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sábado, 11 de diciembre de 2021

El reverso de la verdad (56)

Por unos segundos Arnauld no escuchó nada al otro lado del teléfono. Tal vez habían colgado. Estaba bastante harto de las formas de ese hombre, aunque en una cosa tenía razón, le pagaba demasiado bien. Ya no podía librarse de ese hombre y lo que representaba. Si sus compañeros llegaban a enterarse se acabaría todo. Aunque por lo que sabía dudaba que su vida valiese mucho si el hombre le despedía. 

-   Podías haberme dicho que conocías a Andrei de antes -dijo el hombre con una voz calmada, o que parecía simular la calma. En el fondo del tono, había un deje de ira. 

-   No me lo has preguntado -sentenció Arnauld, aunque sabía que la respuesta no le iba a satisfacer a su interlocutor. 

-   No tengo que hacerte preguntas cuando te pago como te pago -se quejó el hombre-. Tú me informas y punto. ¿Desde cuándo sabías quién era? 

-   Lo reconocí cuando me dijiste que había un individuo que podía ser una molestía y querías mi opinión profesional -contestó Arnauld. 

-   De eso hace meses -gritó por fin el hombre-. Me podías haber avisado de quién era realmente, imbécil. 

-   Se había retirado, y era un hombre de honor, no creí que se fuera a poner a vengarse así como así -aseguró Arnauld, que seguía sin entender el porqué de la situación. Que Andrei hubiera sido militar no significaba nada. Además claramente había pasado página. Ya no era un pobre viudo, sino un tío con demasiada suerte. Siempre se llevaba a las más hermosas mujeres. 

-   Tú no eres quien debe decidir lo que me debe contar, majadero -siguió profiriendo alaridos-. Tú me informas de todo sin comerse ni una sílaba. O ya no me serás útil para nada. Ahora vas a ir a por tú amigo y lo vas a entregar a unos amigos míos. 

-   Yo no puedo detener a la gente así como… -empezó a decir Arnauld. 

-   Si tienes la necesidad de seguir vivo, mejor que te dejes de chorradas -advirtió el hombre-. Tráeme a Andrei y callate.

El hombre colgó y Arnauld se quedó mirando el móvil silencioso. En menudo lío estaba metido. Que se pensaba que podía hacer. No podía detener a Andrei sin ninguna prueba de nada. El antiguo militar no era tonto. No se iba a dejar arrestar si no presentaba unas pruebas y no podía llevar a ningún compañero con él, ya que si desaparecía Andrei, cómo lo iba a explicar. Los presos no desaparecían como arte de magia. Maldita suerte la suya. Regresó hacia la comisaría pensando cómo resolver su entuerto.

Se sentó en su silla, tras su mesa y entonces pensó que le podía engañar, decirle a Andrei que tenían nuevas pruebas del asunto de Sarah, igual de esa forma conseguía atraerlo a la trampa que le querían hacer. La verdad es que le reconcomía un poco tener que hacerle una celada así a un viejo compañero de armas, pero era su supervivencia o la de Andrei, y le gustaba mucho su pellejo.

Tomó sus cosas y se volvió a marchar. Se saludó con varios compañeros en la puerta, le preguntaron si quería ir a comer algo con ellos, que tenían que hablar de otro caso en ciernes. Pero tuvo que rehusar, alegando problemas con la familia. Todos sabían que estaba separado y que su esposa le había sangrado. Además tenían hijos en común. Siempre tenía que hacerse cargo de las travesuras de su hijo mayor, un quinqui de armas tomar. Si no fuera por el padre, haría ya mucho tiempo que sus huesos estarían en un reformatorio, pero como decía Arnauld siempre, su madre le hubiera crucificado si no sacaba al niño de los problemas.

Se llevó del garaje un coche de policía camuflado, sin los distintivos y condujo hacia la dirección de Andrei. Mientras viajaba hacia allá, en su cabeza iba pensando en lo que iba a contarle a Andrei. Tenía que ser lo más creíble, para que este llegase a sospechar de nada. Cuando se acercó a la dirección de Andrei, se dedicó más tiempo del debido a buscar un hueco para aparcar. No quería estar en un sitio prohibido, ya que habían tenido muchos problemas entre los departamentos y el de tráfico. Los policías debían dar ejemplo en todo momento, a excepción de los casos de emergencia. Pero como no llevaba las luces o distintivos, era mejor pasar desapercibido. Además no buscaba que sus jefes y compañeros se enterasen de su presencia allí.

Llamó al telefonillo y tras pasar un tiempo prudencial volvió a llamar. Nadie respondió. Arnauld lanzó una maldición entre dientes, Andrei no estaba y él no podía estar esperándolo allí. Se marchó, ya regresaría en otro momento.

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