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sábado, 15 de enero de 2022

El reverso de la verdad (61)

La tarde no había sido nada divertida para Arnauld. Había tenido que mirar durante horas y horas videos de las cámaras de seguridad y de tráfico que tenía la policía por toda la ciudad. Todo había empezado cuando no había encontrado a Andrei en su casa. Había preguntado a alguno de los vecinos, que no llegaron a reconocer a Andrei como vecino. Solo el portero de la edificación le indicó que había salido por la mañana con una joven bastante hermosa. Arnauld no podía llamar a su jefe para decirle que no había encontrado al viudo. No cómo había acabado la llamada de la mañana.

Por el portero se había enterado que Andrei carecía de coche propio, pero que pensaba que tenía uno. Había tenido que preguntar en los concesionarios de la ciudad, pero no había conseguido nada. Pero tras localizar una cámara de una parte de la ciudad, donde les había identificado, se dio cuenta que Andrei tal vez si era el enemigo que tanto temía su jefe. Sino quien se iba hasta el aeropuerto para alquilar un coche. Le había costado, pero tras negociar y mentir a cada encargado de las agencias de alquiler, había dado con el vehículo. Andrei había conseguido los vehículos, ya que había alquilado otro antes que el actual con nombre falso, lo que quería decir que quería borrar su rastro.

Sabiendo el modelo del coche y el color, se había puesto a visionar más horas y horas de grabaciones de cámaras de tráfico, pero parecía haber dado con el itinerario de Andrei. Se había marchado al campo, lo que no sabía para qué, ya que la población elegida era un poblacho rural sin ningún tipo de interés para su jefe. Cuando vio la hora que era, había pasado la ya la medianoche, y no tenía ganas de irse a casa, a su soledad. Tomó sus cosas, salió de la comisaría con su coche de paisano y se puso a callejear. Por un rato estuvo pensando en ir a un bar a beber algo, pero no tenía ganas de emborracharse. Entonces condujo saliendo de la ciudad, alejándose del centro, hacia una urbanización a las afueras. Su coche le llevó hasta el portón de un chalet. Pulsó en el interfono que había junto a la puerta. 

-   ¿Quién coño es? -preguntó una voz chillona y somnolienta al otro lado del interfono. 

-   Soy yo -se limitó a decir Arnauld.

La voz se apagó al otro lado. Los segundos fueron pasando inexorablemente, hasta que cuando Arnauld iba a volver a pulsar en la botonera, el portón empezó a abrirse. Cuando el hueco dejado era el suficiente cruzó con el coche. Recorrió un camino de grava y aparcó delante de un coche deportivo. Arnauld apagó el motor y salió del coche. La casa era de estilo modernista con muchos ventanales, aunque la mayoría estaban tapados con grandes cortinas. El edificio estaba bastante alejado de la puerta y la calle, rodeado de árboles y otra vegetación.

Arnauld se dirigió a la puerta. Cada pisada era un crujido de la grava que había a sus pies. Golpeó la puerta con el puño. Esta se entreabrió, dejando ver a una joven menuda, de unos dieciocho o veinte años. Era rubia y se tapaba con un batín blanco. 

-   ¿Qué haces aquí? No te esperaba -dijo la joven, con un ligero acento del este. 

-   No me esperabas -repitió Arnauld, como asombrado, al tiempo que daba un golpe a la puerta.

La joven soltó la puerta, que se abrió del todo y ella dio un par de pasos hacia atrás. Arnauld entró y cerró la puerta tras su paso. 

-   Creo que puedo venir cuando quiera, yo pago esta casa -espetó enfadado Arnauld. 

-   Sí, sí claro, tienes razón -asintió la joven. 

-   Eso está mejor -afirmó Arnauld-. Vamos, sígueme, no tengo ganas de tonterías, vamos. 

-   No, yo… -empezó a decir la joven, pero se calló al momento. 

-   ¿Tú qué? 

-   No, no, yo nada -negó la joven, pero parecía indecisa o intranquila.

Arnauld la miró y se mosqueó. Se lanzó escaleras arriba, hacia el cuarto de la joven. Ella le seguía intentando retrasarle. Pero no podía con él, aunque no lo pareciera, Arnauld era fuerte y ella, estaba demasiado delgada. Al final, encontró la causa de la intranquilidad de ella. En el cuarto, dentro de la cama, había un joven, parecía de veinte años. estaba desnudo y miraba burló a Arnauld. 

-   Vamos, no es para tanto, no es la primera vez que me pilla un padre en la cama de una dama -se rió el joven. 

-   ¿Un padre? -repitió Arnauld, fuera de sí-. ¿Un padre, hijo de puta?

El joven fue a quejarse por insultarle, pero Arnauld, fuera de sí le agarró de una oreja y le tiró de la cama. Entonces empezó a patearlo. Ella se arrodilló en el suelo, pidiendo clemencia por parte de Arnauld, pero recibió una patada en el costado, que la lanzó hacia atrás. Mientras que repetía la palabra padre, la insultaba. Cuando se hartó de patear al joven, que se había hecho un ovillo, pero lanzaba lamentos por los golpes, se volvió hacia un armario, de donde sacó un bate de béisbol, con el que siguió golpeando al joven, por el cuerpo y la cabeza, bajo la mirada espantada de la joven y los alaridos del joven. Solo cuando se dio cuenta que el bate estaba cubierto de sangre, Arnauld dejó de golpear el cuerpo inánime. Entonces, se volvió a ella, que estaba llorosa, desnuda y debía recibir su castigo. Empezó a desvestirse, era hora de aplicar justicia.

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