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sábado, 18 de diciembre de 2021

Aguas patrias (67)

Con la conversación sobre la situación de la actual guerra, llegó el carruaje a la puerta de la vivienda alquilada de don Bartolomé. Por la puerta salió un criado y abrió la portezuela para que los dos oficiales se apeasen del carruaje y entrasen en el edificio. Subieron hasta la planta alquilada, seguidos a unos pasos por el criado negro, Eusebio creía recordar Eugenio que se llamaba. Según cruzaron la puerta de las habitaciones de don Bartolomé, se encontraron con el propio hombre. 

-   Buenos días, Bartolomé -dijo don Rafael, quitándose su bicornio. 

-   Don Bartolomé -saludó Eugenio, menos familiar que don Rafael, más serio, quitándose su bicornio también. 

-   Capitanes, bienvenidos a mi morada y gracias por aceptar mi invitación -devolvió las buenas palabras de los dos recién llegados-. Como es más pronto de lo que esperaba, tal vez quieran acompañarme a la biblioteca y tomar un clarete conmigo.

La invitación a la biblioteca fue aceptada por los dos capitanes con una alegría contenida, bueno principalmente por Eugenio. Don Rafael puso su brazo sobre el hombro de don Bartolomé, lo que dejaba claro que ambos hombres no solo se conocían, sino que eran amigos. Abrazados de esa guisa, avanzaron hacia la biblioteca, con Eugenio siguiéndoles a unos pasos por detrás. 

-   Así que se ha tenido que suspender el segundo juicio de guerra -indicó don Bartolomé. 

-   Me temo que el capitán Trinquez ha tenido una ligera indisposición -explicó don Rafael-. Aunque también te digo que escucharás rumores más alarmantes sobre ello. Lo del accidente es una pura mentira. Sus detractores, incluido el señor Juan Manuel de Rivera y Ortiz, están aireando muchos trapos sucios de Amador. Y lo que es peor, en la armada hay quien se los está creyendo a pies juntillas. Parece un nido de verduleras, en vez de una armada como tal. 

-  Es una pena lo que me cuentas del pobre Amador, parecía un buen capitán y un caballero -reconoció don Bartolomé. 

-   A mi también me lo parece -asintió don Rafael, no queriendo más detalles-. Pero bueno, dónde está esa preciosa hija que tienes. 

-   Os habéis adelantado y la habéis pillado cambiándose -se burló don Bartolomé. 

-   Así que no hemos tenido suerte -añadió don Rafael que se paró y miró a Eugenio-. Mi acompañante tendrá que esperar para ver a Teresa.

Eugenio no supo que responder a don Rafael y menos con don Bartolomé delante, lo que pareció alegrar más a don Rafael. 

-   Un capitán valiente que no le tiene miedo al combate y no sabe qué decir en esta situación, pobre esta armada moderna, Bartolomé, pobre -señaló don Rafael. 

-   Estoy seguro que el capitán Casas es mucho más interesante en otros menesteres, que intentar responder a tus malicias, Rafael -intentó don Bartolomé defender a Eugenio-. Y nuestra armada siempre ha estado llena de mediocridad. Tantos nobles con ínfulas la han ido degradando. Cuando un monarca vea que son mejores los méritos desde la época del guardiamarina, sin importar el apellido, mejorará en todos los niveles. De todas formas, podéis sentaros y Eusebio, trae una botella de clarete para todos.

Don Bartolomé señaló los butacones que estaban diseminados por la sala que hacía de biblioteca. Junto a cada uno de ellos había una pequeña mesa auxiliar, ideal para dejar una copa o cualquier elemento auxiliar necesario para poder leer a placer. Don Bartolomé fue el primero en dejar caer su cuerpo en uno de los butacones. Don Rafael fue el siguiente en sentarse y Eugenio fue el último. Había aguantado estoico hasta que don Rafael se había sentado. Durante unos segundos, pareció que ambos iban a luchar para ver quien aguantaba más, pero al final, don Rafael, aún convaleciente, se dejó caer, con el orgullo un poco dañado, ya que Eugenio le había ganado el envite, pero también complacido porque el joven había aguantado con estoicismo.

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