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martes, 14 de diciembre de 2021

Lágrimas de hollín (109)

El general había esperado con tranquilidad tras una pared a medio derrumbar a que regresara Tyomol, que se estaba encargando de que los soldados se desplegasen alrededor de lo que habían identificado como el cuartel de Jockhel. En la posición del general se había establecido el hospital de campaña. Estaba lo suficientemente lejos del reducto enemigo y los heridos lo suficientemente protegidos de los ataques enemigos. Aunque hacía ya rato que nadie les atacaba. Los oficiales creían que los que les habían estado martirizando debían estar dentro de las defensas del reducto. El general esperaba que así fuera. No quería avanzar dejando a esos hombres heridos a su merced. Pero tampoco tenía los suficientes hombres para realizar el ataque y mantener piquetes allí. 

-   Los hombres están desplegados, general -anunció por fin Tyomol, apareciendo ante él-. Según de la orden, avanzarán. 

-   ¿Algún ataque enemigo no proveniente del reducto? -quiso saber el general. 

-   No nos han importunado, señor -aseguró Tyomol-. Esas ratas se esconden en su reducto, señor. 

-   Espero que sea así -indicó el general, que no tenía todas consigo. Pero se levantó, se colocó su casco y se dirigió hacia donde estaban preparados los soldados-. Capitán, dirigirá la vanguardia de nuestro ataque. Haga que suene la señal. Adelante todos los grupos. 

-   Sí, general -asintió Tyomol, marchándose dando gritos.

Las trompas y cuernos empezaron a sonar con una única nota, que es la que se había designado como toque de ataque. Alrededor del reducto empezaron a aparecer grupos de soldados, que usaban sus escudos para taparse de los posibles proyectiles que pudieran lanzar desde el reducto. Además llevaban largos palos que golpeaban a varios pies por delante de su camino. De esa forma, los imperiales fueron localizando una infinidad de trampas en el suelo. Puede ser que el general fuera tachado de prudente y lento, pero en el ataque mantendría al máximo número de soldados. Los necesitaba para hacerse con el reducto. Si Tyomol y los otros oficiales no lo entendían era porque eran más ineptos de lo que aparentaban.

Fue un avance lento, pero constante. Cuando estuvieron más cerca del reducto, empezaron a caer algunos proyectiles, pero eran pocos. La guarnición rebelde debía ser menor de lo que aparentaba. Y eso era algo que seguía mosqueando al general. Desde su puesto, avanzando dentro de una de las formaciones en tortuga, podía ver como los rebeldes se movían por la pasarela defensiva con cierto temor o pánico. Por un momento sintió el orgullo de lo letal que eran sus hombres, pero vio en la cara de ellos que buscaban la venganza. Según empezasen no habría forma de detenerlos, querían desquitarse, querían sangre.

La primera tortuga del ataque, la que capitaneaba Tyomol, escondía un ariete, para tirar abajo la puerta del reducto. Las de los otros flancos llevaban escalas, las suficientes para volver locos a los defensores. No podrían destinar hombres para todos los lados. El general lo sabía y los enemigos parecía que también. Desde hacía rato parecía que se habían reorganizado y habían aumentado su número en el lado del ataque principal, como si se hubiesen dado cuenta que los otros eran falsos, aunque las órdenes del general habían sido claras, todos debían asaltar el reducto. 

-   Parece que el grupo de Tyomol ha llegado a las puertas -comunicó un oficial que estaba junto al general. 

-   Entonces ha llegado el momento que esperábamos -indicó el general-. Según las puertas sean nuestras se acabó su suerte.

El general pudo ver las sonrisas en los rostros de los soldados que le rodeaban, indicando que compartían y deseaban hacerse con las puertas lo más rápido posible.

El grupo de Tyomol se había pegado junto a las puertas, el propio capitán tocó la madera del acceso del baluarte. Escuchaba como los proyectiles golpeaban en los escudos que formaban un techo defensivo sobre sus cabezas. Indicó a los hombres que sostenían el ariete, que hiciesen su trabajo. Los diez hombres acunaron el pesado tronco y golpearon la puerta. Ante la sorpresa de Tyomol y el resto de los soldados, las láminas de madera se abrieron y chocaron con los lados del arco que hacía de acceso al reducto. 

-   ¡Atacad! ¡Acabad con todos ellos! -gritó Tyomol.

Los hombres del ariete lo soltaron y se unieron al resto que accedieron al reducto como una marea desbocada. Los soldados se dividieron en grupos y empezaron a acceder a las plataformas del reducto. Los hombres de Jockhel se lanzaron contra ellos, armados con escudos frágiles y mucho valor. Pero como ya había vaticinado Fhin y el general, cada uno por su parte, los soldados imperiales eran peligrosos en la pelea de uno a uno. Los hombres de Jockhel empezaron a recular, mientras sus compañeros caían en la batalla. Tyomol seguía ordenando presionar.

Los otros ataques fueron haciendo que se unieran más soldados imperiales en las plataformas defensivas, por lo que los hombres al mando de la defensa ordenaron replegarse a la defensa central. Los soldados imperiales les siguieron hasta que una puerta se interpuso entre ellos. Los hombres de Jockhel ya habían hecho lo que tenían que hacer. Los soldados imperiales los perseguían. Arrancaron como pudieron la puerta y luego cruzaron a la carrera un patio empedrado. Los últimos descubrieron lo que habían apilado en el centro, parte de los cofres robados en el almacén de los Mendhezan. Los abrieron y los tumbaron, para que el contenido se saliese, para que los soldados vieran lo que era.

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