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sábado, 8 de enero de 2022

Aguas patrias (70)

Don Rafael volvió a desplegar el papel y leyó lo que ponía:

Al comodoro de la flota, yo el capitán Amador Trinquez he sido ofendido por el civil y cobarde don Juan Manuel de Rivera y Ortiz. Por tanto le pido que sea uno de mis padrinos junto al también capitán Casas en el duelo que se celebrará en dos días tras la tapia del convento de las Clarisas. Atentamente, Amador Trinquez.

Eugenio, Teresa y don Bartolomé se le quedaron mirando sin saber que hacer o decir. Don Rafael plegó el papel y lo guardó en un bolsillo de la casaca. 

-   Son los dos un par de idiotas -dijo por fin don Rafael-. Llevan años a la gresca. Pero como solo se encontraban en el puerto cada vez que regresaban de una patrulla o una misión, no había problema. Pero ha sido un gran error que ambos estuviesen en la misma misión. Estaba seguro, pero el almirante quería librarse de ellos y me los endosó. Debería haber mandado a uno de vuelta a España, o a otro centro de operaciones. 

-   ¿No puedes hacer algo, Rafael? -quiso saber don Bartolomé. 

-   ¿Poder? Claro que puedo obligar a Amador a no bajar a tierra, pero eso hará que se ponga a malas conmigo y que baje de todos modos -reflexionó don Rafael-. Amador le tiene tantas ganas a Juan Manuel que no dejaría esta oportunidad de herirlo o matarlo. 

-   Tal vez Juan Manuel se disculpe con el capitán -intervino Teresa. 

-   ¡Ja! -negó don Rafael-. Juan Manuel seguro que se ha empleado a fondo para vengarse de las cosas que ha ido aireando Amador en los días que estuvo esperándonos en Santiago. Por lo que he conseguido saber, participó en muchas fiestas y se unió a los grupos que querían lincharlo cuando recalase a puerto. Con el juicio, Juan Manuel se ha ido enterando de todo lo que Amador fue largando. Ambos quieren tener ese duelo. 

-   Lo que no entiendo es porque nos ha elegido a nosotros como sus padrinos -señaló Eugenio. 

-   Amador es un antiguo, solo quiere ir con los capitanes de más antigüedad del puerto y esos somos, tú y yo -explicó don Rafael. 

-   ¿Y el capitán de la Osa? -inquirió Eugenio-. Pensaba que tenía más antigüedad que yo. 

-   No, el gobernador lo ha ascendido exclusivamente para que se haga cargo de la fragata -contestó don Rafael-. Se puede decir que es uno de sus protegidos y espera mucho de él. Si consigue que medre algo más, tendrá una buena baza para tocarle las narices al almirante. Por lo que sé, no se tragan mutuamente. Por ello nos ha ayudado tanto con la misión de Cartagena. Solo quiere fastidiar al almirante. En el fondo es un poco triste todas estas mezquindades. No sé si los ingleses sufrirán de lo mismo que nosotros. Por lo que es más difícil luchar contra el enemigo si tienes otro en tu espalda. 

-   Supongo, Rafael, que todos los hombres son parecidos, sin importar la bandera que sigan o a que reino le hayan brindado su lealtad -aseveró don Bartolomé-. La malicia es propia del hombre, no de las naciones.

Los tres miraron a don Bartolomé, quien había lanzado una gran reflexión. Podían pensar lo que quisieran sobre ello, pero era una gran verdad. Por unos segundos parecía que los cuatros querían pensar en silencio sobre ello, pero Teresa, que no quería que la velada se volviese sombría, intervino. 

-   ¿Don Rafael, conocéis el animal del que siempre habla mi padre, el ave que no vuela? 

-   Pues claro, niña -asintió don Rafael-. No vuela, pero nada con especial destreza.

Teresa le instó a que contase más de ese ave tan extraordinaria, una de las causas del viaje de don Bartolomé y su hija al Caribe. Por lo visto, don Bartolomé había oído historias de que podía estudiar los especímenes del peculiar ave en la isla. Ya que había un naturalista que tenía algunos disecados en su hacienda. La verdad es que cuando se reunió con el naturalista, le informó que había perdido los especímenes. Don Rafael contó todo lo que sabía y donde eran los mejores lugares para cazarlos. Y con esas narraciones, abrieron la puerta a hablar de otros tantos animales peculiares que se podían ver por las colonias. Desde los caimanes que pululaban por La Florida, unas bestias primigenias que bien podrían ser los últimos descendientes de los dragones, hasta los monos que llenaban las selvas que rodeaban cada una de las colonias en tierra firme y en el interior de las islas. Los viajes de don Rafael y de Eugenio fueron aportando datos de nuevos y extraños especímenes, lo que no solo entretuvo a Teresa, amenizó la conversación, y llenó de esperanza a don Bartolomé de buscar nuevos unicornios. Y lo que hizo en el fondo fue esconder la terrible noticia del duelo. Esta se escondería en lo profundo de cada uno, para solo aparecer cuando fuera realmente buscada.

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