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martes, 25 de enero de 2022

Lágrimas de hollín (115, final)

Un niño, de unos seis años, de cabello rubio, algo oscurecido, más parecido a su madre, que a su padre, mantenía una espada de hierro, pero sin filo, en su mano derecha y la movía en el aire, según un hombre vestido con armadura de placas y cota de malla le iba dando las instrucciones. El niño era responsable y obedecía al hombre sin rechistar, aunque este le gritara cada vez que la espada descendía un poco o no estaba en la posición que el instructor requería. 

-   Gholma, haz caso de lo que dice Usbhalo, es un gran capitán y tienes una gran suerte de que haya decidido gastar de su tiempo en tu instrucción -dijo una voz sobre la cabeza del niño.

El hombre de armas y el niño pararon por un segundo su instrucción y miraron hacia arriba, a una pequeña balconada, donde un hombre y una mujer les observaban. Usbhalo sonrió e hizo una ligera inclinación de cabeza por las buenas palabras del hombre. 

-   Sí, padre -respondió el niño. 

-   Continuemos, jovencito -indicó Usbhalo-. Un rato más con las posiciones de la espada y pasaremos a tiro con arco.

Gholma asintió con la cabeza, pues el tiro con arco le gustaba más que la esgrima.

El hombre de la balconada le tendió la mano a la mujer y esta se la dio. La mujer estaba embarazada, y mucho, pronto se pondría en manos de Bhall para que la ayudara a tener el segundo vástago de su esposo. 

-   ¿No crees que Gholma es un poco joven para recibir instrucción militar, cariño? -preguntó Arhanna. 

-   Nunca es tarde, mi amor -respondió Fhin-. Si yo la hubiera recibido a su edad, no hubiera sido tan poco hábil. Pero nuestros hijos e hijas sabrán todo lo que deben conocer en esta vida. No les pasara lo mismo que a nosotros o a nuestros padres. 

-   Tendrán todo nuestro amor, querido -aseguró Arhanna.

Fhin y Arhanna regresaron al interior de la torre. Era una habitación que servía de despacho de Fhin. Un hombre esperaba de pie a que él regresara de la balconada. Fhin le observó y se volvió hacia su esposa. 

-   Arhanna, es mejor que regreses a la comodidad de nuestros aposentos, con las criadas, cuando termine con Bheldur, me reuniré contigo, ¿te parece bien? -indicó Fhin. 

-   Claro que sí, te estaré esperando -se despidió Arhanna, dándole un beso en los labios.

Fhin observó cómo su amada esposa se marchaba, seguida por su dama de compañía. Bheldur hizo una reverencia al paso de la dama Arhanna, tras lo que se volvió hacia la mesa llena de papeles y libros que había en el centro de la habitación. Fhin suspiró al ver que Bheldur le requería. Pero era el trabajo que había asumido, el del noble, Arhanna había sucedido a su padre y él su esposo, por petición de ella, había tomado los mandos de la familia. Cuando había llegado, Fhin siempre pensó que el padre de Arhanna le echaría, pero según nombró el nombre de su padre, el hombre le había recibido con todos los honores. Por lo visto los Fritzbaron apoyaron a Laester, pero no llegaron a tiempo para socorrerlo. Claramente, Fhin accedió a llevar el apellido familiar, convirtiéndose en Fhin de Fritzbaron, duque.

El padre de Arhanna le contó que el linaje de Laester descendía como su linaje del mismísimo rey Bharon, el anteúltimo rey de los Mars, que murió sin más descendencia que su hermano, aunque según los antiguos códices tuvo multitud de bastardos. Ahora, con la ayuda de Bheldur estaba creando la base del poder para sus descendientes. Llevaba ya años adquiriendo tierras, de nobles menores, todos venidos a menos. La mayoría eran tierras de labranza, bosques o colinas, pero él los transformaba para que dieran beneficios.

Incluso donde ahora residía, en la ciudad de Arkmar, el bastión del padre de su esposa, quien le había entregado el ducado como regalo de bodas, estaba siendo mejorado. Nuevas defensas, una nueva ciudadela, murallas de piedra para defender a la población, pero también escuelas, bibliotecas y mercados. Arkmar tendría un lugar en Tharkanda, un nudo de mercaderes y de gentes importantes. Él, Fhin de Fritzbaron, duque de Arkmar, se encargaría de crear el futuro de sus descendientes. Y para ello, usaría todo su potencial, su fuerza y por qué no, la inmensa fortuna de oro, imperial, que tenía en una sala en la zona más segura de su castillo.

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