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martes, 13 de julio de 2021

Lágrimas de hollín (87)

Shonet, que estuvo siendo muy cauto en casi todos sus negocios, la mayoría ventas de todo tipo, para recaudar el oro que le había pedido Jockhel, siempre estuvo bajo el escrutinio de los hombres de Bheldur y Shar. A media semana ya sabía que no iba a poder conseguir el oro sin tener que hablar con su padre y sabía demasiado bien la respuesta de este. Jamás le daría esa cantidad de oro, porque le tendría que explicar la jugada que quería hacer y al final el viejo, que no era tonto, se daría cuenta de que lo hacía para acabar con las posibilidades de que él perdiera su herencia. Pero entonces se le vino a la mente una idea. En el pasado había fallado estrepitosamente, pero porque la había dejado en manos de otros, para no quedar manchado. Ahora debería ser él mismo quien se encargase de todo. Había un almacén con una cantidad de oro que haría palidecer a cualquiera. No le gustaba tener que robar el cargamento de los imperiales, pero si jugaba bien sus cartas, tal vez podría hacer que fuera Jockhel el culpable. Llamaría al único integrante del primer grupo de robo, ese hombre era su pieza clave.

Por otro lado, los espías de Bheldur, lo informaban diariamente de lo que hacía el noble y Bheldur se hizo una idea de lo que iba a pasar. Fhin, en cambio, seguía actuando como Malven y se dejaba ver por las zonas de la alta sociedad de la ciudad en compañía de Arhanna. Para Bheldur, la muchacha estaba enamorada de Malven, lo que le hacía sentir compasión por ella, ya que Malven era un ser ficticio, que desaparecería pronto, en la vorágine que se aproximaba.

Todas las tardes, Bheldur iba a dar su informe a Fhin que lo escuchaba con detenimiento. Pero el de ese día, fue el más interesante. 

-   Shonet se ha reunido con el maleante que se nos escapó cuando lo del almacén de su padre -informó Bheldur. 

-   Eso quiere decir que nuestro amigo ha decidido llevar a cabo su movimiento más arriesgado -indicó Fhin-. No iba a conseguir el oro de las formas habituales y qué mejor que hacer que su padre se enemiste con los imperiales, a los que siempre ha ayudado. Me temo que Shonet no está dándose cuenta que se está adentrando en una senda muy peligrosa. 

-   Hay una cosa más, los gatos han interceptado la conversación, van a hacer que el robo sea obra de Jockhel. 

-   ¡Hum! Eso no me lo había esperado, pero no importa, los días de Jockhel están llegando a su fin, al igual que se aproxima el ejército imperial del norte -dijo Fhin-. Según Shonet realice el pago, Bhorg y Phorto deberán ponerse en marcha. ¿Está todo listo? 

-   Bhorg ha regresado esta mañana a la ciudad, ha seguido tus instrucciones al pie de la letra -contó Bheldur-. Se han hecho con una hacienda interesante y con unos almacenes. 

-   ¿Y Runn? 

-   No ha vuelto todavía -contestó Bheldur. 

-   Cuando lo haga me informas de ello -ordenó Fhin. 

-   Así sea. 

-   En ese caso ya te puedes retirar -le indicó Fhin.

Bheldur se marchó, pues cuando Fhin lo pedía así, se hacía y punto. La maniobra que había levantado fuera de la capital había sido muy ambiciosa. Por un lado Bhorg había ido a las tierras de los Fritzbaron, a preparar su futura residencia. Habían partido como una caravana de mercaderes, pero llevando una parte del tesoro de Jockhel y a las familias de los que iban a marchar con él. Fhin estaba preparando su plan de escape, ya que sabía que se acercaba el fin de su corto reinado en La Cresta.

En cambio, la misión de Runn era totalmente lo contrario, había ido a poner las migas que servirían a los imperiales para cuando investigarán lo que había sido de su oro. Les llevaría a una propiedad de los Mendhezan, unos locales que habían alquilado, bajo pseudónimo. Los imperiales sumarían lo básico y no más allá. Si el plan de Fhin se desarrollaba como estaba previsto, pronto los Mendhezan, recibirían su castigo y venganza.

Un criado se colocó ante los pasos del pensativo Bheldur, que estuvo a punto de chocar con él. 

-   ¿Qué ocurre? 

-   Un hombre quiere hablar con el señor -dijo el criado. 

-   Es tarde, indícale que el señor Malven ya no recibe a nadie -indicó Bheldur al criado, que se volvió para llevar el mensaje, pero Bheldur lo detuvo-. Un momento, ¿quién es ese hombre? 

-   El alto magistrado Dhevelian, señor -contestó con premura el criado. 

-   El alto magistrado, vaya -repitió Bheldur-. No le llevéis ese mensaje, debo hablar con el señor Malven, espera aquí.

Bheldur dejó al criado en el pasillo y regresó a la habitación donde estaba Fhin, ya que esta visita inesperada se le debía informar.

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