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martes, 18 de enero de 2022

El dilema (111)

Aibber despertó a Alvho de un empujón. 

-   Mi tharn, el navegante ha indicado que ya se puede ver la ciudad de Ghullan -dijo Aibber, que lucía una hermosa armadura de escamas, muy parecida a la que había usado Dhalnnar en la defensa de la puerta de la ciudadela. 

-   ¿Ya le han informado al druida? -inquirió Alvho, al tiempo que se levantaba del catre. 

-   Ha sido el primero en recibir la noticia -contestó Aibber. 

-   Bien, ahora subo a la cubierta, no le quites ojo al druida, por fin hemos llegado al fin de nuestra misión -aseguró Alvho.

Y menuda misión. Hacía ya meses de la batalla por la ciudadela. Allí habían vencido, pero ni con la llegada de Dhorkke, Ulmay había querido salir de su castillo, la torre que protegía ese lado del puente. Dhorkke por acabar con el problema que generaba el druida lunático le había propuesto para ser el líder de los druidas en varias ciudades, pues en Thymok no podía ser. Pero aun así se había negado. Por ello, Alvho y sus hombres, lo que quedaba del ejército de vanguardia se habían quedado estacionados en la ciudadela en obras. El pueblo al otro lado del río empezó a prosperar, creciendo y pareciendo una ciudad. Gracias a Dhalnnar, fue amurallado a conciencia, haciendo que los dos lados del puente fueran dos ciudadelas.

Las familias de los guerreros de Alvho, se trasladaron a la nueva ciudad, Lhianne entre ellos. El señor Dhorkke llamó al tharn Asbhul de vuelta a Thymok. Por ello, por mediación del canciller, Alvho fue ascendido a tharn, por sus hazañas durante la guerra contra los Fhanggar y la supervivencia de todo el ejército. De los Fhanggar ya no se tuvo más señal. Encontraron restos de los que habían huido hacia las llanuras, cazados por las bestias. Aibber y Alhanka se encargaron de mantener las zonas cercanas a la ciudadela en obras, siempre bajo su observación.

Lhianne, aunque al principio se negó un par de veces, accedió al final a casarse con Alvho. Mientras que con sus consejos, propició que Alhanka accediese a unirse con Aibber. Parte de los hombres de Alvho se fueron dando de baja, ya que la mayoría tenían otros oficios, queriendo volver a Thymok, para volver a ellos. Otros prefirieron la vida militar y se quedaron con Alvho y compañía. Dhalnnar decidió quedarse junto a Alvho, aunque viajaba de la ciudadela a Thymok, ya que el señor Dhorkke había empezado un proyecto, para construir una muralla de piedra y proteger los barrios extramuros, así como para modernizar su castillo. Era hora de que su señorío recuperase el poder de antaño.

No fue hasta que la ciudadela estuvo terminada o prácticamente, que el señor Dhorkke, el canciller Gherdhan y el tharn Asbhul, que en ese momento había sido ascendido a senescal del señor Dhorkke, le propusieron a Alvho su siguiente misión. 

-   Tharn Alvho, estamos muy contentos con todo lo que se ha construido aquí -había dicho Dhorkke-. Es una ciudadela imponente, no habrá enemigo que llegue por el oeste que pueda molestarnos. Se acabaron las incursiones de los miembros de las tribus sobre nuestros dominios. Y la ciudad se ha desarrollado mucho, parece una pequeña Thymok. 

-   Le agradezco sus palabras, mi señor -había contestado Alvho, contento de que Dhorkke hubiese quedado complacido por todo lo que había construido para ellos. 

-   Pero aún queda un lastre para todos, él -había intervenido Gherdhan. 

-   No sale de la torre de la puerta, no nos ha molestado en ningún momento y dudo que lo haga -había asegurado Alvho-. Los criados dicen que está loco. 

-   Loco o no loco, sigue vivo y eso no puede ser -había indicado Gherdhan-. Por otro lado hemos buscado el asentamiento del que habló hace mucho tiempo la mujer de vuestro therk. Unos mercaderes llegaron allí, se llama Ghullan y poseen una estatua que una vez el señor Dharkme quiso conseguir. Y él también. Creemos que si le comunicáis esta información, querrá ir a buscar su estatua.

Alvho estaba seguro de que el canciller tenía espías en la torre de Ulmay, porque si no nunca podría haber hecho esa afirmación. Y eso era así porque en la locura, Ulmay no hacía más que repetir que conseguiría la preciada estatua. Al final, la petición del señor Dhorkke era muy simple. Debía comunicarle a Ulmay lo de la ciudad al oeste, montar una expedición y hacer que Ulmay no regresase de allí. La verdad es que Alvho nunca se negó a llevar a cabo esa última misión. Lo que no se esperaba era cual sería su premio por llevar a cabo el último asesinato de su carrera. Le ofrecían ser el tharn al cargo de la ciudadela, para él y sus descendientes. De esta forma, su clan de adopción ganaba la supremacía sobre el paso del río y los impuestos sobre los mercaderes que quisieran cruzar el río, pues el puente había sido reconstruido.

Así que le informó a Ulmay del descubrimiento y en pocos meses, para que Ulmay no sospechará del juego sucio, montaron una expedición. Navegarían por la costa, en verano, para evitar las islas de hielo, hasta Ghullan y regresarían con la estatua. Claramente el señor Dhorkke había indicado que podían hacer una propuesta por la estatua a los residentes de Ghullan, pero prefería llegar a acuerdos comerciales que a problemas por la estatua de marras, que casi había provocado la destrucción de su señorío y la muerte de su padre. Así que hacía un mes que dos barcos habían partido río abajo, y ahora viajaban junto a la costa. Y tras días y días de inmensos acantilados, rocas peligrosas, bajíos y jinetes que les observaban desde las alturas de la costa, por fin llegaban a su destino.

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