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sábado, 22 de enero de 2022

El reverso de la verdad (62)

Si Arnauld fuera más observador, se habría dado cuenta de la presencia de una sombra de más en el jardín, pero no lo era. Cuando Arnauld llevó a rastras a la joven a la cama y se lanzó sobre ella, la sombra salió de su escondrijo y se fue caminando hacía la verja de entrada. El individuo miró al cielo y aun por la contaminación de la presencia de la ciudad, podía ver las estrellas. De la chaqueta oscura que llevaba para protegerse del frío de la madrugada, sacó una caja de metal, estrecha, que lanzó un destello, incluso con la escasa luz que le rodeaba. La abrió. En su interior había diez cigarrillos liados. El individuo tomó uno y guardó el estuche de metal. Se colocó el cigarrillo en la boca y se palpó en busca de su mechero. Le costó encontrarlo, ya que llevaba muchas cosas en los bolsillos. Por un momento, temió haberlo dejado en el coche. Con cuidado, para no iluminar mucho, encendió el cigarrillo. Dio una profunda calada y esperó unos segundos para liberar el humo.

Siguió fumando hasta llegar a la verja. Abrió la portezuela y salió al exterior. La calle estaba desierta. Giró a la izquierda, donde la calle daba una suave curva a la derecha. Sus pasos le alejaban de la puerta de la hacienda, pero le acercaban a su coche, un BMW azul oscuro, tres puertas, deportivo. Arnauld tenía que haber pasado junto a él y no lo había reconocido. Eso es lo que mejor caracterizaba a Arnauld, que era un idiota. Un bobo que no se fijaba en las cosas. Había visto su coche en centenares de ocasiones y seguía sin percatarse de su presencia si no estaba en el lugar habitual. Antes de subirse en el coche, apuró el cigarrillo. Tiró la colilla al suelo y la pisó con ganas. No quería que el aire la levantase o le sacase una última chispa. Por allí había mucha vegetación reseca por la falta de agua, no quería en su conciencia haber quemado un bosque, con los pocos que había ya.

Abrió la puerta del BMW y se metió dentro, frente al volante. Entonces, buscó en su chaqueta su móvil. Estuvo trasteando en la pantalla hasta que se escucharon los tonos de qué estaba haciendo una llamada. 

-   ¿Sí? -se escuchó una voz al otro lado de la línea. 

-   Soy Gerard, pásame con él -ordenó el hombre. 

-   ¡Por dios! Pero has visto la hora que es -espetó la otra persona-. Llama mañana. Está durmiendo. 

-   Vete a la mierda. Sabes bien que él no duerme -aseguró Gerard-. Pásame con él, es importante. Está esperando esta llamada. Y si no me conectas, pues recibirás tu castigo. 

-   Está bien -indicó con dudas el hombre al otro lado del teléfono, como si estuviera calculando que podría ser peor la ira de su jefe por no haberle despertado o por haberlo hecho-. Espera. No cuelgues.

El silencio envolvió a Gerard, que debía esperar. No había ni un triste tono musical, como ocurría cuando llamabas para poner una queja o cualquier gestión bancaria o gubernamental. Ya había bromeado sobre ello en más de una ocasión, pero no con su jefe delante. Era un hombre demasiado frío como para llegar a aplaudir las chanzas de sus hombres. 

-   Gerard, Gerard, ¿sigues ahí? -esta vez la voz que escuchaba era la de su jefe, la reconocería a la perfección, tanto por teléfono como si lo tuviera a la espalda. 

-   Sí, jefe -asintió con rapidez Gerard. 

-   ¿Qué tienes para mí? ¿Qué le ha pasado a Arnauld? -inquirió la voz, con un ligero tono de vehemencia. 

-   El plan ha salido como habías indicado -afirmó Gerard-. No se ha contenido. Creo que ha matado al muchacho. Ahora se está divirtiendo. No me ha visto para nada. Era como un loco. Intentaré hacerme con el cuerpo mañana. 

-   ¿De dónde has sacado al muchacho? 

-   Era el hijo de Viktor -respondió Gerard. 

-   Perfecto. Encargate de todo. Lo has hecho bien.

Tras la última palabra, la llamada se cortó abruptamente. Gerard ya sabía cómo actuaba su jefe y no le importaba mucho. Pues ya le había felicitado por su trabajo, a su manera, claro. Gerard estaba seguro que su iniciativa le iba a valer más puntos ante el jefe. Había atado dos cabos sueltos a la misma persona. Viktor era otro jefe, ruso, despiadado, con hijo muy fiestero que estaba molestando a su jefe. Su negocio iba bien, pero no era interesante que un mujeriego molestase a las chicas. No había sido difícil poner a la chica de Arnauld en la mira del joven. Ni hacer coincidir a los tres a la vez. Si Arnauld esperaba librarse de ellos, le echarían encima a Viktor. Ellos siempre salían ganadores. Ahora solo necesitaban colocar el cuerpo para que lo encontrase la policía, bueno, los agentes que no eran como Arnauld, los no corruptos. Tendría que hacer noche allí, para esperar a que Arnauld se fuera.

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