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martes, 21 de diciembre de 2021

Lágrimas de hollín (110)

La ira y el deseo de venganza fueron los depósitos de fuerza que movieron a los soldados imperiales. La puerta que se había alzado como la nueva defensa de los hombres de Jockhel, calló con excesiva facilidad y los imperiales accedieron a la plaza de armas como la niebla. Pero como ya había supuesto Jockhel, la ira y la venganza se tradujeron en codicia. El resplandor del oro fue el único aliciente y la ordenada mesnada se transformó en un caos de hombres que se golpeaban entre ellos, para poder hacerse con un botín de mayor consideración. Tyomol, que los dirigía, no intentó disuadir a los hombres de que dejasen en oro para después. Podría ser que no hubiera estado en muchas batallas, algo que ya le había recordado el general en varias ocasiones, pero sabía bien que el oro volvía a los soldados seres irracionales.

Mientras los soldados, que seguían llegando, veían la trifulca y el oro, por lo que se unían al grupo, Tyomol se dio cuenta de la existencia de la puerta al otro lado de la plaza de armas. Gritó un “seguidme”, lo suficientemente alto, pero con la certeza de que ninguno de los hombres le seguiría. Él solo se tendría que encargar de perseguir al enemigo.

Tras atravesar la puerta, se encontró con una sala pequeña y unas escaleras que se hundían en el suelo. Los escalones estaban limpios, secos, eran fáciles de descender a la carrera. Permanecían perfectamente iluminados, por lo que no tuvo miedo de tropezar o dar con alguna trampa que no pudiese ver. No supo cuanto había descendido hasta que llegó a lo más profundo, el fin de las escaleras. Estaba en lo que parecía una calle en el subsuelo. Era un subterráneo enorme. Sin duda se había construido a conciencia. Y por lo que creía, ni el gobernador ni las autoridades imperiales sabían de la presencia de esas estructuras debajo de la ciudad. Podría ser que los reyes que aplastaron en su día construyeron esos túneles por algo. En su momento, cuando fue enviado a la provincia sureña, había estudiado la historia de la conquista y recordaba haber leído que muchos seguidores de los antiguos reyes habían huido antes de que cayese la ciudad. De esa forma el imperio no pudo asegurar que se habían enfrentado al ejército imperial. Esto es porque muchos de los nobles se habían declarado neutrales. De esta forma juraron lealtad al emperador y no perdieron sus tierras. Así mucha de la nobleza local mantuvo sus posesiones y tierras. Estos túneles podrían ser la prueba de que los nobles si estuvieron hasta el último momento con su rey y huyeron antes del fin. Y para Tyomol, que la nobleza local sobreviviera era una mala elección para el imperio, ya que siempre recordarían su pasado libre, lo que provocaría en el fondo revueltas. No hacía ni veinte años de la última.

Tyomol escuchó los ruidos de pasos más allá de un arco que había al otro del túnel, una abertura como por la que él había llegado. Se dirigió hacia ella, allí tenían que estar escondidos los criminales. Cuando cruzó, la luz de los faroles, en más número que las antorchas del túnel, le cegaron momentáneamente. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz, vio a un hombre que se movía por la sala, un enorme cuadrado. Las paredes estaban revestidas de barriles, desde el suelo hasta el techo de la misma. El hombre había vertido el contenido de uno de los barriles, desde el centro de la sala hasta una de las columnas. Le miró y sonrió, mientras jugaba con una antorcha en la mano. 

-   ¿Tú eres Jockhel? -le gritó Tyomol, al ver la máscara de oro que colgaba de su cinturón. 

-   No, amigo -negó el hombre, que parecía burlarse de Tyomol-. Mi señor jamás será detenido por los seguidores del falso rey. 

-   Ríndete y háblame de tu señor -ordenó Tyomol, apuntando al hombre con la punta de su espada, amenazante. Pero el hombre siguió riendo, como si no le diese ningún miedo el imperial-. ¿Qué te hace tanta gracia? 

-   Solo me hace gracia tu suerte -explicó el hombre-. Has llegado hasta aquí abajo, pensando que te harías con la cabeza de Jockhel. Pero él nunca estuvo aquí. Solo buscáis un hombre con una máscara de oro, lo que hace que pueda ser cualquiera. Si yo me pusiera la máscara, para vosotros yo sería Jockhel. Pero el verdadero Jockhel hace mucho que se os ha escapado. Y si fuera otra tu suerte, te dejaría ir a avisar a tu general, pero no va a poder ser. 

-   ¿Y cómo piensas matarme, cuando no llevas armas en las manos? -preguntó Tyomol, asombrado por las bravuconadas del hombre.

El hombre sonrió y dejó caer la antorcha al suelo. Según el fuego cayó en lo que había vertido, prendió, extendiéndose el fuego a todas partes. Tyomol siguió con los ojos el fuego pero su cuerpo no fue capaz de reaccionar. El fuego provocó que todos y cada uno de los barriles explotaran. Una nube de fuego mató a Tyomol y al hombre. La fuerza del estallido golpeó el techo de la cámara que se resquebrajó y se vino abajo. El fuego subía mientras las grandes rocas caían.

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