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martes, 7 de diciembre de 2021

Lágrimas de hollín (108)

En el cuartel de Fhin, los hombres habían comenzado a evacuar a los túneles. Habían despejado los sótanos y habían abierto agujeros que enlazaban con las antiguas y casi olvidadas cloacas reales. Solo quedaban Fhin , Bheldur y algunos de sus escoltas. 

-   El ejército imperial está rodeando el reducto, pronto será imposible acceder a él sin encontrarse con enemigos -informó Bheldur. 

-   Las acciones de los generales imperiales han sido las que yo pensaba -se burló Fhin-. Se han movido como lo hacen siempre, llevados por su orgullo y su propia decadencia. Ninguno de los tres ha intentado innovar. Ahora, con sus contingentes diezmados caerán sobre el reducto por todas partes. Nuestros hermanos se van a sacrificar por todos nosotros. Me hubiera gustado luchar con ellos, pero no puede ser. Serán los valientes que salvaron La Cresta. Vayámonos ya. 

-   Como órdenes -aseguró Bheldur que hizo un gesto a los centinelas.

Todos siguieron a Fhin, que descendió hasta los sótanos. Antes de entrar en los túneles de evacuación lanzó una plegaria protectora a sus hermanos que iban a caer por ellos y se introdujo en la oscuridad de la tierra. Habría otro día para seguir peleando por la ciudad y el viejo reino. Ya llegaría su tiempo, y si no era él, lo harían sus descendientes, liberarían el reino del yugo del imperio.


En la antigua residencia de Fibius, Shar abrió una celda, en los sótanos bajo la forja. Se acercó a una figura enjuta, que al acercarse la mujer, acompañada por otros gatos, se hizo un ovillo más pronunciado. Shar hizo un gesto a una de sus agentes y esta abrió los grilletes que mantenían sus manos enganchadas a las cadenas. 

-   El señor Jockhel ha decidido que eres libre para marcharte y morir donde te parezca mejor -anunció Shar, que hizo un gesto para marcharse, no podían quedarse allí. 

-   ¿Por qué tu señor se muestra ahora piadoso? -preguntó la persona, con una voz quebrada. 

-   Salid de aquí -ordenó Shar a sus gatos, que obedecieron al instante, desapareciendo en las sombras-. Mi señor me ha dado un mensaje para ti si preguntabas algo cuando soltara los grilletes. Él, Fhin, hijo de Laester, te perdona por haber traicionado a su padre y desea que encuentres la paz en donde quieras, pero no te acerques jamás a él y sus propósitos, o él mismo se encargará de ti. Inghalot. 

-   Laester… -murmuró Inghalot como recordando algo ya casi olvidado. 

-   También me ha dicho que te avise que el barrio está bajo el ataque del ejército imperial y no está precisamente ganando, por lo que si te cruzas con ellos, te matarán -añadió Shar, marchándose al momento.

Inghalot se quedó durante un rato más en la soledad de la oscuridad, hasta que sus oídos y sus sentidos se aclimataron de nuevo. Mientras esperaba asimiló las palabras de la mujer, que venían de la persona que se había hecho pasar por Jockhel. Sin duda, una personalidad creada para llevar una venganza. Él había sufrido por una deuda de sangre que había cometido hacía tanto tiempo. Y era momento de llevar a cabo la suya propia, no contra un hombre que se acababa de esconder en las sombras, sino otro que había mandado un asesino a acabar con él. Esa noche se cobraría su propia venganza.

Inghalot se fue haciendo con lo que se iba encontrando mientras recordaba como andar y moverse. En la residencia encontró ropas para cubrir sus heridas y sus jirones, comida para llenar su estómago vacío y armas para poder defenderse. Una vez que estuvo recuperado, todo lo bien que puede estar alguien que ha sufrido una tortura continuada, se puso en marcha. Gracias a la advertencia sobre la presencia de las tropas imperiales, buscó un camino que le llevase fuera de la Cresta y que no fuera parado por imperiales sedientos de sangre. Conocía pasajes y túneles, que recorrían toda la ciudad. Eran los caminos de los contrabandistas, de los miembros de las bandas que eran capaces de mover cualquier mercancía por toda la ciudad, desde los barrios altos hasta allí, en el viejo barrio venido a menos.

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