Seguidores

sábado, 25 de diciembre de 2021

Aguas patrias (68)

Eusebio, el criado negro de don Bartolomé apareció por la biblioteca a escasos segundos que Eugenio se hubo sentado. Llevaba una bandeja de plata, con tres copas y una botella de vino clarete. Fue repartiendo todas las copas, colocando cada una en una de las mesillas junto a los butacones, y les sirvió como un profesional el vino. La botella la dejó en la mesilla de don Bartolomé, por si quería darle más clarete a sus invitados y desapareció por una puerta con la bandeja de plata. 

-   Rafael, esta mañana la ciudad es un hervidero -dijo don Bartolomé, tras saborear el vino con deleite-. Se ha corrido la voz de que se ha perdido Cartagena ante los ingleses. ¿Es eso verdad? 

-   Una mentira para hacer que nos desmoralicemos, amigo -explicó don Rafael-. Los ingleses, que no son capaces de derrotarnos en el Caribe se inventan esas mentiras para que les consideremos algo mejor de lo que son. No son capaces de salir de Puerto Real sin encallar en un día con mucho viento, van a poder doblegar al almirante de Lezo. ¿Te acuerdas del almirante de Lezo, de Blas? 

-   ¿Blas de Lezo? ¡Por Dios, vaya que sí! -aseguró don Bartolomé-. Me acuerdo de cuando me lo presentaste. Era en un banquete en Cádiz. ¿Acababa de regresar victorioso del socorro de Orán, no? 

-   Veo que tienes bien tu mente -asintió don Rafael-. ¿Eugenio, has escuchado alguna vez de lo que hablamos? 

-   No estoy seguro, señor -negó Eugenio, intentando hacer memoria, llevaba mucho en el Caribe. Sabía que don Rafael había estado hace poco en la península. Podía estar hablando sobre alguna misión reciente. 

-   Vaya, bueno, en el treinta y dos se recuperó la plaza de Orán, ¿no sé si sabes de eso? -narró don Rafael-. La verdad que si estabas aquí, puede que no te llegasen más que rumores de la expedición. Bueno, la cuestión es que el almirante de Lezo participó tanto en la expedición, como en el socorro posterior. Y aquí reside lo que quería contarte. Cuando llegó la flota de socorro, los argelinos, que contaban con varias naves se dieron a la fuga. Pero el almirante que veía que esa escuadra argelina era el mayor de los problemas para la seguridad de la plaza, los persiguió. Sobre todo a la nave capitana. Los siguió hasta la bahía de Mostagán, donde se creyeron a salvo debido a que poseían dos fortificaciones. Pero nunca hubiera detenido al almirante, y claramente no lo hizo en esta ocasión. Fue detrás de la nave capitana, la capturó y además destruyó las dos fortificaciones. No sólo salvó Orán, sino que asestó un importante triunfo sobre los piratas de Berbería, ya que esa bahía era uno de sus principales apostaderos.

Eugenio podía ver en las facciones de don Rafael el orgullo que sentía al hablar del almirante de Lezo. Incluso él, que no conocía en persona al almirante, se llenaba de fuerza al escuchar las palabras de don Rafael, que se referían a tan gran mando naval. 

-   Recuerdo que hablar con él fue muy estimulante -añadió don Bartolomé-. Era franco, pero no le gustaba que le intentasen dorar la píldora. Creo que te aconsejó que en el combate fueses cauteloso cuando te superaban en número, pero que no te acobardaras cuando tenías todo de tu lado, que había que atacar y hostigar al enemigo. 

-   Ya has oído, Eugenio, es una buena forma de luchar -asintió don Rafael-. Y lo ha dicho un gran almirante. Ya me gustaría que todos fuesen como él. Pero me temo que algunos no parecen ser muy combativos. 

-   Rafael aquí estamos entre amigos, pero te he dicho muchas veces que tu franqueza te va a llevar a tener problemas -le advirtió don Bartolomé, que seguramente ya había escuchado en otras ocasiones sus quejas hacia los mandos superiores y en esta ocasión, y no se le pasó a Eugenio, eran sobre el almirante, que estaba en La Habana. 

-   Vale, papá -se burló don Rafael. 

-   Si vas a empezar con tus chanzas, pues dejo que te estrelles contra la realidad y los mandos corruptos -se quejó don Bartolomé. 

-   No te enfades, amigo -rogó don Rafael, poniendo las manos en forma de oración-. Sabes que escucho todas tus advertencias siempre. No te creas que no te hago caso… 

-   Veo que ya estás intentando sacar de sus casillas a mi padre -dijo de improviso Teresa, que acababa de llegar a la biblioteca, vestida con un vestido azulado y blanco, que se ceñía a su cuerpo.

Los tres hombres presentes se levantaron de sus asientos al darse cuenta de la llegada de la señorita. Esta les hizo un gesto para que se sentasen, pero ninguno lo hizo hasta que ella se aposentó en una silla con respaldo. Solo entonces se sentaron ellos. Eugenio no pudo evitar posar su vista en ella, aunque esquivaba la mirada, si ella le miraba a él. Don Rafael y don Bartolomé se quedaron interesados en la curiosa forma de proceder del joven capitán. Aunque don Rafael estaba alegre porque parecía que Eugenio estaba prendado por su ahijada y en cambio don Bartolomé rumiaba como un marino tan valiente y caballeroso se podía volver como un crío, solo porque una joven le gustaba. Porque no era capaz de demostrar sus sentimientos, aunque la dama en cuestión le mandase a la porra. A él no le había costado tanto pedir la mano de la madre de Teresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario