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martes, 28 de diciembre de 2021

Lágrimas de hollín (111)

El general estaba aún haciendo entrar a sus hombres en el baluarte enemigo cuando el suelo empezó a temblar. Los hombres se detuvieron en seco y miraron al general, que ordenó a los hombres que se retirasen a la explanada. El edificio o lo que parecía la ciudadela interior se vino abajo. Los que estaban golpeándose en la plaza de armas fueron engullidos cuando el suelo sobre el que estaban se hundió bajo sus pies. Unas grandes llamaradas surgieron consumiendo los cuerpos que caían y el oro. Las paredes que formaban el patio se desplomaron, dejando al general ver las inmensas llamas. 

-   ¡Atrás! ¡Todos atrás! -gritaba el general, regresando por donde habían venido, mientras ascuas ardientes caían por todas partes.

Los soldados supervivientes no esperaron las órdenes del general y corrían de regreso a donde habían dejado a la retaguardia con los heridos. El general, junto a sus edecanes, regresaba más lento, observando la gran pira en la que se había convertido el baluarte enemigo y lo que era peor, como las ascuas caían en edificios cercanos, incendiándolos. 

-   ¿Dónde está el capitán Tyomol? -preguntaba el general a los soldados que pasaban a su lado, huyendo.

Todos los soldados señalaban la zona del fuego. El general tuvo que interpretar por su miedo y sus gestos que estaba donde había empezado todo y que por tanto, debía estar muerto. Por lo que se volvió hacia uno de sus edecanes. 

-   Tú, reorganiza a los hombres -ordenó el general-. Que se ayude a los heridos. Debemos salir de este barrio, antes de que las llamas nos lo impidan. Vamos. Vosotros, ayudadle. Nos debemos ir ya.

Los edecanes se pusieron manos a la obra y ante la sorpresa general, los soldados estuvieron listos para partir en poco. Todos se querían ir de allí. Si conseguían pasar las murallas interiores, se podrían poner a salvo. El fuego se estaba extendiendo con pasmosa facilidad de un tejado a otro. Pronto todo el barrio estaría en llamas. Y no solo eso, el gobernador no estaría muy feliz cuando supiera que el ejército había sufrido una aplastante derrota. Aunque claro, Jockhel tenía que haber perecido en ese fuego, pensó el general, meditando que por lo menos había terminado con el enemigo del emperador. Aunque a un alto coste.

 

La explosión en La Cresta no había pasado desapercibida a nadie de la ciudad y menos al gobernador. El barrio quedaba justo debajo de la ciudadela, por lo que la nube de humo apareció frente a los muros del castillo. Pronto el gobernador miraba la columna negra desde uno de los balcones que daba a la ladera y al barrio. 

-   Maldita sea, qué han hecho esos estúpidos -gritó el gobernador-. No se les puede dejar estas cosas a los militares. El maldito barrio se está incendiando. ¡Dhevelian! 

-   Sí, mi señor -asintió el aludido. 

-   Moviliza a la milicia -ordenó el gobernador-. Hay que impedir que el fuego consuma la ciudad. ¿Cómo lo hacemos? 

-   Según cuanta ciudad quiera salvar, señor -contestó Dhevelian. 

-   ¿A qué te refieres? 

-   Podemos poner a la milicia en la muralla interior -indicó Dhevelian, esbozando un plan rápido-. Desde los muros pueden contener las llamas dentro de La Cresta. Claramente el barrio se consumirá, y habrá que reconstruirlo. Pero el resto de la ciudad se salvará. 

-   ¿Y si no situamos a la milicia en la muralla interior? 

-   La milicia entrará en el barrio. Hará todo lo que pueda por apagar el fuego. Morirán muchos. Las llamas podrán cruzar la muralla y el fuego atacará otros barrios. Las pérdidas serán cuantiosas si se queman talleres o almacenes. Pero a la larga se controlará el incendio -resumió Dhevelian la otra opción.

El gobernador se quedó mirando a Dhevelian, sopesando las opciones que le había indicado el magistrado. La verdad que al gobernador le importaba poco lo que le pasase a los moradores de ese nido de traidores. Y volver a construir el barrio, pero estaba vez para hacer tal vez uno imperial. Los soldados del ejército siempre se quejaban de la falta de una barriada para las familias de estos. Ya era hora de acabar con los vestigios del viejo reino y conseguir algo para ellos. 

-   Deja que el barrio se queme, pero salva la ciudad -ordenó el gobernador.

Dhevelian hizo una inclinación de cabeza y se retiró de inmediato, había una ciudad que salvar. Y Dhevelian sabía que podría ganar mucho si conseguía salvar la ciudad, pasase lo que pasase en el interior de La Cresta.

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