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martes, 27 de julio de 2021

Lágrimas de hollín (89)

Cuando Dhevelian llegó a su casa, se dirigió directamente a su despacho, donde empezó a escribir una misiva a Shonet. Claramente no le iba a decir que había hablado con Malven, y que no había visto ninguna actividad sospechosa en sus negocios. Si algo había aprendido con los años sirviendo a la ciudad y al imperio era en no cerrar ninguna puerta que le pudiera ofrecer a la larga un beneficio. Escribió que había empezado a revisar los negocios de Malven y que pronto tendría las pruebas de lo que Shonet le había hablado.

Estaba seguro que los negocios de Malven eran muy oscuros, pero si tenía el oro suficiente para hacer que el virrey del sur pudiese mandar una carta con quejas al gobernador, lo mejor que podía hacer él era quitarse de en medio. Esa forma de proceder era la más astuta y Shonet debería cavilar más sus acciones. Ese joven noble siempre se lanzaba a lo loco en todo lo que emprendía. Por ahora la buena relación entre su padre y el gobernador le habían servido para no sufrir un castigo merecido. Pero parecía que el joven Malven podía ser una piedra en su camino al cielo.

Y la información de un robo a gran escala contra un mercader de la ciudad, si era buena, le podría hacer ganar puntos con el gobernador. El asunto de Inghalot y de Jockhel le había hecho perder mucha de la confianza que el gobernador tenía en él, como hombre capaz de hacerle la vida, en este puesto alejado de la capital, más sencilla de lo que era. Los funcionarios imperiales estaban para realizar el trabajo y desgraciadamente, cuando algo iba mal, eran los chivos expiatorios.

Dhevelian se esmeró en escribir una misiva que le hiciese parecer un devoto servidor de Shonet, pues sabía que el noble sucumbía a que le alabasen en exceso. Tras terminarla, la releyó un par de veces, hasta que la cerró y lacró. Un sirviente de su confianza se marchó con ella, para entregarla a Shonet.

Lo que Dhevelian no sabía era que ese criado en el que creía uno de los suyos, ya cobraba el oro de Bheldur y en el mismo momento, que cayó en manos del siervo, fue copiada. Aquellos que Fhin había decidido que serían sus enemigos, estaban a la merced de Bheldur y sus espías. Lo que escribió Dhevelian sería leído por igual por Shonet que por Bheldur.



Lejos de la residencia de Dhevelian, en un almacén oscuro, se reunían una serie de hombres mal encarados, todos a la espera de quien les contrataba. Muchos se quedaron sorprendidos al ver al hombre del que se hablaba en los tugurios, el señor de La Cresta. El gran Jockhel les iba a contratar, por lo que muchos estaban felices o por lo menos eso aparentaban. Pero no fue Jockhel quien les habló, sino otro individuo, más simple y más parecido a ellos. Al que todos tomaron por un lugarteniente de Jockhel.

El lugarteniente les habló de un trabajo, un robo, unos cuantos cofres que debían sacar de un almacén, para llevarlos a otro lugar. La paga era buena y parecía que nadie se les opondría. Porque como indicó el hombre, quien se opondría a Jockhel. Lo que quería decir que era un trabajo sencillo. El hombre les indicó cómo se iba a llevar a cabo el trabajo y que tenía que hacer cada uno de ellos. Cuando parecía que todos lo entendieron, les dejaron marchar, indicándoles donde se verían en dos días, para el robo. 

-   Llevar esta máscara de oro es una tortura -dijo Shonet, quitándose la pieza de oro-. ¿Esos hombres son lo que necesitamos? Parecían unos muertos de hambre. 

-   Mi señor, son lo que he podido encontrar con el poco tiempo que me has dejado para montar el golpe -se quejó el hombre que había explicado el golpe, el único superviviente de la intentona anterior-. La última vez, el plan se montó con meses de preparación y… 

-   Y fue un completo desastre -indicó Shonet, empezando a notar la ira subiendo por su cuello. Aún estaba muy disgustado con el fiasco anterior, donde había perdido una buena cantidad de oro y no había conseguido que su padre cayese en desgracia. 

-   No fue culpa nuestra, los miembros de la seguridad del almacén estaban avisados de lo que iba a ocurrir -intentó defenderse el hombre-. Escape por los pelos, pero mis hombres cayeron todos en las manos de vuestro padre. Fue una suerte que use una identidad falsa. Sino ahora no estaríamos hablando. 

-   Siempre empiezas con las mismas excusas, déjalo y toma -ordenó Shonet, al tiempo que le pasaba la máscara de oro-. Esta vez no seré tan magnánimo como falles, ¿entendido?

El hombre asintió con la cabeza, mientras observaba a Shonet marcharse. Después miró la máscara de oro y se rió. Estaba bastante harto de ese noble loco, pero había encontrado una forma de escapar de sus garras. Jockhel era una buena jugada para conseguir hombres desesperados, pero a la vez era una baza peligrosa.

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