba Eugenio.

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