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martes, 18 de enero de 2022

Lágrimas de hollín (114)

Shonet observaba como el incendio consumía casi todos los tejados de La Cresta. Desde el ventanal de su biblioteca podía ver como lo que había empezado siendo un ligero tono rojizo, ahora se transformaba en un manto de luz anaranjada que se hacía un hueco en la oscuridad de la noche. Su jugada no había salido bien, pero su padre había muerto y ahora había conseguido lo que había intentado obtener por medio de los engaños. es verdad que aún tenía que acabar con los cabos sueltos. Su hermanastro no parecía serlo, pero su madrastra era harina de otro costal. Aún era pronto, porque requería que pasase el luto social, después, podría hacerla desaparecer para siempre.

Unos golpes en la puerta a su espalda le sacaron de sus pensamientos y se volvió, únicamente para ver una sombra que se movía entre las sombras de la oscura y casi sin iluminación, biblioteca. Pero la persona era demasiado ágil como para errar sus pasos y golpearse contra algo del mobiliario de la habitación. La persona se arrodilló ante Shonet. 

-   ¿Todo en orden? -preguntó Shonet al recién llegado. 

-   Los imperiales han sido aplastados por Jockhel, pero se han vengado en el baluarte -informó la persona-. El incendio de La Cresta se ha debido por una explosión en el baluarte. El gobernador y el gran magistrado aseguran que Jockhel ha muerto allí, junto a sus hombres. Pero hasta que las llamas no se sofoquen, no se podrá saber lo que ha ocurrido en el baluarte. El gobernador ha ordenado dejar que La Cresta se consuma por el fuego, para salvar el resto de la ciudad. Hay disturbios entre la población de La Cresta y la milicia. Los imperiales están demasiado heridos y cansados como para movilizarse. Y el gobernador no va a sacar a su guarnición, teme una revuelta de mayor grado. 

-   Peor para ellos -se burló Shonet por la mala suerte de los imperiales-. ¿Y el oro? 

-   Perdido, ya lo buscaran cuando el fuego se apague -prosiguió el hombre-. Aunque primero tendrán que poner orden con los que hayan perdido sus casas. No podrán buscar el oro hasta dentro de mucho. 

-   Es una pena por lo del oro, me hubiera servido para grandes cosas, pero qué le vamos a hacer, al fin y al cabo, lo peor se lo llevará el gobernador, pues ese era el oro de su emperador -se lamentó Shonet, codicioso, acariciándose el mentón-. ¿Y Arhanna?

El hombre arrodillado guardó silencio, como si no se atreviera a responder. 

-   Tu silencio es muy preocupante -se limitó a decir Shonet, dándose la vuelta para observar el cielo rojizo. 

-   Los hombres que he mandado han vuelto sin nada, mi señor -comunicó en voz baja el hombre. 

-   ¿Cómo es posible? 

-   La casa había sido abandonada, ni estaba Arhanna, ni los criados, ni sus pertenencias, solo habían dejado los muebles que no se podían llevar -prosiguió el hombre. 

-   ¡Teníais vigilada la casa! -la voz de Shonet era la de alguien que estaba a punto de perder los estribos, lo que no era nada bueno en alguien como él, tan predispuesto a los ataques de ira y violencia-. ¿Cómo se les ha podido escapar una muchacha, una docena de criados y todo su equipaje? 

-   He hablado con los hombres que hacían la vigilancia -indicó el hombre-. Me han comunicado que durante los últimos días la joven no había salido de su vivienda. Solo pasaban por allí los carros de suministro. Carboneros, madera, hortalizas, carne, nada más. No han pasado carruajes ni han cargado nada de equipajes. 

-    ¡Pero es que estaban ciegos! Los han sacado camuflados en los carros de reparto -gritó Shonet-. No sé porque mantienes hombres tan inútiles entre tus filas. Espero que les castigues como es debido. Y si no tienes agallas para ello, ya lo haré yo.

El hombre decidió permanecer en silencio, pues era mejor que su señor se mantuviera con sus locuras en el interior de su mente. Es verdad que sus hombres habían fallado y se encargaría de enseñarles lo que ocurría por cometer ese error, pero viendo la sonrisa, macabra, en el rostro de Shonet, ya suponía que castigo les tenía reservado el noble, uno muy violento y doloroso que acabaría lentamente en la muerte. Pero qué podía esperarse del último miembro de la familia de los Mendhezan, hombres que harían todo lo que pudieran si de esa forma su familia se volvía más poderosa y influyente. Él sabía que el padre de Shonet, Armhus, que primero se había unido a una revuelta contra el imperio, al detectar que esta iba hacia el fracaso, cambió de bando, vendiendo a todos sus amigos, la mayoría nobles. El gobierno imperial le recompensó con riquezas y propiedades de los nobles a los que traicionó. La familia de los Mendhezan estaba tocada por la ignominia, la mayoría de los nobles actuales no la trataban más que lo justo, siempre observados con temor y asco. 

-  Tienes que encontrar a la muchacha -las palabras de Shonet sacaron a la persona de sus pensamientos. 

-   No será fácil -indicó el hombre. 

-   Prepara a tus mejores hombres, coge de los míos si es preciso, pero busca a la muchacha, sin ella, todo mi plan se irá a la porra -ordenó Shonet, acariciándose la barbilla. 

-   Mi señor Shonet la muchacha y su gente lo más seguro es que ya hayan dejado atrás la ciudad -el hombre había pensado mucho sobre ello, mientras iba de camino a informar al noble, esa era la hipótesis que más segura le parecía que hubiera ocurrido. 

-   Bien, pues tomad todos los caballos que necesitéis de mis cuadras -dijo Shonet, señalando algo al otro lado del ventanal-. Si partís ahora, lo más seguro es que encontréis su rastro. Idos ya. 

-   Mi señor, jamás cruzaríamos de las puertas de la ciudad -señaló el hombre. 

-   ¿Qué? 

-   El gobierno imperial ha decretado el cierre de la ciudad, la milicia protege las puertas, no permiten ni la entrada, ni menos la salida de personas, menos digamos un grupo de jinetes armados -explicó el hombre-. Ni con una nota suya nos permitirán el paso. Hasta que no se solucione lo que pasa en La Cresta, no se permitirá a nadie abandonar la ciudad. Y esto puede durar días o semanas. La muchacha llegará antes a la casa de su padre que el gobierno abra las puertas. 

-   ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Déjame solo!

El hombre hizo una ligera reverencia y se marchó de allí, en silencio, escondido en las sombras, sabiendo que su señor lo había perdido todo. El granuja de Jockhel le había ganado en su estrategia. Podría estar muerto a esas horas, pero había conseguido que la muchacha se escapará entre los dedos al noble. La verdad, es que en lo más dentro de su ser, prefería que su jefe hubiera sido ganado por el ladrón, pues no le gustaba nada la persona que era Shonet.

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