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sábado, 5 de febrero de 2022

Aguas patrias (74)

Tras unos minutos que a Eugenio le parecieron demasiado tiempo, reapareció Teresa, con otro vestido, uno para poder caminar, menos opulento que el que llevaba, era más práctico. Junto a ella iba una mujer negra, de mediana edad, fibrosa, pero no parecía que no comiera bien, solo que hacía mucho ejercicio. Al final, don Bartolomé no tenía demasiados criados, lo que quería decir que los que trabajaban allí, tenían que llevar a cabo todas las tareas que en otras casas realizaban más manos. Luz vestía al estilo de la ciudad, modesta, pero digna. 

-   Podemos irnos ya, capitán -dijo Teresa-. Nos vemos más tarde, padre, don Rafael.

Eugenio se limitó a hacer una reverencia a los dos hombres, mientras movía los labios, murmurando un “señores”, tras lo que le tendió la mano a Teresa, para que la cogiese. Pero Teresa, prefirió agarrar todo el brazo con fuerza, lo que sorprendió a Eugenio, ya que sus costados chocaron. Salieron de las habitaciones que tenían alquiladas y descendieron por la escalera hasta la calle. Eugenio se colocó su bicornio cuando llegaron a la calle. Giraron a la izquierda y tomaron la calle principal. Luz les seguía unos pasos por detrás. Al cruzarse con personas, Teresa saludaba a algunos. La mayoría eran simplemente holas, pero con otras intercambiaba un par de palabras. Todos fueron enormemente cordiales con el capitán, lo que indicaba que la ciudad ya estaba olvidando las acciones de Juan Manuel y volvía a tener en cierta estima a los miembros de la armada. Al fin y al cabo, la ciudad tenía un puerto importante para la zona.

Cada vez que se separaban de la persona saludada, Eugenio le preguntaba a Teresa por la persona. Había carniceros, panaderos y otros gremios, pero también miembros del clero, nobleza local y algún mercader. Para cada uno de ellos, Teresa contaba algo. Por ejemplo, un tal Rodrigo, era un ebanista y hacía unos muebles muy bonitos con la madera de la isla. O una tal Lucía, que era la maestra de los hijos de un oficial de la milicia de la ciudad, una mujer dura y muy beata, que la conocía de las misas. De esa forma, Teresa le hablaba de los vecinos del barrio en el que residían. 

-   ¿Supongo que usted, capitán, también conocerá a muchos hombres del mar? -inquirió Teresa tras hablarle de uno de esos conocidos que con el que se habían saludado. 

-   Bueno, sí, conozco a capitanes, pero no a todos -contestó Eugenio. 

-   Me refería más a la marinería que a los capitanes -afirmó Teresa. 

-   Yo creo que un capitán debe conocer el nombre de todos los marineros de su barco o por lo menos los de los más importantes -indicó Eugenio-. Los hombres trabajan mejor si creen que son especiales para su capitán o por lo menos que saben quien es. Los capitanes que tratan a sus marineros como números o como trozos de carne prescindible, no son los más afortunados. 

-   ¿Por qué no son los más afortunados? 

-   Porque los marineros no se emplearán a fondo en un combate o a la hora de trabajar en la arboladura -explicó Eugenio-. Se vuelven apáticos, se aburren o por el contrario están siempre que saltan. Pronto la moral se resiente y el respeto. Al final ocurren errores que deberán ser castigados por el capitán que asegurará que eso ocurre porque la marinería carece de personalidad o más bien, carece de humanidad. Los acaba viendo como criados o siervos. 

-   ¿Y qué puede pasar si se llega a esos extremos? -quiso saber Teresa. 

-   Pues que algún marinero acaba colgando de una gavia o el capitán recibe un regalo por la espalda en un combate -dijo Eugenio-. Más de un capitán con esta actitud ha acabado muerto por el fuego de su tripulación. 

-   ¡Eso es terrible! -exclamó Teresa, sorprendida por la respuesta franca de Eugenio. 

-   ¿Terrible? Puede ser, pero ser un tirano en la capitanía es mucho más terrible -aseguró Eugenio. 

-   Estoy segura que vos no sois uno de esos capitanes -Teresa parecía muy segura de esa afirmación.

Eugenio usó unos segundos para revisar su tiempo como capitán, que había sido corto, pero creía no ser un capitán tirano. Sus hombres habían actuado como lo que tenía que ser una tripulación de un barco de la armada. Y tras la acción habían ganado honor y lo que suele mover más a un marinero, oro. 

-   Señorita, espero no tener nunca que usar mi autoridad para imponer a la fuerza una idea -indicó Eugenio-. Pero creo que este tema es bastante filosófico, muy parecido al que no ha permitido seguir a su padre y él se ha librado de vos.

Teresa miró a Eugenio, hinchó los mofletes y puso una cara de disgusto, pero al momento expulsó el aire que había tomado y empezó a reírse, lo que descolocó a Eugenio, pues pensaba que iba a hacerse la ofendida y molesta. Pero en realidad le acabó dando la razón. Su padre era realmente como un niño grande si se le metía algo entre ceja y ceja. Teresa aseguró que sin duda la había liado con el paseo para poder interrogar a don Rafael. Pero la verdad era que de esa forma se había quedado a solas con él. Esa indicación hizo que Eugenio se sonrojará y al momento, Teresa al percatarse sobre lo que había dicho, también se sonrojó.

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