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sábado, 19 de febrero de 2022

El reverso de la verdad (66)

Tras pasar por el registro del comité de bienvenida, Markus y Andrei, liberados de sus pesos extras, que el Andrei era su pistola, y que en Markus resultó ser una pistola y tres puñales, fueron acompañados hasta una sala, donde esperaba el vendedor, un viejo y gordo amigo. 

-   Vaya si es otra vez Rochambeau -dijo con alegría Jules-. No nos vemos durante años, y ahora parece que volvemos a ser íntimos. Empiezo a sentir un cosquilleo en las puntas de los dedos. No me gusta pensar mal de los viejos amigos, pero no creo en las casualidades. Desde que te vi, han pasado muchas cosas raras en la ciudad. Muertes, tiroteos, la policía crispada… 

-   Lafayette, esos picores es porque has vuelto a meter tus sucias manos en algo no muy limpio -espetó Markus-. Rochambeau y yo vamos a llevar a cabo un trabajito y nos gustaría unos… 

-   Pero sí también tenemos aquí al gracioso de Guichen -afirmó Jules-. Esto parece una reunión de viejos amigos. ¿Va a venir el capitán también? ¿Debo sacar los mejores manjares? ¿Chicas?

Los tres se miraron durante unos segundos, pues la primera pregunta la podían responder los tres. El capitán no vendría, pues llevaba ya demasiado tiempo muerto, enterrado en una tumba sin nombre, en un país donde nunca habían estado oficialmente. Una misión imposible, por la que habían tenido que ceder a un amigo para que la diosa fortuna les dejase volver a ganar. Para los tres fue su última misión, pues vieron la maldad en los ojos de los que consideraban sus superiores. Vieron la traición en los hechos de los que tenían que protegerles. 

-   Una copa de alguno de tus incunables estaría bien -pidió Markus, rompiendo el silencio. 

-   Una copa de un vino normalito es suficiente para ti, Guichen -murmuró Jules, al tiempo que le hacía una seña a uno de sus hombres-. Como supongo que esto no es una visita social, ¿qué es lo que realmente queréis? 

-   Esto -dijo Markus, entregándole una hoja arrancada de un cuaderno que sacó del bolsillo de su pantalón Markus-. Y una chaqueta en condiciones para Rochambeau. 

-   Sin duda necesita algo mejor que eso que lleva -asintió Jules, al tiempo que desdoblaba la hoja y empezaba a leer-. ¡Por Dios! ¿Es qué pensáis empezar una guerra? 

-   Más bien una venganza -habló por fin Andrei. 

-   Una venganza, me lo temía -repitió Jules-. Tengo todo lo que hay en esta lista, pero tengo un problema. Si vuestro objetivo sobrevive y se entera que yo os he armado, tendré un importante problema con él. Por lo que sé es un maldito miserable. 

-   ¿Sabes quién es? -inquirió Andrei, sorprendido-. Cuando te visité la última vez no me dijiste nada Lafayette. Pensaba que éramos amigos. 

-   Cuando viniste por la pistola no sabía nada, aunque tal vez sí que tuviera dudas -explicó Jules-. Pero he indagado un poco. Y tus últimas acciones han sido como si pintases en una pared con rodillo. Lo del recepcionista en el agujero con las piernas rotas y un cuchillo sin afilar. Se las tuvo que ingeniar y le dolería mucho para cortarse el cuello con ese filo casi romo. Pero ya lo habíamos visto antes, los tres, ¿verdad? La policía piensa en algún grupo mafioso, yo pensé en ti y tiré del hilo. Has dejado tantas pistas que parecía Pulgarcito. Ni Guichen es tan chapucero. 

-   Gracias Lafayette por tu cumplido -intervino jocoso Markus. 

-   Tu enemigo, Rochambeau, es peligroso y encima ahora está enfadado, le has golpeado en lo que más le duele, en su negocio -añadió Jules-. Le has dejado en evidencia ante sus clientes. Le han robado y no ha pillado al ladrón. Está movilizando a todos sus hombres. Y ya tienes precio por tu cabeza. Podría hacerme rico por entregarte…

En ese momento, entró el matón de Jules con una bandeja, copas y una botella de vino. No parecía demasiado cara, pero cuando Andrei se abalanzó sobre él, prefirió salvaguardar la botella, que su propia arma. Acabó sentado en el suelo, con la botella en su regazo y Andrei les apuntaba con el subfusil que el hombre había llevado al hombro. Le quitó de la sobaquera una pistola que le lanzó a Markus, que agarró en el aire. Jules resopló y le quitó la botella de las manos a su hombre, tras lo que le dio un puntapié, como castigo por su torpeza. Empezó a abrir la botella, mientras Markus y Andrei le apuntaban con sus nuevas armas.

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