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sábado, 12 de febrero de 2022

Aguas patrias (75)

Cuando el estupor se fue mitigando, los dos jóvenes se dieron cuenta que ya no tenían muchos temas de los que hablar, solo había uno que podían intentar pero a ambos les daba mucha vergüenza. 

-   ¿Hasta cuándo se quedará en Santiago, capitán? -preguntó de improviso Teresa, intentando reiniciar la conversación. 

-   Hasta que el gobernador nos dé la orden de salida -indicó Eugenio-. En sí no sé cuando será exactamente. Es un asunto secreto y no puedo ir por ahí aireando esa información. Seguramente el inglés tiene a sus espías aquí. Igual que nosotros los tenemos en su territorio. 

-   ¿Cree que yo soy un espía inglés? ¿O tal vez Lucía? -indagó interesada Teresa. 

-   No, claro que no, pero nunca se sabe el tipo de personas que están rodeándote y con la oreja puesta -aseguró Eugenio-. Igual el tendero que siempre has creído que es un hombre recto, en realidad es un traidor que ama el oro enemigo. De todas formas, me temo que mi estancia en Santiago está por terminar. Es verdad que aún tienen que terminar de armar a los barcos que me acompañarán y… 

-   ¿Entonces va a ser una escuadra? -le cortó asombrada Teresa-. ¿Quién la va a dirigir? ¿Don Rafael? 

-   Esto, no -negó dubitativo Eugenio, pues no sabía si debía o no revelar más detalles de la misión. Al final creyó que Teresa no era un peligro para su misión-. Don Rafael se quedará defendiendo Santiago con el Vera Cruz. El gobernador ha decidido que yo comande la escuadra. 

-   ¡Le han ascendido! -exclamó Teresa, poniendo una mueca de alegría. 

-   No, no, sigo siendo capitán, señorita. 

-   Pero don Rafael es comodoro, para poder dirigir la escuadra, ¿no? -rebatió Teresa. 

-   Don Rafael sigue siendo capitán, pero dado su antigüedad se le otorgó el cargo provisional de comodoro para esta misión -explicó Eugenio-. Dado que la escuadra se va a romper, lo más seguro es que le revoquen ese cargo provisional. O tal vez el gobernador le mantenga el rango. Puede que la escuadra que voy a comandar siga bajo las órdenes de don Rafael, aunque no esté él presente. 

-   No lo entiendo -señaló Teresa, poniendo cara de inquietud. 

-   Es muy simple, la escuadra se divide para realizar una acción, pero las órdenes son de Rafael, pues sigue dirigiendo los barcos como su comodoro, aunque él se mantenga en Santiago con el Vera Cruz y otros barcos menores. La cuestión es que yo dirigiré los barcos porque soy el capitán con más antigüedad. Pero solo seremos dos fragatas y dos corbetas de apoyo.

Por unos segundos, Eugenio temió que Teresa siguiera sin entender lo que le había contado, ya que había comenzado a poner una cara de tristeza. Tal vez no fuera tan bueno como maestro como se había pensado. En el barco a veces ayudaba al contramaestre con la educación de los guardiamarinas y los grumetes. Pero podría ser que no se enterasen de nada de lo que les contaba y no tenían el valor para indicárselo. Ni el contramaestre, lo que le molestó ligeramente. 

-   Si hay algo que no ha entendido puedo intentar… -comenzó a decir Eugenio. 

-   No, lo he entendido perfectamente, capitán -aseguró Teresa, pero seguía poniendo esa cara de autentica tristeza. 

-   ¿Y entonces por qué la notó preocupada? ¿O más bien… 

-   Es que me he dado cuenta que se va a volver a marchar y no podré pasar el rato con usted, capitán -indicó Teresa-. Me gusta pasear con usted, me gusta cuando me habla, me…

Las palabras de Teresa se perdieron en un hilillo casi inaudible. Eugenio se detuvo y se volvió hacía Teresa, que se sonrojó según Eugenio la miró a los ojos. 

-   Señorita Teresa, me gusta usted -sentenció Eugenio, que se agachó y besó los labios de la muchacha.

Se escuchó un chillido a las espaldas de ambos, pero Teresa levantó una mano, para evitar que Lucía se lanzase como una loca para proteger la virtud de su ama. Eugenio se retiró casi al momento que sus labios se rozaron. Pudo ver el mismo sonrojo en el rostro del capitán, aunque más mitigado que el que calentaba sus mejillas, debido al tono más moreno del marino. Sin duda, Eugenio se había arriesgado, pensó Teresa, tal vez como cuando se lanza a la batalla, contra el fuego enemigo, armado con una espada y nada más.

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