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sábado, 29 de enero de 2022

Aguas patrias (73)

La partida empezó midiéndose los oponentes, a la vez que Eugenio y Teresa se entendían, ya que los compañeros debían saber cómo jugaba el otro, para compenetrarse bien y así ser capaces de repeler al adversario. Por eso las primeras manos fueron claramente para los dos amigos. Pero cuando Eugenio y Teresa fueron conociendo más los tics de sus oponentes y sus propias características, el juego comenzó a estar más reñido. Con cada mano que se terminaba, Eugenio se fue dando cuenta que Teresa no era como el resto de damas de la sociedad actual. No era comedida y mostraba abiertamente su deseo de ganar a sus oponentes. Cuando la conoció en la fiesta del gobernador, le había parecido tener una actitud más neutral, lo que quería decir que mostraba su verdadera apariencia cuando estaba entre personas que le eran cercanos. Pero ese pensamiento llenó de incertidumbres la cabeza de Eugenio. Quería demostrar la muchacha que le tenía como una persona cercana, a él, a alguien que acababa de conocer. Eso le daba orgullo, pero a la vez miedo. Y él que no temía ir contra un barco que les disparaba salvas letales o contra la espada de un enemigo, ahora se desinflaba ante la posibilidad que ella sintiese algo especial por él.

La sala en la que estaban empezaba a tener un ambiente cargado, en parte por la gran cantidad del humo de los cigarros puros que tanto don Rafael como don Bartolomé se estaban fumando, como que la partida estaba encarnizada. Cuando Eugenio y Teresa ganaron la mano decisiva. Don Bartolomé pidió un descanso, ya que su intelecto no podía seguir intentando montar nuevas estrategias. Que él no era un marino. 

-   No te creas que todos los marinos son buenos en la estrategia, amigo -aseguró don Rafael, riéndose-. Algunos se lanzan a la batalla sin pensar demasiado y luego ocurre lo que ocurre. Hemos perdido batallas que eran fáciles por la torpeza de un solo capitán. 

-   Y ganada otras tantas por hombres que no eran buenos en estrategia -intervino Eugenio. 

-   ¿Así que hasta el tonto puede ganar? -inquirió don Bartolomé. 

-   En casos contados ha ocurrido -asintió don Rafael-. Pero lo normal es que no haya necesidad de estrategia si el capitán y la tripulación están convencidos de la victoria. Los bragados siempre triunfan en el mar. Desgraciadamente en tierra la cosa cambia. No todos son tan hábiles como en su barco. La sociedad siempre es más complicada que un cascarón de madera con unos cuantos hombres. 

-   Ese es un tema que siempre me ha gustado debatir -señaló don Bartolomé-. La situación en los barcos y… 

-   Padre, no molestes a los invitados con tus preguntas filosóficas -le recriminó Teresa-. De esa forma haces que todas nuestras visitas quieran irse pronto. 

-   Bueno, yo -intentó defenderse don Bartolomé, que estaba muy interesado en hablar de esa cuestión con don Rafael, pero no podía con su hija ahí-. Cariño, hace una tarde estupenda. ¿Por qué no le pides al capitán Casas que te acompañe a dar un paseo hasta la catedral?

Tanto Eugenio como Teresa se quedaron mudos y mirando a don Bartolomé, con una mueca de sorpresa, que se fue tornando en vergüenza. Al final, fue Teresa la que tuvo que responder. 

-   Tienes razón, padre, hace una buena tarde, me gustaría pasear un poco -indicó Teresa-. ¿Me acompaña, capitán? 

-   Sí, cómo no -contestó con rapidez Eugenio. 

-   Pero que les acompañe Luz -intervino don Rafael. Parece que solo a él se le había venido a la cabeza la posibilidad de que si veían a los dos jóvenes por la calle, podría haber chismorreos en la sociedad de la ciudad, ya bastante alborotada por las acciones del ex-capitán Juan Manuel. 

-   Teresa, ve a prepararte y avisa a Luz -ordenó don Bartolomé haciendo suya la idea de don Rafael.

Mientras Teresa estaba ausente, Eugenio, se levantó y se acercó a una ventana. Don Bartolomé empezó a iniciar la tanda de preguntas que su mente ya tenía preparadas para don Rafael. Que no dudo ni un solo momento que la idea de su amigo del paseo, era únicamente una forma para poder llevar la conversación a la temática que le interesaba y que su hija le recriminaba. A veces don Bartolomé se comportaba como un niño demasiado mimado y que buscaba cualquier excusa para salirse con la suya.

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