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sábado, 1 de enero de 2022

Aguas patrias (69)

Teresa estaba contenta y bastante risueña. Según llegó pidió que los marinos contasen historias de las batallas o de cosas curiosas que le habían pasado en la mar. Don Rafael había comenzado solo para dar paso a Eugenio. Le instó que les amenizase con la expedición que había llevado a Antigua. Al principio pareció que Eugenio se iba a echar para atrás, pero al final empezó con la historia. Los primeros compases, cuando contó como se habían separado del Vera Cruz y la Santa Ana, junto a los días de navegación, el relato parecía ligado al aburrimiento, pero Eugenio pareció percatarse del efecto que estaba provocando, o tal vez se fijó en las muecas que puso don Rafael para animarlo a cambiar de forma de narrar lo sucedido. La cuestión es que empezó a contar lo acontecido en Antigua, como había entrado en la bahía, apostando que los fortines habían caído ya en sus manos, y sacando una a una la mayoría de las naves que allí estaban fondeadas. Es verdad que tuvo que reconocer que había quemado algunas, pero claro, no tenía más tripulación para llevarse todas. Lo único bueno, es que desde allí tardaría tiempo en que zarpasen corsarios a molestar el comercio.

Teresa cortaba el relato en ciertas ocasiones para ahondar en algún tema o para preguntar por algún término marinero del que desconocía su nombre. Eugenio la trataba entonces con mucha consideración, como si fuese una guardiamarina en sus primeros días en el barco. Al final del relato, tanto Teresa como don Bartolomé le hicieron elogios que Eugenio tuvo que rechazar, indicando que todos sus hombres habían actuado con el mismo honor que él. 

-   Y no solamente se quedó con los barcos, nuestros mercantes extraviados, que salvó al pobre Vera Cruz, cuando el inglés le quería capturar -añadió don Rafael, complacido por el relato. Él ya había escuchado el informe de los labios de Eugenio y había leído posteriormente su escrito, junto al gobernador, pero al explicárselo a dos personas alejadas del mundo de la armada, había añadido más realismo y fuerza. Era mucho mejor que un informe, pues aquí se podían reflejar los sentimientos que experimentaba el capitán, algo que no podía apuntar en lo oficial. 

-   Sí, si no hubiera actuado con rapidez, igual hoy no estaría aquí don Rafael -aseguró Teresa, con una mueca de agradecimiento. 

-   Es lo menos que podía hacer por la nave capitana -indicó Eugenio-. Según escuche las detonaciones en la lejanía, aunque no las podía ver, ordené a la escuadra que se llenase de velas y nos acercamos. 

-   Y algunos le afearan por ello -intervino don Bartolomé-. Dirán que expuso a los mercantes recién recuperados a que pudieran recuperarlos los ingleses. 

-   Fue suerte que los ingleses creyesen que éramos una escuadra pesada -dijo Eugenio, rascándose la frente, uno de sus tics cuando empezaba a estar nervioso-. Si en vez de una fragata y corbetas, hubiesen sido navíos de línea, tendría que haber dejado al Vera Cruz a su suerte. 

-   ¿A su suerte? ¿Sería capaz de dejar allí a don Rafael? -preguntó Teresa asombrada. 

-   Es lo que hubiera tenido que hacer si me estuviera enfrentando a navíos de línea, Teresa -afirmó don Rafael, en vez de Eugenio-. Tendría que haberse llenado más de lona y salir a escape, su misión y su reputación le instarían a irse, para llegar con lo que escoltaba hasta Santiago. Pero menos mal que no pasó eso. Ruego a Dios por nuestra suerte ese día. 

-   En eso tienes razón, no podemos saber lo que podría haber ocurrido en otra situación y gracias al cielo no tenemos porque intentar conocer las consecuencias de ese pasado contrario al real -advirtió don Bartolomé-. Lo bueno es que ambos han regresado vivos y casi enteros. 

-   ¡Yo estoy entero! -se hizo el ofendido don Rafael, empezando a reír.

Las carcajadas de don Rafael llenaron la estancia y contagiaron a don Bartolomé. Tanto Eugenio como Teresa se limitaron a sonreír, de forma más cauta. Fue en ese momento cuando llegó Eusebio. 

-   ¿Ya está la comida lista? -preguntó don Bartolomé, que había mirado por la ventana, pero no parecía que fuera ya el mediodía. 

-   No señor, ha llegado esta carta para el comodoro, señor -informó Eusebio, acercando su mano derecha a don Rafael, que mantenía agarrada una nota de papel. 

-   Dame, Eusebio -pidió don Rafael, tomando la nota de la mano del criado. Desplegó el papel y se puso a leer. El rostro se le empezó a crispar-. Maldito niño tonto. 

-   ¿Qué ocurre? -preguntó don Bartolomé, pero don Rafael, le hizo un gesto señalando al criado-. Gracias Eusebio, puedes retirarte.

El criado hizo una reverencia corta y se marchó por donde había venido, dejando solos a los señores.

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