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sábado, 17 de julio de 2021

Aguas patrias (45)

No fue una sorpresa para nadie de la fragata y del resto de los barcos que uno de los barcos que luchaba era el Vera Cruz. Cuando por fin se empezaron a ver la parte alta de la arboladura, reconocieron las cofas y los banderines de la nave. Junto a él, envueltos en el humo del fuego de los cañones, por lo menos había dos navíos de tres palos, pero pronto se dieron cuenta que tenía que ser de menor porte. No se enfrentaba a navíos de línea. Lo cual era mejor para ellos y su estratagema. También vieron un tercer barco, también de menor porte. Sería la Santa Ana. Fue entonces cuando Eugenio ordenó cambiar las banderas.

Con el paso de las horas acabó amaneciendo y los barcos se fueron distinguiendo mejor. También en parte porque el humo de los cañonazos se había disipado, siendo estos más esporádicos. Lo que quería decir que habían pasado al abordaje. El tercer barco que habían distinguido, algo más alejado al principio, ahora lo distinguían como una fragata, que tenía importantes daños y que había virado, poniendo pies en polvorosa. Sin duda había distinguido la escuadra y huía. 

-   ¿Por qué no huyen los otros? -preguntó el joven Torres, señalando a los barcos abarloados con el Vera Cruz. 

-   Porque piensan que pueden tomarlo antes de que llegue la escuadra y usarlo contra nosotros -respondió Álvaro. 

-   Pero no tema, señor Torres, no vamos a permitir que ocurra eso -aseguró Eugenio, eufórico-. Le vamos a enseñar al inglés lo que le pasa por meterse con nosotros.

Todos los oficiales presentes se sonrieron, indicando que el capitán sabía lo que decía y eso llenó de valor al aterrado guardiamarina.

Aun así aun quedaba tiempo para que la Sirena pudiera entrar en batalla. Y lo que Eugenio tenía en ese momento en la cabeza eran cálculos y una pregunta, el paradero de la Santa Ana. 

-   Son una fragata y una corbeta -informó Álvaro mirando por el catalejo cuando estuvieron aún más cerca-. La corbeta está bastante hundida. Me da que la van a abandonar a su suerte. No veo que esté saliendo agua por ninguna parte. 

-   En ese caso, lo mejor es olvidarnos de ella, señor Salazar -indicó Eugenio-. Llevenos al costado libre de la fragata y que nuestros cañones barran su cubierta con metralla, luego la tomaremos a sangre y fuego. 

-   Sí, capitán -asintió Álvaro. 

-   Y mensaje a la escuadra, que las baterías hagan fuego sobre la corbeta, desde lejos y sin prisa -ordenó Eugenio, que pudo ver las caras de sorpresa de sus tenientes-. Ya que somos una escuadra, que el inglés se lo crea hasta el final. De ese modo la otra fragata no volverá. 

-   Entiendo -dijo Romonés.

En la siguiente hora se acercaron hasta el punto de escuchar la lucha en la cubierta del Vera Cruz. La Sirena empezó a maniobrar para alejarse del resto de la escuadra, que ahora dirigía la corbeta y sus cañones ya empezaban a apuntar a la corbeta inglesa. Eugenio sabía que el contramaestre abriría fuego mucho antes de lo que la Sirena pudiese y que no pondría las presas en peligro. 

-   El señor Alvarado parece que se divierte -dijo Eugenio al empezar a escuchar los cañonazos desde la corbeta-. Veamos qué tal se le da.

Y no fue una sorpresa para nadie que se le daba bien. Sin que la corbeta retornara el fuego de la supuesta escuadra, el contramaestre y sus artilleros tenían todo el tiempo para apuntar. Los palos, la línea de flotación y todo lo que pudiera dificultar al enemigo. Algunos cañonazos eran altos, por lo que destrozaban vergas. Lo que provocaba la lluvia de astillas y trozos de madera sobre la corbeta y seguramente la parte del Vera cruz donde se apelotonaban los ingleses, intentando matar a los defensores o subir a bordo.

Por fin la Sirena cruzó la estela de los tres barcos, virando para acercarse a la fragata. Sin duda los ingleses se estaban jugando el todo por el todo, y no habían sacado la batería de ese costado. Incluso quedaban enemigos aun en su cubierta intentando acceder al Vera Cruz. Cuando ambas fragatas estuvieron paralelas, la Sirena descargó su letal carga de metralla. Tras disiparse el humo, se vio la carnicería. Ya no había ingleses intentando subir al Vera Cruz, sino cuerpos destrozados apelotonados en su cubierta. Pero en la Sirena ya estaban preparando una segunda carga, que acabó de aplastar a los ingleses de la cubierta.

Eugenio ordenó lanzar los garfios y con las cuerdas bien sujetas, se acercaron hasta que los costados de las dos fragatas golpearon. Mientras se aproximaban, con los cañones de la cubierta principal, barrieron casi cualquier posible defensa. Podían escuchar los gritos de dolor y los gemidos de los ingleses heridos o moribundos. Desde las cofas de la Sirena, los infantes de marina disparaban contra todo lo que parecía inglés, tanto lo que se movía por la cubierta de la fragata, como lo que veían en la borda del Vera Cruz, intentando reducir la plaga de langostas que había sobre el navío.


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